Desde el 27 de febrero de este año, que tuve la oportunidad de escuchar su alocución de dos horas y diez minutos, usted ha estado en mis pensamientos por diversas razones. De igual modo, no hay día en que no escuche su nombre en boca de muchos. Sr. Presidente, su nombre parece amargar los labios y lengua de muchos dominicanos. El repudio hacia su gestión, y por transitividad, hacia su persona, se siente en los ánimos de la gente.

Más de una vez me he preguntado cómo es que logra dormir. Muchos juran que, necesariamente, usted consume ansiolíticos para poder hacer las pases con Morfeo. Yo no creo que una taza de té de Tilo le resuelva el descanso nocturno, así como no logro adivinar la forma en que hace que su piel no repita la dermatitis del 2015. Quizá padezca de diarrea u otros malestares estomacales. Muchos tienen el sistema nervioso aparcado en la barriga y los intestinos cuando están sometidos a algún tipo de estrés. Apenas imagino el suyo.

Cierto es que se va notando un cambio. Usted solía sonreír más. Ahora luce tosco, parco, harto, y con los hombros gachos, como si algo grande le pesara. En vez de ser interpelado y dar explicaciones, interpela; una resistencia elemental del que se defiende. Antes habló de tomar medidas apenas por rumor público, ahora necesita que le señalen los casos de corrupción, una vez señalados, exige pruebas y que con ellas se le impute. Usted ha ido y venido de su palabra tantas veces, y todavía pide, ruega, que se le crea. Empresa difícil, Sr. Presidente, muy difícil.

Entre varios "créanme cuando les digo", "pueden estar seguros", "no les miento", de su pasado discurso, además de delatarse, se le notó una especie de ruego a lo que parecen ser las últimas cotas de ingenuidad e idiotez de este pueblo. Varias palabras le rodaron por la boca, tropezando torpemente con un microfonito que manoseó más de una vez, dejando en evidencia el nervio de aquel que no tiene paz. Los primeros minutos se lució con un ligero "ameme" que apenas cobró vigor cuando prometió hablar sobre el caso Odebrecht; luego empezó la conocida retórica sobre el crecimiento de la economía, la revolución educativa y el montón de gente que ha salido de la pobreza.

En la cúspide de su ponencia, la defensa de lo indefendible se hizo tan presente como urgente su necesidad de que le creyeran. De ahí que fuera menester elevar la voz, porque, entre inútiles y pomposos aplausos, sus argumentos iban en franca picada. Usted ya había cruzado la línea, Sr. Presidente. Y aunque dijo varias veces que nos asombraríamos por los próximos eventos, le digo que sí, ciertamente estamos impresionados al ver la parsimonia con la que usted elige su lugar en la historia. Triste, Sr. Presidente, triste.

Citó varias veces a Dios. Imagino que se refiere al señor blanco de la barba larga. Pienso le es sencillo hacer referencia a este constructo de la fe, toda vez que es más fácil alabarle, hacerle promesas, quedarle mal, evadirlo y luego pedirle perdón. Es una estrategia simple acudir al recurso del Theos sobre todo con un pueblo eminentemente creyente. Sin embargo, el resultado ya no es el mismo, y no se si correrá con mejor destino con el único dios que yo conozco, el de la conciencia. ¿Cómo le será mirar a su esposa, a sus hijos? ¿Qué pensamientos ocupan su mente cuando está solo, Danilo con Danilo? ¿Qué tal le va con el corazón? ¿Latirá como cabalgata cuando ve y escucha el reclamo de la gente para la cual juró gobernar? ¿Será que puede traicionarse a sí mismo y luego perdonarse?

Hace un tiempo nos contó sobre el peor castigo que puede padecer un administrador de la cosa pública cuando delinque: el repudio social. Sr. Presidente, la cosa pinta como sigue: el país se ha dividido entre una gran parte que le rechaza porque ya no cree una sola de sus palabras; otra con tantas calamidades que no dispone de tiempo ni cabeza para repudiarle, está muy ocupada sobreviviendo; y otra, que junto al organismo que usted representa, está chupando la teta del erario, o desde lejos, beneficiándose de este sistema de caos institucional. Todo esto es cualquier cosa, menos éxito político.

Todo apunta a que usted cavó su tumba durante la gestión pasada de gobierno; los escenarios que provocó para lograr la reelección le valieron el féretro, y ahora, todos los escándalos de corrupción que le han estallado tan de cerca -más su nociva postura de no tirar piedras al pasado- están escribiendo sobre piedra su epitafio. La paga de tanta impunidad caerá sobre sus hombros gachos y salpicará a todo su tinglado político provocando muerte moral y muerte política.

No imagino peor caída para alguien que aseguró tener el oído puesto en el corazón del pueblo. No veo forma en que el PLD, ese que usted matrimonió con un PRD convertido en tullida osamenta, sea algo más que un referente histórico de dolo, impunidad y corrupción. Apenas sospecho de dónde sus compañeros sacan vergüenza para pronunciar el nombre del Profesor. No me atrevo ni a escribirlo en el mismo párrafo donde cito al Partido de la Liberación Dominicana. Una organización que solo ha liberado las pasiones más bajas de una claque sin valores que ahora forma parte de los nuevos tutumpotes de Dominicana.

Y todavía, en mi ingenuidad más profunda e idealista, pienso que usted está a tiempo de saltar de este lado y abandonar el lodazal en el que está metido. Con algo de astucia y coraje, puede pedir perdón a cada ciudadano y ciudadana dominicanos, hacerse cargo, ¡por una vez!, y quedar para la historia con algo de dignidad, siquiera.  Así al menos resucita moralmente, porque con el fardo de la reelección -y todo lo que sigue significando para este país-, usted solo se arropó en su fosa de muerte política.