Una de las prácticas más odiosas del ejercicio del poder, es la que se desarrolla en nombre de la seguridad, cuando se forma parte de un gobierno. Saliendo a la calle en caravanas con sirenas y franqueadores, seguidos por individuos colgando desde las ventanas, de costosos y sofisticados modelos automovilísticos de funciones.

Siendo el caso más destacado y desagradable, la comitiva que acompaña a los presidentes, y vicepresidentes, que supuestamente, son muy populares, ya que fueron elegidos por la mayoría de los votantes, y se comportan como si estuvieran entre enemigos, amenazados siempre, cuidándose de ser eliminados en cualquier momento.

La necesidad de protegerse cuando se ocupan posiciones en el Estado, ha llevado a muchos funcionarios a contratar especialistas extranjeros en seguridad, pagados con nuestro dinero. Siendo frecuente observar como comitivas presidenciales que comenzaron con 2 carros terminan en caravanas de 10 vehículos y una ambulancia.

En nombre de esta práctica se han cometido graves errores políticos, aunque todos comienzan siendo muy humildes, se atropella al ciudadano, que observa impasible como le pasan por al lado y por encima, cerrándole las calles y cambiándole el sentido de las mismas, mientras se apropian del espacio público, sin explicación alguna. Siendo esta la agresión de Estado más visible y grosera, que permite el abuso de poder, y, que ilustra la desigualdad, y exclusión del pueblo por una clase política mediocre.

Esperamos que esta medida se perpetúe dentro de las prácticas de las administraciones públicas

Que el señor presidente Luis Abinader, recientemente hiciera pública, una interdicción a franqueadores, al servicio de funcionarios públicos, mediante decreto 396-21, en el marco del Plan de racionamiento del gasto público. Es una medida que sorprende. Limitándose dicha práctica a la comitiva presidencial y vicepresidencial, como a algunos ministros y militares. Esta puede ser una señal, quizás la más honesta, de que hay un deseo, una necesidad de cambiar los rituales, que acompañan el desempeño de las posiciones públicas.

Para entender la dimensión de tal medida, es necesario que nos veamos desde las profundidades de las contradicciones, que acompañan esta sociedad, tan desigual, donde se habla de transformaciones y se agudizan las desigualdades en un solo gesto.

Desconocemos si el Presidente y/o sus asesores, están conscientes de la implicaciones que tiene una medida  de esta naturaleza, y el efecto de  estas prácticas en el imaginario colectivo ,el resentimiento histórico acumulado, en el ciudadano que apenas puede caminar, por una calle llena de hueco y charcos de agua, que ve pasar al funcionario precedido de un franqueador ,en toda la esplendidez del privilegio .Por no hablar de los interminables tapones que someten a automovilistas desesperados, que maldicen desde sus frustraciones el paso de las caravanas.

Lo importante de una medida de esta naturaleza, es que aparte de intentar disminuir el derroche público, permite hasta cierto punto, verse como un gesto de resarcir al pueblo de tanto atropello y humillación de sus gobernantes.

Los rituales que acompañan el poder político en esta sociedad, reproducen las diferencias, marcan de manera cruel las dificultades, que tenemos los individuos de sobrevivir en las limitaciones económicas y existenciales del día a día.

Muchos son los privilegios que acompañan el desempeño de un puesto en la administración pública, que deben ser eliminados, no solo como una forma de disminuir el gasto público, pero, sobre todo, como una vía de construcción de un paradigma decente de buen gobierno y del uso del poder.

Enviar señales de respeto hacia el ciudadano de a pie, es una medida inteligente, para mantener cierta popularidad y disminuir el resentimiento popular hacia una clase política depredadora y desprestigiada.

Esperamos que esta medida se perpetúe dentro de las prácticas de las administraciones públicas, instalándose en los cerebros del funcionariado mediocre, que desde una función pública aspira a realizarse social y económicamente, exhibiendo su poder. Necesitamos que esta medida no se diluya en el tiempo, para poder creer que habrá cambio.