(Con motivo de la entrega del premio Caonabo de Oro)
(Sala de la Cultura, Teatro Nacional
8 de octubre de 2018, 7 pm.)
Quienquiera que intente realizar la semblanza de Ramón Colombo, en ocasión de lo que sea, y a mí me corresponde esta noche con motivo de la recepción suya del premio Caonabo de Oro que otorga Asociación de Escritores y Periodistas (ASEPED), se enfrenta a una tarea más ardua que la de Violante, que le mandó a hacer un soneto a Lope de Vega.
Ímproba tarea, porque la multifacética vida de Colombo está inscrita en clave de humor de pie a cabeza con sus difíciles variantes combinatorias de ironía, sarcasmo, paradoja, cinismo, chacota, relajo, choteo, cachondeo, y todo dentro de la mayor solemnidad y seriedad que el oficio de comunicador social le confiere a quien lo oficia.
Ante cualquier solicitud de empleo, el demandante envía un currículum vitae honorable, aunque con posible mentira o hipérbole incluidas, pero Colombo tiene dos: uno serio y otro humorístico titulado ridículum vitae.
Este es el mismo Colombo que conocí en 1963 cuando celebrábamos las veladas culturales los viernes de cada mes en el liceo nocturno Eugenio María de Hostos, situado en aquella época en la calle Juan Isidro Pérez, al frente de las ruinas del convento de San Francisco y que el comité de la Unión de Estudiantes Revolucionarios del Distrito Nacional (la UER) organizaba con los alumnos del plantel, pero también invitaba a otros estudiantes de distintos liceos que tuvieran vocación artística y, sobre todo, por la declamación, el canto o la exposición de ideas.
Y no recuerdo si por invitación de José –Chino– Bujosa Mieses o de otro miembro del comité de la UER en nuestro liceo, o porque estudiaba el octavo curso en nuestro liceo (y que no llegó a terminar), Colombo hizo su début en uno de nuestros actos culturales con la declamación del poema de Rubén Suro “La rabiaca del haitiano que espanta mosquitos”. Fue un éxito garantizado y a las chicas del liceo lo último que les faltó fue pedirle autógrafo al recién consagrado declamador. Ya había hecho dos años de teatro y declamación en Bellas Artes y había participado en varios recitales poéticos y montajes teatrales con el recién creado Teatro Rodante de Perita, peor conocido como Salvador Pérez Martínez. Era, pues. Un declamador veterano.
Del mismo modo, participaba en estas veladas Nelson Muñoz, de San Cristóbal, quien animaba, acompañado al violín por su hermano, interpretaba emotivos boleros que le catapultarían luego a la escena de la farándula dominicana. Y en sus currículos, sea uno real y el otro ridículo, Colombo asegura que estudió, supongo que en el liceo intermedio Argentina, donde, según dice, llegó hasta el octavo curso (aunque no lo terminó). Y aprobó el séptimo grado, porque el profesor de matemática se apiadó de él y le pasó la materia.
No tuvo tiempo Colombo de graduarse de bachiller y en esto le comparo con Juan Bosch, que no tuvo tiempo de graduarse de bachiller debido a las urgencias de la vida, al igual que Colombo, pero en su respectiva profesión, cada uno ha hecho aportes fundamentales a la historia de la república. Y estoy por decir que una gran afinidad unió a Colombo con Bosch que uno de sus libros, del periodista, por supuesto, versa sobre entrevistas al gran político e historiador, y fue publicado con el título Bosch, la palabra y el eco (Santo Domingo: Editora Nacional, 2000).
Y a propósito de libros, este es el espacio para decir que Colombo recogió, desde su primer minuto hasta el último publicado en 2011, todos los minutos en el libro homónimo, Un minuto (Santo Domingo: Búho, 2011). El libro es una selección de apenas 1.500 columnas, de un total de 9.500 que escribió desde 1979 al 2010.
Asimismo, publicó también otro libro impactante: Memoria de los años duros (Santo Domingo: Búho, 2014) y, como colaborador, figura en el libro ¿Por qué nos odian tanto? (Fundación Friedrich Ebert Latinoamérica, 2012).
La rutina de los actos culturales continuó impasiblemente durante todo el año 1964 y esa actividad prendió en los estudiantes porque aquel momento de gran agitación política en contra del Triunvirato movilizaba los intereses de todos los partidos de izquierda que incidían en el comité del Distrito de la UER y en el comité ejecutivo de dicha organización, cuyas ramificaciones se extendían a todo el país y que, también, tenía comunicación directa con la Federación de Estudiantes Dominicanos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, en razón de que los futuros bachilleres de los liceos eran futuros estudiantes del alto centro docente.
En julio de 1964 salió la camada de bachilleres del liceo Hostos y concluyó así el ciclo de viernes culturales y la mayoría ingresó a la Universidad. En la UASD estudié periodismo, y de ahí salí graduado en 1968.
A finales 1963 perdí contacto con Colombo. Me confiesa el inverecundo periodista que “salió al exilio el 5 de octubre de 1963, a raíz del golpe de estado contra Bosch y que le andaban buscando por su incipiente entrenamiento guerrillero como miembro del Movimiento de Liberación Haitianos Libres, que tenía el propósito de derrocar a François Duvalier por la vía armada.” “Éramos –me refiere– como 200 haitianos y dominicanos, entre ellos Jacques Viau, Silvano Lora y Rubén Echavarría.”
Por diversos motivos, el tiempo de Colombo en México se cruza con el mío en Francia, de 1969 a 1972.
Pero al regreso provisional de ambos al país, me encontré con Colombo en Profamilia, donde laboró, entre 1975-77, y lo supe por Ramonina, mi esposa, que también laboró para la misma época en esa institución. Y el regreso definitivo de Colombo, desde México, se produce en 1979, y el mío en octubre de 1980.
A partir de esas fechas reanudé la amistad con Colombo desde el día de hoy, porque también estuve involucrado en las luchas sindicales periodísticas de la mano del grupo original que laboró desde 1967 en Radio Noticias con Juan Bolívar Díaz, Guarionex Rosa y Aníbal de Castro y, posteriormente, en Radio Cristal y desde mayo de 1973 en Última Hora hasta abril 1974, año en que salí para iniciar en la UASD mi carrera de profesor e investigador en el Departamento de Letras.
Pero en 1977 volví a salir a Francia para realizar estudios de doctorado en literatura y a mi regreso al país en octubre de 1980, me encontré de nuevo con Colombo, esta vez en la fundación del periódico Nuevo Diario en 1981.
A partir de esta fecha se inaugura, por así decirlo, la gran etapa del periodismo de Colombo y la inauguración de su estilo periodístico aprendido como autodidacta (nunca estudió periodismo) en sus años en México como reportero de El Día, El Sol de México, Excélsior, Agencia Mexicana de Noticias, Novedades de Acapulco y el diario Unomásuno.
A partir de su regreso al país, no solamente impondrá Colombo su estilo que yo llamo el amueblamiento de la entrevista o el reportaje, tal como se practicaba en Francia, principalmente por la revista L’Express, fundada por Jean-Jacques Servan-Screiber, o por otras revistas y suplementos como el del periódico Le Monde. Y el amueblamiento periodístico surge en países grandes y densamente poblados, donde hay que contextualizar al máximo las entrevistas y los reportajes para que los lectores, ubicados a miles de kilómetros de la capital o de la gran ciudad donde se publica el medio de comunicación se formen una idea de las condiciones sociales y materiales en que se produce el texto que van a consumir.
Esta es la razón por la que los franceses usan el sustantivo ameublement, metáfora que alude al sitio, los muebles, los cuadros que adornan las paredes, las esculturas, el librero, la alfombra si es de gran valía, la mesa repujada, gestos y semblante del entrevistado, la bocanada de humo cuando fumar no era un delito, sino algo hollywoodense, marca del traje o indumentaria del entrevistado. Y Colombo llevó ese estilo que él llama “nuevo periodismo”, tanto a “la crónica, el reportaje y el columnismo” como a los temas de asuntos especiales. Nada que ver con el comunismo, a despecho de quien lea al derecho y al revés. Estilo que el propio Colombo revela como ya existía en la escritura de José Martí, uno de los precursores del modernismo literario. Periodismo y literatura son inseparables en el período de la primera independencia literaria de América Latina, inaugurada por Darío y Pedro Henríquez Ureña con sus Seis ensayos en busca de nuestra expresión. La segunda independencia literaria ha tocado ya a las puertas de Iberoamérica, pero nadie se ha dado por enterado. Se denomina partido del ritmo, opuesto al partido del signo.
Pero la gran innovación periodística de Colombo, aparte de este periodismo amueblado aludido más arriba, es el famoso texto brevísimo llamado “Un minuto” y luego “Fogaraté”, en los cuales, aproximadamente en un minuto de lectura, usted, sin cortar la respiración, tiene un condensado simbólico de un gran problema dominicano no resuelto. Y con el humor y las variantes que este último implica, “Un Minuto” y “Fogaraté” corroen las ideologías de época que amueblan el Estado clientelista y patrimonialista, centralizado autoritariamente, y cuyo funcionamiento se remonta a 1844, el cual es el resultado de lo que Américo Lugo llamó desde el 1916 la falta de conciencia política y de conciencia nacional del pueblo dominicano y que no le ha permitido crear una nación y que Juan Bosch le agregó a este problema histórico, la falta de conciencia de clase y yo le inserté la falta de conciencia de ser sujeto. Si el Minuto era catey, el Fogaraté es puro ají caribe o montesino. Nadie quiere que le echen en la cara pelusas de catey o polvillo de fogaraté. Es para ver el diablo. Ahí está la semántica del cambio de un minuto por el fogaraté, ultra-urticante. Pero también, hay que recalcarlo, Colombo también dedicó sus minutos y dedica sus fogaratés a encomiar los valores encarnados por las acciones de los sujetos dominicanos que se orientan a los valores anticlientelistas y antipatrimonialistas, a los actos solidarios y los hechos que propugnan por una mejor sociedad, sin ningún tipo de hipocresía.
Y no ha sido solamente el periodismo el punto de contacto con Colombo. Han sido también la poesía mejor y la mejor canción popular, la música clásica y la literatura, prácticas sociales de las cuales él es un devoto, pero esencialmente una forma de vida y una ética política han sido las líneas de contacto entre ambos, pese a sus confesadas frustraciones con nuestra burocracia depredadora. Y todo lo dicho en este párrafo es lo que percibo de las inmensas franjas de la sociedad dominicana que le leen, le admiran, que se identifican con él. Cada minuto y cada fogaraté son una poética de la historia dominicana, hecha fragmento, que cada lector de Colombo suscribe y en el hondón del alma cada dominicana y dominicano quisiera escribir, porque esos brevísimos textos en prosa son una pequeña obra maestra de los dolores de la república.
Nietzsche ha teorizado sobre el cinismo. Creo que ha dicho que en los tiempos en que uno vive y las instituciones no dan respuesta a las demandas de los ciudadanos, la mejor conducta que debe asumirse es el cinismo, el sarcasmo, la burla, el relajo, el choteo, la chacota, la paradoja, el absurdo, todos variantes del humor, porque en la república nuestra la larga crisis que comenzó en 1844 y dura hasta hoy, contraviniendo la dialéctica histórica, ningún político de los que han gobernado esta porción de humanidad ha sabido cómo se construye un Estado nacional verdadero. Unas veces hemos sido gobernados –según Lugo– por el despotismo, otras por la voluntad popular, destrozada a los siete meses de nacida (Espaillat, Bosch). O sea, que hemos sido gobernados hasta hoy por un primado de las dictaduras y ante esa realidad solo cabe el ácido vitriólico del humor, del relajo, del absurdo, de la ironía para corroer todas esas ideologías del sentido de la historia y del progreso proferidas por los mercaderes de ilusiones cuyo tiempo verbal favorito es el futuro.
Recibe esta noche, caballero andante deshacedor de entuertos ideológicos, el homenaje de los periodistas, los escritores y las legiones de admiradores y seguidores de tu exitosa vida intelectual, porque eres, al decir de nuestro admirado Fausto Rosario, director de Acento.com y Acento TV, “el más internacional de los periodistas dominicanos”.