Tío Doi fue un ser extraordinario, tuvo una vida interior plena y sólida.

Amaba el arte, la música, la literatura…. como todo buen filántropo.

Nunca le interesó el matrimonio, pero es verdad que se casó con la vida, para vivirla intensamente y con pasión.

En su prolifera trayectoria literaria, recibió varios reconocimientos, pero ese último Premio Nacional de Literatura fue no hace más de tres años, que se lo entregaron,  a la edad de 87 años.

Tuve el placer de verlo en el consultorio médico de Orestes Guerrero, tanto los pacientes, como la secretaría, y el doctor, se dirigían a él como “el profesor”, cosa que me extrañó, pues todavía pensaba que se le reconocían sus méritos como arquitecto…. Conversamos un buen rato, y en fin le prometí llevarle de regalo los últimos tres libros de mi marido Eduardo.

De hecho, aproveché un sábado sin tráfico, ( lo cual es inusual), y me lancé a la calle José Contreras, a ver si alguien me abría su puerta; cuando quise parquearme, me encuentro con aquel enorme y querido árbol de jobos de la infancia, donde Paula mi hermana y yo nos gabeábamos siempre, y así me recordé de un caleidoscopio de momentos de la infancia; de tantas tardes que solíamos bañarnos con las primas en esa singular piscina, que no quedaba debajo de la casa, sino más arriba de lo que se acostumbra, ya que la casa estaba abajo y la piscina arriba….

Bueno, comienzo a tocar el timbre y nada, me doy cuenta que estaba roto, toco y toco la puerta y nada, sin más remedio, le dejo los libros con una pequeña nota mía, en un costado de su puerta principal y me voy.

Al final, al irme se me ocurre ya dentro del carro, y aunque no es mi costumbre, le doy un empujoncito a la bocina, y de repente sale Tío Doi, con una boina, y un aspecto muy quijotesco, alto, flaco, desgarbado y sin afeitar, maravillado de que los Reyes Magos llegaron en agosto!

De inmediato me invitó a entrar a su cueva de tiempo del infinito, donde se podía palpar los años entrañables de la sabiduría…eran papeles,  folders, libros, periódicos, una máquina de escribir, y por supuesto ya para esa fecha, su computadora.

Me hizo mil preguntas sobre Eduardo, sus inquietudes y de qué escribía…sus ojos todavía tenían la profunda intensidad de la curiosidad juvenil, hablamos intercambiamos ideas sobre distintos temas y claro, de libros.

Cuando salí de allí, no solo sentí el deber cumplido….sino el deseo de algún día poder llegar a esa satisfacción personal, de vivir en esa armonía con su edad e intelecto…saber que la vejez nunca fue un obstáculo para mantener nuevas metas en el diario vivir, donde la creatividad siempre estuvo despierta al rojo vivo, en cada etapa de su vida. QPD.