Al ver los reflejos de mi vida de escritor en el espejo del pasado remoto,  en el del pasado mediano y en el del reciente, los episodios del éxito parecieran colmarlos totalmente. Mi principal satisfacción ha sido el éxito de lectoría, con decenas de miles de ejemplares vendidos en el curso de las 110 ediciones de mis 36 títulos que suman varios miles de páginas.

De modo que a la vuelta de mis 69 años –menos 10 días- de edad y de poco más de 40 años de escritor me siento y creo ser lo que desde mozalbete quise ser: escritor, escritor profesional, para más seña, que es un estadio superior al de un literato, como defino al individuo que discurre su quehacer aureolado por la literatura en todas sus manifestaciones, y a veces también como activista literario, y que se hace acompañar de uno que otro libro o folleto de poemas, y a veces de relatos que denominan cuentos. Algo excelso, pero ciertamente inferior al de la carrera de escritor.

He tardado más de la cuenta en decidirme a seleccionar varios de mis relatos y/o cuentos, entresacados de tres de mis libros; de modo pues que reuní 16 relatos denominados Cuentos de Guerra y Cuentos de Paz como selección antológica parcial y no propiamente una antología total.

Mi estilo descriptivo y rítmico está absolutamente divorciado del muy imitado estilo de las traducciones al español de los clásicos de la literatura, que años atrás como que le daba categoría de literato, y a veces de “escritor”, al imitador “exitoso” –sí, entre comillas-. Mis relatos sobre los generales del conchoprimismo y de la larga guerra contra Haití – de 1844 a 1854- son violatorios de los cánones del clasicismo en sí y de las traducciones del clasicismo.

Mi lenguaje muchas veces es aintelectual, aliterario, arbitrario si se quiere, por la ruptura con los moldes y mi apego al criollismo en momentos en que otros lo despreciaban, mi acercamiento al individuo de un nivel cultural apenas suficiente.

Mi selección, que el cineasta y activista cultural Jimmy Sierra, autor de penetrantes relatos muy cortos que le merecieron el prestigioso premio de la revista internacional mejicana Cuentos, puso en circulación el 10 de diciembre en el Ateneo Dominicano es un muestrario del narrador de historias cortas que he querido ser. Aunque tuve aceptación de lectoría en sus matrices -de donde los escogí-, que fueron El Retorno del General, Cuentos de Guerra y de Paz – título que repito ahora- y Soldaditos de Azúcar, otras historias mías más extensas son las de mi mayor satisfacción como las novelas Los Acorralados, con 12 ediciones y varios estudios y tesis de grado, y Después del Viento, que fue saqueada intelectualmente por Mario Vargas Llosa para escribir La Fiesta del Chivo, pero principalmente uno de sus capítulos finales; y que desató una larga polémica internacional –aquí prestaron atención mínima- que pudo haber contribuido al congelamiento por varios años de su ansiado Premio Nobel de Literatura; y que de alguna manera él hubo de admitir haber bebido en mi fuente, la de un dominicanito de esta aldeíta casi domínicohaitiana, según declaración suya transaccional.

Como lo explico en las palabras preliminares del libro, varios de esos relatos fueron resaltados en sus momentos por Grey Coiscou Weber, Juan Bosch, Pedro Mir, Franklin Mieses Burgos, KBito Gaurtreaux Piñeyro, Enrique Tarazona hijo y otros que me elogiaron anunciándome como escritor de valía. Ellos y otros me impresionaron al alabarme, pero ellos fueron los que sirvieron de presión literaria y moral para que me desarrollara en el duro oficio de escribir.

Dios Mediante, tengo por delante otros productos que verían la luz en los meses próximos, porque esa es mi naturaleza: la de escritor. “A mi manera”… y madera.