La promesa de más policías en las calles tiene un encanto difícil de resistir. El ciudadano promedio asume que la presencia policial es inversamente proporcional a la de los criminales. El que sean mal pagos, débilmente entrenados e infraequipados con todas sus consecuencias, si acaso, se discutirá en otro momento.
Por otro lado, que lo mal hecho debe ser castigado es un principio bien establecido. ¿Para qué desgastarnos en eso? Los debates desatados en torno al tema de las penas y los castigos para los que entran en conflicto con la ley, vistos con objetivad, es un asunto de grados. Que algunos prefieran mas años y otros menos es precisamente un asunto de gustos. El asunto está en hacer cumplir la ley, no en atiborrarnos con leyes que nadie cumple. Pero bien, para el gusto los colores y si a algunos les tranquiliza la idea de un aumento en las penas yo no veo ninguna razón por la que no podamos atender eso, previa ponderación de todas las implicaciones prácticas de ese tipo de medidas.
Donde seguimos dando palos a ciegas, en mi humilde opinión, es en la parte de la prevención. Me refiero al trabajo de evitar que gente se meta a criminal y provocar que los que ahora lo son dejen de serlo. Esto es así en parte porque es la variable más compleja de las que operan en contra de la seguridad ciudadana. Igualmente, es la que menos se presta al populismo y finalmente es la que nos compromete a todos.
Recuerdo que cuando uno de mis hermanos mayores incurría en alguna travesura mi madre, que nos amaba y mimaba profundamente, solía reunirnos a todos. Nos hacia ponernos en los pantalones del travieso, nos preguntaba por qué creíamos que el muchacho había faltado y si creíamos que puestos en las mismas circunstancias habríamos actuado de forma distinta. Corregir a mi hermano y prevenirnos a nosotros dependía más del entendimiento de las razones detrás de la transgresión y menos del castigo que finalmente él sufría solito. En la inocencia de nuestra infancia mi madre logró instalar en cada uno de nosotros la idea de que en todos residía el potencial de equivocarnos. No era que uno era malo y el otro bueno, era que todos nos podíamos equivocar y por eso debíamos de evitar y elegir bien.
Si eres de los que al asomarte por las rejas de una de nuestras prisiones sientes profundo desagrado, por ponerlo de algún modo, bien por ti. Sinembargo, no olvides que ninguno/a de los/las que están ahí nació preso/a. Cada uno/a tiene una historia que conviene se pondere, no necesariamente para empatizar, sino para aprender a prevenir, corregir y evitar.