Culminada la primera etapa del desarrollo turístico dominicano, en la que quedaran resueltos los principales escollos que se interponían, se crearan las disposiciones legales y organizativas, y se iniciaran varios proyectos con características turísticas  verdaderas, los dominicanos, ya crédulos de lo que se hacía y se continuaba haciendo con pasos firmes, se dispusieron a competir con sus similares de la región a la que pertenecemos, en igualdad de condiciones.

No obstante reconocer estos aciertos, los cambios de gobiernos y direcciones generales se modificaban, sin que fueran consensuadas las reglas establecidas, lo que creó cierta inquietud y dudas entre los pocos actores que comenzaban a actuar, e invertir los cuantiosos recursos que hacían falta para dar el salto deseado.

Uno de dichos cambios consistió en la inobservancia de lo dispuesto originalmente, mediante el cual se crearon los denominados polos turísticos, permitiéndose que se violara la secuencia que se le había dado a estos, en detrimento, por ejemplo, del Distrito Nacional (Polo No.1), y de su único municipio con playa, como es el de Boca Chica. Que además se ser la playa más cercana a la ciudad capital, se encuentra cerca del único aeropuerto internacional de que se disponía, con acceso vial fácil y de excelentes condiciones, energía eléctrica instalada, y otras facilidades, no menos importantes. Entre los inconvenientes que tenía esta playa, de arenas blancas y aguas turquesas, sobresalían su contaminación, y su poca profundidad, además del creciente grado de descomposición social de una buena parte de su población y visitantes, incapaces de comportarse como lo exigen las reglas internacionales del turismo.

Como hemos visto, los ingredientes que se interponían para que Boca Chica fuera convertida, sino en una de las primeras atracciones turísticas del país, en una de las de mayor éxito, no eran nada fácil, pero no imposibles de modificar. Sabemos de sobra que existían, y todavía existen, numerosas formas de poder transformar lo que entonces parecía imposible. Un solo ingrediente, el social, se presentaba como el mas difícil de resolver. Y tenemos que convenir, en que una suficiente voluntad política, además de recursos económicos y humanos, era lo que se necesitaba para que todo mundo quedara complacido, y la playa más cercana a la capital, se convirtiera en lo que se decidió hacer en Puerto Plata, quedando Boca Chica a merced de lo que "coja mi bolón".

Pasado el tiempo sospechado, hemos visto como Playa Dorada y otras aledañas, han empezado a sucumbir, como producto de lo que muchos previeron, y no se puso la necesaria atención. Me refiero a la climatología durante la temporada alta, a la calidad de sus arenas, a las deficiencias energéticas, al igual que a las dificultades de comunicación, tanto nacional como internacional, y a otras más.

De todo lo acontecido en los casi cincuenta años transcurridos desde entonces, se ha podido comprobar, que el desarrollo de nuestro turismo de playa se ha concentrado en el litoral del extremo oriental de la República, donde se ha instalado una diversidad de complejos turísticos, que venciendo los múltiples inconvenientes, iguales o peores que los de Puerto Plata, ha llegado a convertirse en lo que podríamos llamar el campo petrolero nacional.

Lo lamentable de ese éxito ha sido, entre otros, la política de enclaustramiento, que han aplicado todos los resorts ubicados en esa y otras zonas, del "todo incluido". Lo que es decir, retener en cada complejo, casi en su totalidad, a los turistas que llegan directamente desde sus respectivos lugares de origen. Ha habido quienes denominen a esos resorts playeros como hermosos campos de concentración, en los que una buena parte de sus huéspedes ignoran el país donde se encuentran, al igual que lo cerca que están de la Ciudad Primada, y sus ancestrales monumentos y distracción cultural. Cosa, que sí lo logran dirigiéndose a otros destinos de nuestra misma área geográfica, que sí se han dedicado a rescatar y poner en valor sus respectivos patrimonios históricos.

Entendiendo que la ciudad capital, con sus valores históricos y monumentales,  resultaba muy alejada, hasta hace relativamente poco tiempo, cuando se han empezado a construir magníficas carreteras que comunican la zona de playas con la capital y otros lugares atractivos del país, no acabamos de entender el porque no permitir que los turistas puedan visitar lugares interesantes y cercanos, como la Casa de Ponce de León, en San Rafael de Yuma, Higuey, la Ermita, la Basílica y el Museo de Nuestra Señora de La Altagracia, en Higuey, al igual que las ruinas del Ingenio de Sanate, y otros lugares que hablan muy bien de la que fuera sede de Las Indias, de donde salieron los conquistadores a descubrir y colonizar  el Nuevo Mundo, y donde se llegara a establecer la primera industria azucarera americana.

Por supuesto, no nos anima culpar a los desarrolladores del litoral higueyano y romanense por las fallas que en ese sentido han tenido, y siguen teniendo, esos lugares. Sabemos que la casa y el lugar de donde saliera Juan  Ponce de León a conquistar Puerto Rico y La Florida requiere de mayor atención y complementos, para hacer más deseable su visita. Pero, no olvidemos, que en este país estamos acostumbrados a tirarle los problemas al gobierno que, aunque lo cierto es que le competen, no menos cierto es, que entre todos esos complejos han podido haberle dedicado alguna atención, de manera que todos a una puedan ofrecer lugares  históricos atractivos, para solaz e instrucción de dominicanos y extranjeros, que desean compartir su tiempo de ocio en la playa, con atracciones que enriquezcan sus conocimientos.