Amigos, y otros no tan amigos, me han estado diciendo, que mi posición frente a lo que se debe hacer para que nuestro patrimonio histórico pueda convertirse en una verdadera atracción turística, es incorrecta, debido a que lo único que tenemos los dominicanos, que pueda concitar cierto interés en visitantes de diferentes partes del mudo a nuestro terruño, es la Ciudad Colonial de Santo Domingo. Y que la misma no reviste la importancia que se le ha querido atribuir, dada su escasez de monumentos histórico-arquitectónicos de una verdadera importancia, con escasas excepciones.

Todo ello viene a colación, a raíz de la intervención que se ha empezado a llevar a cabo en el centro histórico santodominguense que, a decir verdad, desconozco en detalle, por lo que no externaré opinión alguna, hasta tanto no culminen los trabajos.

A los que se expresan como dije al inicio, y a la infinidad de indiferentes, que representan la inmensa mayoría de los dominicanos, al igual que a los que les da igual una cosa u otra, yo me permito decir lo siguiente.

El turismo como lo que se ha estado explotando mundialmente, es una industria tan variada como cualquiera otra industria. El turismo cultural, llamado a  complementar el turismo de sol y playa, donde este existe, no necesariamente tiene un patrón específico. Se encuentran los que explotan riquezas  extraordinarias, y abundantes, tanto en lo monumental, en lo histórico, como en lo artístico, y cultural. Desde países y ciudades que cuentan con una historia milenaria, relevante, representada en sus monumentos, y conjuntos, como los que les asisten recursos exclusivos, como República Dominicana, en cuyo territorio se desarrollaron los primeros intentos correspondientes al descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo. Es decir, con la totalidad de las primacías de aquel proceso histórico, en el que se desenvolvieron sus principales personajes, y agendas nunca antes llevadas a cabo.

Desde la llegada de Cristóbal Colón a territorios y civilizaciones desconocidos hasta entonces por el resto del mundo, su afincamiento en la costa norte de la Isla, y fundación de La Isabela, dos años después (1494), primera villa europea erigida en el Nuevo Mundo, hasta la invasión del corsario inglés Francis Drake, a finales del siglo XVI, nuestro país dispone de innumerables recursos para convertirse, sin grandes pretensiones, en un polo de atracción turística cultural de primerísimo orden.

De manera que contamos, no solo con lo que queda aprovechable en la Ciudad Primada, por supuesto, rescatada y puesta en valor, como corresponde, para poder atraer un turismo de calidad, y en cantidad suficiente, que sirva para complementar el de sol y playa existente, sino con un paquete, que podríamos organizar, que incluiría otros recursos monumentales, además de la Ciudad Colonial. Como es el extraordinario conjunto de ingenios azucareros, esparcidos por la región suroeste del país, primeros en instalarse en el Nuevo Continente, siempre y cuando se organice una ruta bien concebida; los yacimientos arqueológicos, compuestos por las otras ciudades erigidas durante los albores de la conquista, tales como Concepción de la Vega, y el primer Santiago de América. Ambas fundadas por el propio Descubridor, al igual que La Isabela, donde todo comenzó en el Nuevo Mundo.

De igual manera disponemos de otros importantes yacimientos arqueológicos, como el del monasterio que se encuentra debajo de sus propios escombros, y  destartaladas viviendas, en la ciudad de Puerto Plata, donde se consagrara Fray Bartolomé de Las Casas, como el primer sacerdote católico, en tierras americanas.

Compostela de Azua, donde fungiera como escribano el extremeño Hernán Cortés, y desde donde este saliera con la expedición conquistadora de México, y donde se conservan (?) las bases de la casa que edificó para su vivienda, constituye otro interesante lugar a ser rescatado, y puesto en valor, conjuntamente con las diversas ruinas de ingenios azucareros, cercanos, erigidos por los principales personajes de la colonia de Santo Domingo.

Y como si fuera poco, completar el proyecto del lugar donde se encuentra la restaurada casa fuerte de Juan Ponce de León, en San Rafael de Yuma, Higuey, y el embarcadero desde donde salió su expedición conquistadora de la isla de Puerto Rico.

De igual manera, poner en valor los conjuntos victorianos de las ciudades de Santiago, La Vega, Montecristi, y San Pedro de Macorís, es otro de los retos que tenemos por delante, si es que verdaderamente queremos posicionarnos como el principal polo turístico del Caribe insular.

Todo esto, antes de que continúen desapareciendo los exiguos recursos arquitectónicos de estas ciudades. La última de las cuales llegó a convertirse, junto a la desaparecida Sánchez, en la panacea económica de la joven república, durante la llamada “Danza de los Millones”, proporcionada por su rica industria azucarera, de finales del siglo XIX, y principios del XX, la primera, y por convertirse en el principal centro portuario y bancario de la república.

Ahora bien. ¿Que esto no se logrará por arte de magia, ni por obra y gracia de los que aspiramos una vida mejor para los dominicanos? ¿Ni esperando que vengan a sacarnos del hoyo unos cuantos extranjeros, como lo han venido haciendo los mineros y otros “inteligentes” explotadores?, que vienen a “sacrificarse” por nosotros.

Estoy seguro, como lo he estado desde hace tiempo, que el sol y la playa seguirán aportando suficientes recursos a la complicada situación política, económica, y social de nuestro país. Por supuesto, siempre que esa modalidad de turismo continúe siendo la principal proveedora de divisas, generación de empleo, y otros beneficios como hasta ahora. De lo que nadie está en condiciones de garantizar.

Así las cosas, continuaré esperando que las autoridades nacionales se acaben de poner las pilas, ejerciendo su autoridad, para que las cosas se hagan como corresponden, tanto en lo relacionado a nuestra Ciudad Colonial, como al resto del patrimonio histórico, llamado a contribuir con el bienestar nacional.