En el clima vertiginoso de los años setenta del siglo pasado, cuando se agudizaron las confrontaciones ideológicas y el apego a consignas individuales e individualistas,  surgió como una luz inesperada y un rayo de esplendor esta joya: seguir ideas, no hombres.

Fue un momento de inflexión para el seguidismo servil y la independencia de criterios, para el dogmatismo inorgánico y la toma de conciencia de la realidad, para la masificación pura y simple y para el juicio libre y correcto.

Algunos se decantaron por el camino que les trazó el hambre,  otros mantuvieron el apego doctrinal a consignas y una talvez minoría, importante, creyó y sigue creyendo en las ideas y en que se puede proyectar una realidad de justicia social para las mayorías.

La historia está llena de fracasos del personalismo, el endiosamiento

Marx es brillante y su ideal de un socialismo con rostro humano se mantiene como lo mejor del porvenir independientemente de quienes lo sabotean haciéndose pasar por lo que no son, por los que no creen en la evolución de la historia y de las sociedades y los que tienen una gran vocación para el insulto, el denuesto, la arrogancia seudointelectual y el etiquetado barato.

MARX, su examen, bisturí y lupa en mano, de las sociedades, se mantiene incólume por encima de las antiguallas, los espíritus sectarios y los apóstoles  de la mentira y la degradación.

El seguimiento de ideas es básico para determinar las sendas adecuadas.

La historia está llena de fracasos del personalismo, el endiosamiento.

La razón a exponer es sencilla y talvez trillada: los hombres (y las mujeres) pasan, las ideas quedan.

Los pueblos aprenden en medio de tragedias y caídas, a encontrar sus objetivos verdaderos, su futuro, su realidad.

Pero este encuentro no es lineal ni está libre de escollos enormes.

Tiene que vencer a los farsantes, los vendedores de mentiras, los pobres de imaginación, los cobardes y los alacranes que siempre están al acecho de que alguien diga algo para reeditar el insulto y la ignorancia.