A lo largo de la historia política dominicana encontramos una serie de situaciones de crisis internas de grupos o partidos políticos que han hegemonizado el escenario político y el manejo institucional del Estado dominicano en momentos determinados. Este tipo de coyunturas políticas “hegemonizadas” han terminado en profundas crisis internas con repercuciones nacionales desastrosas.
Señalaré algunos ejemplos sin entrar en detalles, ya que cada coyuntura histórica en que ocurrieron estas crisis partidarias estaban determinadas por la complejidad social e institucional del momento y por un conjunto de factores internos y externos que le impregnaron matices específicas.
Durante el período (pre-pos) de la guerra restauradora (1864-1866) el predominio de los liberales cibaeños en el ejercicio del poder, que se consolidó con la salida de las tropas coloniales españolas en 1865, generó un momento de crisis interna en el gobierno restaurador. Inmediatamente desaparecieron las motivaciones que aglutinaron a los diversos sectores sociales del país en torno a la guerra nacionalista y el grupo liberal cibaeño, quienes habían capitalizaron el disgusto político y social de los agravios y atropellos que la población dominicana había recibido de los funcionarios del gobierno colonial español, emergieron las luchas de intereses y las ambiciones políticas.
Dentro del gobierno restaurador aparecen dos tendencias políticas que se aglutinaron en torno a José Antonio Salcedo y Gaspar Polanco. Estos grupos se enfrentaron de tal manera que la crisis interna del grupo restaurador terminó con el fusilamiento de Salcedo; y el derrocamiento del gobierno de Polanco, gestando una situación política en un momento crucial para la formación del Estado-nación, que trajo como consecuencia un largo período de inestabilidad (1866-1879) y el resurgimiento de Buenaventura Báez, quien monopolizó el ejercicio del poder estatal y puso en peligro la soberanía nacional.
Con la llegada al poder de Gregorio Luperón en 1879, se consolida el partido liberal nacionalista o partido Azul, inaugurando un período de hegemonía partidaria que condujo a un proceso de estabilidad política.
El partido Azul estableció un esquema de alternabilidad de gobierno de dos años sin reelección, que permitió el surgimiento de una nueva generación de figuras políticas. Posteriormente surgiría una lucha política interna que desencadenó consecuencias desastrozas y funestas para la sociedad dominicana. Para las elecciones de 1886, se enfrentaron dos facciones: los lilisistas (Ulises Heureaux) y los moyistas (Cacimiro de Moya); este enfrentamiento político trajo como consecuencia una guerra civil “la revolución de Moya” con alcance nacional que finalizó con el triunfo de “Lilís”, utilizando todos los recursos del Estado dominicano; comprando a los generales moyistas con dinero y nombramientos importantes en el aparato estatal. Ulises Heureaux acumuló tanto poder sobre la sociedad dominicana que, con mucha facilidad pudo aniquilar políticamente a Gregorio Luperón, desmantelar el partido Azul e instaurar una férrea y violenta dictadura.
Con el proceso de apertura política que trajo consigo la caída de la dictadura de Ulises Heureaux (Lilís), se inauguró un período de enfrentamientos entre presidentes y vicepresidentes a lo interno de los partidos. Los enfrentamientos de Juan Isidro Jimenes y Horacio Vásquez en 1901 y los enfrentamientos de Carlos Morales Languasco y Ramón Cáceres en 1904, desencadenaron un período de inestabilidad política que fue acompañada por una sistemática penetración de la injerencia estadounidense en los asuntos políticos internos. Estas luchas políticas nacidas a lo interno de las agrupaciones políticas Jimenistas “los Bolos” y horacistas “los Coludos fue fragmentándose en diversas ramificaciones. Este largo período de inestabilida política, donde surgieron enfrentamientos internos entre Cáceres y Vásquez; entre los Victoria (Eladio y Alfredo) y Federico Velásquez Hernández; entre “Bolos pata blanca” (Francisco Henríquez y Carvajal, los Gullón, Francisco J. Peynado, Fiallo Cabral) y “Bolos pata prieta” (Mauricio Jimenes, Desiderio Arias, Zenón Toribio), terminaría con el asesinato de un presidente (Ramón Cáceres) y la intervención militar estadounidense en mayo de 1916.
Un caso con matices políticas y un contexto social muy particular, en cuanto a los mecanismos de gobernabilidad pre-establecidos, el arraigo de la dinámica social caudillista y la debilidad del sistema democrático y político; fue el proceso jurídico de prolongación y reelección de Horacio Vásquez (1924-1930), que conyevó a un período de crisis política que terminó con una revuelta cívico-militar que lo derrocó en 1930. Estas ambiciones reeleccionistas de Vázquez y la disputas políticas que trajo consigo facilitó el camino para que surgiera la más sangrienta y prolongada dictadura dominicana; la dictadura de Rafael L. Trujillo; quien se consolida en el poder tras aniquilar internamente a Rafael estrella Ureña en 1934.
Después de la caída de la dictadura de Trujillo, inicia un período de apertura democrática contextualizada por la polarización de la guerra fría, que aglutinó a los distintos gurupos políticos y sociales en torno a una bipolarización ideológica de las luchas políticas. Con el final de la guerra constitucionalista en 1965; y el proceso de libertades políticas que se inauguró en 1978, se reconfigura un sistema político marcado por las luchas internas de los partidos mayoriatarios en el ejercicio del poder.
Estas luchas internas en los partidos con repercusiones nacionales importantes fue una constante durante el período de apertura democrática. Algunos de estos enfrentamientos: Joaquín Balaguer y Augusto Lora; Juan Bosch y Juan Isidro Jimenes Grullón – Ángel Miolán; Antonio Guzmán y Salvador Jorge Blanco; José Francisco Peña Gómez y Jacobo Majluta; y la de Hipólito Mejía y Hatuey Decamps; esta última crisis interna del Partido Revolucionario Dominicano, estuvo motivada por la reforma constitucional que habilitó a Hipólito Mejía para reelegirse en las elecciones del 2004, que finalmente perdió.
La historia política nos muestras que los partidos políticos estan insertos en la lógica de las disputas y luchas por el control político y el manejo del Estado, cumplen un ciclo de desgaste y la decadencia; en muchos casos, estas crisis son los disparadores que permiten romper los esquemas de hegemonía partidista establecida. La prolongación del ejercicio del poder de manos de un solo partido o grupo político en un orden institucional democrático que exige pluralidad, apertura y consensos trae consigo su propio agotamiento.
En la coyuntura actual el modelo de gobernanza del centralismo democrático del Partido de la Liberación Dominicana, y sus órganos de dirección (Comité Político y Comité Central) enfrentan un momento fundamental de debilitamiento orgánico que amenaza su reciclaje hegemónico en el manejo institucional del Estado dominicano y en el escenario politico nacional.
La lucha entre los danilistas y leonelistas aparentemente tiene varias motivaciones soterradas. Por el desenlace que llevan los acontecimientos actuales de la lucha interna por la pre-candidatura a la presidencia del PLD, una de las metas de Danilo Medina y su círculo rojo, es impedir a toda costa que Leonel Fernández vuelva al poder. Todo aparenta que un móvil de mucha importancia en toda esta lucha interna del PLD va más allá de las disputas por conseguir o mantener la impunidad que otorga el manejo del poder ejecutivo; este episodio político tan desagradable, autoritario y vergonzoso puede que termine con la salida de Leonel Fernández del PLD, que es a lo que apuntan todas las manifestaciones internas de esta lucha.
El hecho de que 22 de los 35 miembros del Comité Político, que no quieren despegarse de las mieles del aparato estatal, hayan firmado el documento donde acusaban a Leonel Fernández y los suyos de "beligerantes", y de enfatizar en reiteradas ocasiones, que la "insurrección" de esta minoría leonelistas pone en peligro la perpetuidad de esta élite política que lleva 20 años en el manejo de las instituciones del Estado; por eso motivos trataran de que la crisis interna no los consuman ni los distraiga de la meta de permanecer como partido manejando la cosa pública.
Ningún grupo o élite política en la historia dominicana ha permanecido tanto tiempo sistemáticamente como algunos de los miembros del Comité Político (Euclides Gutierrez Felix, Francisco Javier García, Monchi Fadul, Reinaldo Pared Pérez, etc..). Sólo Joaquín Balaguer, como individuo político, no como grupo político, pudo durar tanto tiempo en el tren gubernamental; después, ningún otro grupo ha estado tanto tiempo manejando el gran volumen de recursos del Estado; y en un marco coyuntural de gobernabilidad y crecimiento económico.
Los danilistas no desean revertir la enorme grieta política que han generado con los leonelistas, ya que la decisión de la reelección es sólo es una cuestión de cálculo; el pragmático danilista tiene las cartas sobre la mesa, sólo esperan que los números alcancen para que la reforma constitucional sea un hecho. En caso contrario, si lo leonelistas logran la candidatura a la presidencia por el Partido de la Liberación Dominicana, los danilistas se sentirán perseguidos (al estilo Antonio Guzmán vs Jorge Blanco); por lo que resultaría muy difícil que dentro de esta coyuntura política el PLD salga fortalecido electoralmente; se le hará difícil proyectar un relato mediático que revierta el disgusto de la población.
Todo apunta que dicho partido irá dividido a unas elecciones, que desde ya, muestran ser muy "sospechosas" por el manejo irregular que ha tenido el pleno de la Junta Central Electoral con algunos casos, lo que le va agregando condimentos de ilegitimidad al proceso electoral.
Mientras tanto, la élite política del Comité Político del PLD, que se ha sentido muy cómoda con la oposición política; visualiza la amenaza que significa esta lucha interna para mantenerse en el poder, por eso a Leonel Fernández, quien ha sido el promotor de una situación política que ha debilitado el partido; y que ha sido acusado de desobedecer la "disciplina partidaria" será políticamente castigado por sus propios camaradas.