En la primera parte de este artículo analizamos, someramente, a Jesús de Nazaret desde una perspectiva puramente histórica; reconociendo la insuficiencia documental que se interpone a cualquier investigación, o análisis, que se pretenda hacer de la figura más trascendental que haya conocido la historia de la humanidad. Salvo escasas excepciones, no se cuenta con evidencias documentales, iconográficas o esculturales que evidencien la existencia real de un Jesucristo humano que anduvo entre nosotros haciendo milagros o llevando un mensaje moralista, capaz de calar en la consciencia del hombre hasta transformar no solo sus valores, sino también sus pensamientos y modo de ver las cosas.

El testimonio de Jesús no es, sin embargo, el único que se enfrenta a la falta de constatación histórica, sino que comparte tan peculiar característica con otros personajes de diferente significación. Por ejemplo, tenemos el caso de Sócrates, considerado como el filósofo moralista entre la triada de los más grandes filósofos de la antigüedad. Se cuenta que Sócrates, a diferencia de los sofistas, enseñaba a todos sin hacer exclusión de personas, ni por beneficios materiales. Se le acusó de haber corrompido a la juventud he intentado introducir nuevos dioses a la cultura religiosa griega, por lo que fue condenado a la pena capital la cual consistía en beber la Cicuta, un veneno mortal para la especie humana. Ha Sócrates se le atribuye el haber idealizado dos métodos de extrema importancia en la Filosofía: la Dialéctica (el método empleado por Sócrates era evidentemente dialectico) y la Mayéutica; método mediante el cual inducia a sus interlocutores al arribo de sus propias verdades. Todo lo que con respecto a Sócrates se afirma, no obstante, es dicho sin haber el filósofo escrito nada (como Jesús) y sin contar con otras evidencias que no sean los testimonios dados por algunos de sus discípulos como Platón, Antistenes, Aristipo, y Jenofonte; equiparable a los cuatro evangelios en la historia particular de Jesucristo.

Pero la validez histórica de Jesús de Nazaret es, a pesar de la referida falta, extraordinariamente consistente, no solo porque su legado arrastra la mayor cantidad de adeptos en todo el mundo, sino también porque a pesar de lo poco que de él se sabe, su obra, llevada a cabo en apenas tres años, implicó verdades absolutas que han permito que su famosa afirmación de que el cielo y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán, se cumpla con impresionante exactitud. El hecho de que Jesucristo nada escribiera o que, fuera de los redactores de los evangelios, contados historiadores se interesaran en él, no impidió su trascendencia a lo largo de la historia y su incuestionable influencia en todo el mundo.

Sin embargo, las insuficiencias históricas al respecto de su vida inducen la idea de que no siempre fue un personaje influyente, de hecho, pudiera considerarse que durante su existencia terrenal, y las primeras décadas transcurridas tras su muerte, pasó por ser un personaje a penas reconocido. No se explica de otro modo que ningún historiador u hombre de letras vieran en Jesús una inspiración digna por la cual escribir, o que su legado haya sido suficiente como para contarse, sino que los azares de los tiempos delegaron en los evangelios la responsabilidad de obrar el milagro y reponer a Jesús de Nazaret en la historia universal.

¿Dónde estuvo el secreto de Jesús, aquel que permitiera revelarlo a la humanidad en su forma divina? Debemos buscar la respuesta a dicha pregunta en un detalle histórico que hizo, por pequeño que pudo resultar, que la historia de la humanidad cambiara para siempre: La despenalización del cristianismo en el imperio Romano por parte de Constantino.

La historia enseña que Constantino, emperador romano, se convirtió al cristianismo por la visión que el emperador tuvo de Jesucristo y la cruz, y que tras dicha visión se convenció, cual Pablo el Apóstol, del carácter divino de Cristo he hizo oficializar la religión. Antes de aquel hecho, era explicable que los cristianos, como miembros de la extraña secta, como se le denomina en la obra Memorias de Adriano, fuesen perseguidos y condenados, pues se trataba de una doctrina que reñía con el politeísmo romano lo cual constituía la cultura religiosa de Roma, y que, además, amenazaba con expandirse.  Se arguye, hipotéticamente, que Constantino, dada las circunstancias, actuó por conveniencia antes que por conversión, pues las pocas personas que pregonaban el cristianismo lo hacían conscientes de los peligros cursados y morían ofreciendo canciones al cielo y con lozanas sonrisas de felicidad, por lo que el emperador pudo concluir que con un movimiento cuyos integrantes desdeñaban la muerte, y más aún, parecían abrazarla, no se podía competir.

Oficializar el cristianismo fue, quizás, una medida política y estratégica antes que de fe; una argucia sensacional que cambió para siempre el criterio politeísta de las religiones occidentales. ¿Pero, desmitifica todo aquello a la figura de Jesucristo como piedra angular del cristianismo? De ninguna manera. El Cristianismo es hoy la religión monoteísta más seguida en todo el mundo, con un aproximado de 2,100 millones de adeptos y seguida únicamente del Islam, que cuenta con un aproximado de 1,300 millones de seguidores.

Lo que sorprende del cristianismo es que se basa en un sistema moral constituido de verdades absolutas, todas desprendidas de las enseñanzas de Jesús,  y atribuidas única y exclusivamente a él. El sentido divino de Jesucristo y de la religión que El Mesías representa se testifica por los relatos bíblicos contemplados en los evangelios, y se reconfirman por los cientos de milagros que se suceden incluso en nuestros días en las distintas denominaciones cristianas. Parece que una fuerza invisible y extraña, pero sobretodo extremadamente poderosa, ha obrado para que lo que empezara como un movimiento en principio insignificante, con una figura central en lo absoluto humilde, se convirtiera en la corriente religiosa y moral más grande en todo el mundo por cientos de años; manteniendo intacto no solo su carisma, sino también sus verdades terrenales.