Los políticos que han gobernado en la República Dominicana a partir del inicio del proceso democrático en el año 1978 han culpado de manera constante al contexto internacional de nuestros males nacionales.

Es cierto que en un mundo cada vez más globalizado y en una economía abierta como la dominicana, el contexto internacional constriñe nuestro desempeño como sociedad. Pero la mayoría de los indicadores políticos de calidad de la democracia muy poco tienen que ver con el chivo expiatorio al que, tanto los doce años de gobierno del PRD como los de igual período del PLD, recurren para justificar sus ineficiencias para gobernar.

¿Qué tiene que ver el contexto internacional con que el país se sitúe, durante más de diez años y de manera constante, entre los estados más corruptos del hemisferio? ¿Qué tiene que ver con que ocupemos, de acuerdo al reciente Informe sobre Competitividad del Foro Económico Mundial, que analiza a 142 países, el lugar 140 en desvío de fondos públicos, el 135 en confianza ciudadana en los políticos, el 141 en favoritismo en las decisiones de los funcionarios del gobierno, el 142 en  despilfarro del gasto público, el 142 en confianza en la policía, y el 136 en calidad del sistema educativo?

Admitamos que tenemos una democracia enferma, enclenque, desmejorada, postrada y, para colmo, en un acelerado proceso de deterioro, pues si el año pasado ocupábamos el lugar 101 hoy alcanzamos el 110, de acuerdo al citado informe.

Para mejorar la salud de nuestra democracia -menos corrupción, más eficiencia en la gestión de los recursos del pueblo, menos clientelismo, más institucionalidad, más transparencia, mejores políticos, mejor planificación- no hay que tener grandes yacimientos de petróleo, gas o metales. Lo que necesitamos es talante político para gobernar. Arreglemos nuestra casa y por favor, señores políticos, dejen de echarle la culpa al vecino de sus irresponsabilidades y pequeñeces en el ejercicio de gobernar.