Las cifras de nuevos infectados por la covid-19 es totalmente engañosa. Sabemos que el número aproximado más confiable de ellos está en función de la cantidad de pruebas que se hagan y de su confiabilidad. Al día de hoy los test efectivamente realizados son harto insuficientes y, por lo tanto, no pueden ofrecernos una idea aproximada de la verdadera dimensión del problema.
Esta insuficiencia limita enormemente localizar los contactos de los declarados enfermos para proceder con su aislamiento y someterlos de inmediato o en el menor tiempo posible a las pruebas de Reacción en Cadena de la Polimersa (PCR), que se reputa como una de las más confiables y que no es ninguna novedad en la detección de agentes infecciosos.
De acuerdo con el sitio web Worldometer, que es operado por la compañía de datos Dadax, desde el momento en que se conocen estadísticas oficiales sobre el asunto, el país acumula 889 mil 180 test, que no sabemos si incluyen otros tipos de pruebas utilizadas actualmente.
Asumiendo una población de 10.9 millones, este esfuerzo equivale a 81 mil 548 test por millón de habitantes. Esto significa que, de cada 100 ciudadanos en un millón, solo a 8 le hicieron la prueba para detectar la covid-19. Es un ritmo inaceptable que está muy por debajo de naciones con parecidas características al nuestro.
Por otro lado, tenemos la confiabilidad en la detección. En nuestro país tenemos laboratorios con sistemas de gestión de la calidad certificados, pero creemos que son pocos o no existen unidades con competencias técnicas acreditadas o reconocidas en determinadas pruebas importantísimas. Si usted se hace un examen de colesterol con un mismo método de análisis en cinco laboratorios dominicanos, con toda seguridad obtendría cinco resultados diferentes. Esto tiene que ver con la acreditación (y con el diagnóstico médico) de competencias y con el hecho de que en el país no se hacen ejercicios interlaboratorios para fortalecer la confiabilidad de los resultados.
Este hecho crucial pasa totalmente desapercibido. Por ejemplo, Una prueba de laboratorio que no demuestre mediciones trazables -en una prueba o ensayo de laboratorio se hacen mediciones analíticas-, pone en duda en algún grado la confiabilidad de sus resultados. También debemos tener en cuenta la enorme presión por el lado de la demanda. Sabemos que miles de personas, con fundamento o no, desean hacerse una prueba y terminan desistiendo del intento por la larga espera y otras muchas dificultades que enfrentan. Luego, en muchos casos, resultan positivos, a veces muy tardíamente, esto es, cuando ya han aparecido síntomas serios de la enfermedad.
Las medidas incluidas en el último decreto presidencial son esencialmente repetitivas, es más de lo mismo, excepto en lo que respecta al toque de queda. Ya sabemos que debemos usar mascarillas, lavarnos las manos con la mayor frecuencia, mantener la distancia y evitar las aglomeraciones. En lo que respecta al toque de queda, una medida extrema que limita las libertades, propicia la depresión y exacerba los machismos y feminismos latentes, presentamos a continuación nuestras humildes puntualizaciones.
Los rebrotes importantes y sostenidos de la enfermedad parecen obligar a los gobiernos a recurrir a esta medida extrema y odiosa para todos. Entendemos que en nuestro país no tenemos fundamento alguno para hablar de ningún rebrote; tampoco, hasta donde sabemos, de la aparición del virus mutado detectado en otros países (la versión inglesa ya llegó a nuestra América).
Se dice que cuando ocurren rebrotes importantes de la enfermedad la causa es una población irresponsable que hace caso omiso a las recomendaciones de las autoridades. Entonces, cuando la cantidad de afectados es importante y creciente en un determinado período, los gobiernos recurren al toque de queda para bajar la tasa de contagios y evitar que los sistemas salud colapsen. Es una última opción que busca evitar un atascamiento trágico de grandes magnitudes.
Pero, ¿son realmente efectivos los toques de queda en países como República Dominicana? Sin duda, mantener a todos en sus hogares por mucho tiempo debe reducir la tasa de contagios en medida importante, por lo menos y con toda seguridad en los países desarrollados.
En el caso dominicano como en muchos otros debemos tener en cuenta algunas consideraciones importantes.
Primero, ver el toque de queda como un mal necesario en momentos de mareas muy altas de contagios, lo cual no se ha verificado en nuestro país.
Segundo, no perder de vista que esta medida extrema afecta la economía y la sociedad en general, especialmente a una como la dominicana donde la informalidad, la pobreza y la sobrevivencia son rasgos penosamente distintivos de su funcionalidad.
Tercero, el toque de queda debería ser una estrategia más focalizada, como aconsejan los expertos. Sería válida para las regiones más afectadas, pero en todo caso no se recomiendan períodos muy largos de tiempo.
Cuarto, el gobierno y sus expertos de salud deberían conocer ciertas variables sociodemográficas antes de decidirse por los confinamientos muy duros. De acuerdo con la ONE, 33% de la población dominicana vive en condiciones de hacinamiento y 7% de las familias conviven en situaciones de hacinamiento extremo (cinco o más personas viven en una habitación que en la mayoría de los casos es inaceptablemente pequeña).
Este es un país donde cientos de miles de personas viven en condiciones de pobreza moderada a extrema, y en las peores condiciones sanitarias imaginables. Para estos grandes contingentes de la población (33 de cada 100) el toque tiene visos de una medida dictada por extraterrestres, no por dominicanos. El derecho a pasarla bien en una villa, en una casa en las montañas o en los hoteles de playa es un sueño inalcanzable para millones de dominicanos.
Insistimos en que el control sanitario para identificar, testear, rastrear los casos e interrumpir cadenas de contagios son las herramientas decisivas en esta lucha, además de las medidas de protección personal consabidas. Pero sin armas suficientes, con sistema de salud débil y lleno de anomalías, sin una inclusión real de la capacidad científica nacional disponible en la lucha contra el virus, el enclaustramiento, siendo odioso e injustificado en muchos casos, resulta de la falta de alternativas disponibles.