Posterior a la conversión del catolicismo en religión oficial del Imperio Romano en el año 313, el poder económico y político de la Iglesia creció de forma constante en toda Europa; la confiscación de terrenos, templos y reliquias; la apropiación de bienes durante las Cruzadas; la imposición de impuestos a la servidumbre; el saqueo de Constantinopla; las conquistas de nuevos territorios en África y el Nuevo Mundo; y las alianzas papales con la nobleza, entre otras, fueron las fuentes esenciales que la convirtieron en un colosal imperio económico representado en la contemporaneidad por el Vaticano. Sin embargo, cada vez con más frecuencia las iglesias pierden adeptos; su inflexibilidad dogmática a pesar de los indetenibles cambios sociales, los crímenes pederastas, las intrigas bancarias y el progresivo alejamiento evidente entre líderes y seguidores hacen que el catolicismo en particular atraviese hoy la mayor crisis de su historia.

No hay signo más claro de tal conmoción que la acelerada deserción de fieles, la fuga de creyentes que se entregan al ateísmo, al desinterés agnóstico o a otras denominaciones religiosas, fenómeno más evidente en las naciones desarrolladas. Los bastiones tradicionales del catolicismo en el Tercer mundo ya sufren también el éxodo de adeptos: de acuerdo con el Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM, 10 mil personas abandonan la fe católica cada día; encuestas recientes revelan que en México, a título de ejemplo, la Iglesia perdió el 16% de los devotos durante la última década. En lo que respecta a países afluentes el descontento parece ser mayor: en Francia las encuestas arrojan una reducción de un 30% en el número de católicos; para el año 2018 se pronostica que en Holanda quedarán menos de mil iglesias comparado con las 1,700 que existían en 2004; y en Alemania, caso peculiar dada la nacionalidad alemana del Papa anterior, la situación es similar.

Según el informe anual 2011-2012 de la Conferencia Episcopal Alemana los obispos de dicho país tuvieron que cerrar más de 400 templos ya que durante tal período perdieron unos 126 mil fieles; se calcula que en la próxima década unas 700 iglesias más están destinadas a desaparecer. Los evangélicos por su parte, han anunciado la clausura de 340 templos ya que, según Reinhardt Maiwack, portavoz de la institución, unas 150 mil personas abandonan dicha secta anualmente. Un reciente reportaje en la prensa germana atrajo mi atención ya que éste comentaba sobre algunas de las estrategias que la jerarquía religiosa de dicho país ha implementado a fin de reajustar el inventario de templos, terrenos y casas parroquiales que ya se hacen redundantes dada la pérdida de fieles. Un plan en particular resultó ser intrigante: la venta de iglesias.

“Las Iglesias católica y protestante de Alemania han tomado esta decisión ante la falta de fieles. No son caras. Una capilla del siglo pasado en un terreno de 1,057 metros cuadrados en Loitz, por ejemplo, cuesta 20 mil euros”; así reza un párrafo del reportaje de marras fechado en Berlín el cual revela además que posterior a la venta estas edificaciones a menudo son convertidas en centros comerciales o en apartamentos de lujo. ¡Vaya destino de un lugar sagrado! (Para los interesados, en la página www.kirchengrundstuecke.de aparecen cientos de propiedades a la venta). El periodista concluye el texto comentando sobre una reveladora historia relacionada con el tema recientemente acaecida en la importante ciudad de Hamburgo.

La iglesia de Kapernaum de dicha urbe había sido adquirida por una comunidad musulmana que pretendía convertirla en mezquita; evangélicos y católicos se escandalizaron y tomaron medidas “para que esto no volviera a suceder”. Los grupos neonazis hicieron también de las suyas manifestándose violentamente a fin de impedir el “cambio de uso” de la mencionada edificación. A juzgar por estas reacciones, podría concluirse que el egoísmo humano va más allá de lo puramente material porque al parecer en Occidente sólo se debe creer en una versión de Dios. Incluso aunque usted haya pagado por el derecho de hacerlo en su propio templo.