Las imágenes de los dos de los aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas en Nueva York el 11 de septiembre del 2001 provocando la destrucción íntegra del World Trade Center, y la escombrera del Pentágono materialmente partido en dos por el tercer avión-bomba han vuelto a sernos familiares en estos días atrás al celebrarse el décimo aniversario del más brutal acto terrorista sufrido por Estado Unidos.

Menos espectacular, pero no menos importante, es lo que nos queda para el recuerdo del cuarto avión, el del vuelo 93 de United Airlines, que no alcanzó ningún objetivo gracias a la heroica intervención de los propios pasajeros que forcejearon con los terroristas en la cabina de mando de la aeronave impidiendo que se estrellara contra objetivos humanos.

Diez años después, este acto terrorista, que ha marcado el devenir de la mayor potencia mundial y del mundo entero, todavía no aparece en los libros de texto de historia que se estudian en las escuelas de la mayoría de los países, incluido Norteamérica. Diez años, al parecer, son todavía pocos para sacar conclusiones definitivas y darlas a conocer a las nuevas generaciones.

A falta de análisis más ponderados, lo ocurrido el 11 de septiembre del 2001 en el corazón del poder económico norteamericano, las Torres Gemelas, y en el Pentágono, símbolo de su poder militar, queda simplemente registrado como un hecho lamentable que mató a más de dos mil personas.

Lo que yo no sabía es que algo muy parecido a lo que ese día aconteció ya fue en cierto modo imaginado por E.B. White, un reportero norteamericano nacido a finales del siglo XIX y fallecido en 1985. En un ensayo encargado por una revista de viajes que tituló "Esto es Nueva York", publicado en 1949 escribió: "una escuadrilla de aviones poco mayor que una bandada de gansos podría poner fin rápidamente a esta isla de fantasía y quemar las torres, derribar los puentes, convertir los túneles del metro en recintos mortales e incinerar a millones. La intimidad con la muerte ahora forma parte de Nueva York: está en el sonido de los reactores en el cielo y en los negros titulares de la última edición".

Obviamente no se trata de una premoción, al menos consciente, pero las más de seis décadas que separan este texto del atentado a las Torres Gemelas y al Pentágono en 2001, lo convierten en una suerte de extraña ficción.

Que todavía los "porqués" y las consecuencias de este atentado no aparezcan en los libros de texto de historia tiene sentido. Deberá seguramente pasar más tiempo para desvelar lo que aún queda oculto y para que las preguntas que todavía se hacen el mundo y los gobiernos encuentren respuesta.

No está claro, no obstante, que con la inmediata respuesta militar dada por Estados Unidos y sus aliados contra AlQaeda, se haya neutralizado el objetivo que pretendían los terroristas con su atentado. En cierto modo se salieron con la suya.

Ciertamente, la guerra desatada contra los terroristas ha sido masiva y ha obtenido victorias como la muerte de Bin Laden y la debilitación de Al Qaeda. Los talibanes fueron apeados del poder en Afjanistán, aunque están lejos de haber quedado noqueados.

Pero no es menos cierto también, que el choque de aquellos aviones contra las Torres Gemelas y el edificio del Pentágono forzaron a Estados Unidos a incrementar su gasto militar de manera que su economía ha quedado descompensada y terriblemente afectada.

El sostenimiento de una economía de guerra, que en principio se pensaba de corta duración, ha sobrepasado todas las expectativas. La presencia de las tropas norteamericanas en los principales lugares de conflictos de alta tensión repartidos en el mundo está siendo tan costosa que algunos aseguran que ya no es la potencia que fue en las décadas anteriores.

Si esto fuera cierto, habría que reconocer, diez años después, que los terroristas que pretendían agredir el poderío económico y militar de Estados Unidos, consiguieron en cierto modo sus objetivos y se salieron con la suya.