No es posible seguir, como si nada, por ese derrotero que no conduce a ningún resultado positivo. Se repite, en forma dolorosa, comportamientos, consignas y posiciones políticas, disfrazada de un falso extremismo que demuestra desubicación histórica, que nos coloca de espalda a la población y muy alejada de la realidad.
Todavía se vive atrapado en una tele araña ideológica y mental que impide dar un paso hacia adelante, ya que la escasa visión, estorba observar con claridad el horizonte y actuar en consecuencia. Se choca con la misma piedra, en forma reiterada, sin sacar las lecciones correspondientes.
Si en el ayer los revolucionarios desempeñaron papeles importantes en el devenir histórico, también es cierto que no supieron escoger el camino apropiado para insertarse en los cambios que se producen como resultados de las contradicciones económicas, políticas y sociales que mueven el motor de la historia.
Pareciera como si el pensamiento y la práctica se detienen en el tiempo y espacio. Todo les resbala, no ponen atención, ni participa, en los acontecimientos del momento, apegados a críticas compulsivas sin soluciones viables, viven su mundo de fantasía, encerrado en sus creencias idílicas; y el pueblo mira, esa anormalidad, con sorpresa y tristeza.
A veces, me pregunto. ¿qué les pasa a los revolucionarios?
No se dan cuenta de que cada día somos menos, con escasas influencias en la población, desentonando en cada instante, y lo más lamentable, con escaso peso específico en la sociedad. Un cuadro tétrico que llora ante la presencia Dios y lacera profundamente el sentimiento de los que creemos en los revolucionarios: en su seriedad, lealtad y entrega.
El trabajo político tiene la misión fundamental de llegar a la población e influir en su forma de pensar y actuar. En ese trayecto se bate con el Estado y sus instituciones, así como con los partidos políticos que se alternan el poder. No es una tarea fácil. Hay que afinar, muy bien, la puntería para no perder el tiempo, llevar confusión y frustración a la militancia.
En sociedades como la nuestra, el trabajo debe ser planificado y organizado de acuerdo con nuestras expectativas a corto, mediano y largo plazo que alimente la táctica y la estrategia de manera gradual y ascendente. Si se carece de un Plan de Trabajo, acompañado con su método y su forma de evaluación periódica, están perdiendo el tiempo. Riéndole culto a la espontaneidad.
Hacer política es algo serio, cambia constantemente. No es lo mismo la era post trujillismo que en los albores de un nuevo siglo. Tenemos actores y escenarios muy diferentes, donde la revolución tecnológica ha modificado en forma sustancial las condiciones de vida y de trabajo de la población.
Sin ninguna duda, algo anda mal. El método empleado para proceder en política no está rindiendo los frutos esperado. Lo que urge un proceso crítico y auto crítico que vincule la nueva forma de hacer política a la estructura partidaria que se supone camina de acuerdo con los nuevos tiempos.