“¿De qué le sirve poder dudar a quien no puede decidirse?” (Bertolt Brecht)
En un sistema político sin normas legales, carente de institucionalidad y, por lo tanto, incapaz de generar procesos electorales competitivos, la existencia de un partido cartel hace que el sistema se asemeje peligrosamente a una dictadura. El argumento de que no es posible derrotar las dictaduras una vez abierta la posibilidad de que se exprese la voluntad popular mediante elecciones es falaz.
Y hablamos de ausencia de elecciones competitivas como las describe Vallès: neutralidad del gobierno, igualdad de los candidatos para acceder a los medios de comunicación y de publicidad, garantías para la libre emisión del voto y protección del secreto, recuento público de los votos, instancia independiente que arbitre los conflictos electorales y la aplicación de las normas.
Un caso extremo y emblemático es el de Chile, donde en 1988, mediante un plebiscito organizado dentro del marco legal de la misma dictadura, se abrió el camino a la elección presidencial que culminó con la llegada al gobierno de la oposición democrática agrupada en una coalición política, la Concertación, que muy pocos imaginaron que pudiera llegar a concretarse. En Argentina, Alfonsín ganó también con todo en contra. Y no olvidemos que, con los años y los avances, dos países son gobernados en la actualidad por ex – presos políticos de sus respectivas dictaduras (Rousseff y Mujica). Entonces, con todo en contra se puede.
El camino judicial evidentemente no está disponible ni es conveniente para el cambio político que desplace al partido cartel. Una querella o la pura protesta social, aunque sean derechos sagrados, no provocan cambios políticos.
Entonces, para lograrlo, el único camino que queda es apelar a la técnica democrática de elegir y, llegados a esa convicción, la movilización será principalmente electoral y con seguridad, a medida que se abran cauces y augurios de libertad, aumentarán las movilizaciones por reivindicaciones transversales. Esos movimientos sociales estarán, como en los procesos citados más arriba, motivados por los derechos humanos, mujeres, estudiantes, derechos urbanos, etc. y serán el soporte y el contenido que alimentará el proceso electoral. Aunque pocos lo crean todavía, no habrá avances significativos mientras no se presente un sólido liderazgo político capaz de unificar amplios sectores sociales.
La elección siguiente siempre debe ser asumida por los demócratas como si fuera la última. No es difícil adivinar a quiénes favorecen las candidaturas que se declaran como parte de un proceso infinito
Los partidos cartel también ayudan a facilitar el cambio democrático cuando cometen deslices fruto de su condición de dueños de todo. La arrogancia suele ser el más decisivo de esos deslices y genera, según los estudiosos de distintas latitudes (revista “Too much”, por ejemplo), una gran incapacidad para limitar la competencia interna, lo que se convierte en su talón de Aquiles, además del estado de ánimo que van generando los avances de la oposición democrática. En Chile, por ejemplo, la campaña del terror fue el principal contenido de la propaganda del “Sí” dirigida por el régimen pinochetista. En las recientes elecciones salvadoreñas fue utilizado el mismo recurso, con los mismos resultados.
Las elecciones tienen como uno de sus fines la legitimación del sistema político, por eso cuando se enfrenta a una dictadura o a un partido cartel, lo que debe legitimarse es la salida democrática. Es decir: debe instalarse la idea de cambio y tratar de disminuir la incertidumbre que provoca todo cambio -el cambio seguro, no existe-Para quienes aspiren a remplazar a la dictadura o al partido cartel eso supone, en primer lugar legitimar liderazgos y alianzas.
Las elecciones a ganar deben ser la expresión de confianzas en personas y organizaciones políticas. Nada mejor para cumplir ese objetivo que demostrar capacidades para la incorporación de las élites intelectuales, económicas y, naturalmente, políticas. Y deben integrar la pluralidad social capaz de resumir una voluntad común.
Si se quiere ganar un proceso electoral en presencia de un partido cartel, hay que apuntar a una competencia por el poder con alternativas programáticas sencillas que movilicen al electorado en torno a valores universales (En Chile la “Alegría” resultó imbatible).
La formación y exposición de nuevas formas de resolución de los problemas anunciando alternativas, no sólo es útil para encontrar colectivamente las soluciones, es también imprescindible para canalizar los potenciales conflictos sociales de manera pacífica.
Así creo que se representan adecuadamente tanto los intereses como los sentires del electorado y se avizora la oportunidad de un cambio de gobierno.
La elección siguiente siempre debe ser asumida por los demócratas como si fuera la última. No es difícil adivinar a quiénes favorecen las candidaturas que se declaran como parte de un proceso infinito de acumulación de fuerzas o las candidaturas testimoniales. Ambas lo único que demuestran una y otra vez es una vocación sin límite por ser minoría.
La experiencia histórica dice que tomando en cuenta esas premisas más o menos se puede lograr hacer “confluir varias ideas o tendencias sociales, económicas o culturales en un mismo fin”.