Así como los feminicidios en el transcurso del presente año 2017 se están convirtiendo en un luctuoso y semanal acontecimiento en la prensa dominicana, desde abril del pasado año hasta abril del que cursamos las defunciones dentro de la primera promoción de ingenieros agrónomos egresados de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) se sobrevinieron de una forma tal que adquirieron la categoría de una fúnebre rutina.
Luis Ml.Puello Guerrero – Bolembo –, Mario Heredia Otenwalder, Gabriel Domínguez, Dioni Montás y Nelson Arredondo Sánchez fallecieron en el lapso referido, y ante este natural e ineludible episodio de la vida sus compañeros tuvimos la ocasión de reencontrarnos lamentando su partida y a la vez apercibirnos del destino que de manera inapelable nos aguarda.
En ese mismo espacio de tiempo pero dentro del discipulado que formábamos como docente en la Facultad, tuvimos que deplorar primeramente la repentina muerte en el país de Luis Olivares un meritorio egresado residente en los Estados Unidos, y el pasado día 2 de abril la de Ramón Arturo Guerrero (V Promoción) de la cual me enteré casi un mes después al no leer la prensa en los días posteriores a su óbito.
Un artículo publicado en la versión digital del periódico “Hoy”; otro escrito por su compañero de estudios Paíno Abreu Collado, y el aparecido el día 21 de mayo redactado por su condiscípulo Manuel de Js. Dicló Vargas han descrito para el lectorado nacional detalles y pormenores de este atípico ingeniero que se destacó como profesional de la comunicación – al igual que el fenecido colega Junio Lora Iglesias – en la prensa dominicana.
Al ser un estudiante sui generis y un egresado que desde las páginas de los Diarios donde laboraba ponderaba a menudo su Alma Máter y en particular su Escuela de ingenieros agrónomos, pensaba que alguna autoridad o profesor de esta última publicaría algún trabajo en su memoria, siendo su ausencia uno de los motivos que dos meses después de su muerte me obliga transcribir éstas personales observaciones.
A diferencia de sus restantes compañeros de pupitre y creo hasta de todo el estudiantado de Agronomía matriculado en la UASD entre los años 60 y 90 de la pasada centuria, este singular alumno no usaba mascotas, cuadernos o cartapacios para asentar por escrito las clases dictadas por un profesor o las explicaciones ofrecidas por un conferenciante, ya que en su lugar acostumbraba portar una pequeña libreta donde anotaba sus cosas.
Como sucedió con algunos jeroglíficos del Egipto faraónico y ciertos códices babilónicos, sólo él podría entender lo que apuntaba en la misma al tratarse de términos – no era taquigrafía – correspondientes a un lenguaje codificado cuya clave únicamente él conocía, y en el caso de preguntársele sobre su misterioso significado respondía siempre con una asombrosa economía de palabras. Como ocurre con los buenos caricaturistas, en pocos trazos sintetizaba lo fundamental de un cultivo, una plaga, un tipo de fotosíntesis o del riego por aspersión.
Tenía la geniadad de captar lo esencial de un tema, distinguir lo sustantivo de lo adjetivo, no extrañándome lo asegurado por su condiscípulo Dicló Vargas que en su interesante artículo elogiando las virtudes del colega fenecido señala, cómo Ramón Arturo con pericia y maestría le explicó en una ocasión y con su brevedad característica el procedimiento para la formulación de los fertilizantes químicos de masiva utilización en la producción agrícola.
Saber diferenciar lo primario de lo secundario, lo real de lo aparente, lo principal de lo accesorio en fin, el trigo de la paja, requiere por necesidad la tenencia de una inteligencia fuera de lo común, una mentalidad que tiene la particularidad de priorizar entre la diversidad que nos rodea lo valioso de aquello que no lo es, jerarquizando de esta forma las distintas variables que constituyen el todo de un hecho o acontecimiento. Guerrero Valera era uno de estos privilegiados.
En mi asignatura Fisiología Vegetal se singularizaba por enunciar preguntas y sugerencias propias de quien conoce sus fundamentos pero reclama precisiones para su total convencimiento, y de su desempeño en esta materia recuerdo no solo sus escuetas y concisas respuestas en los exámenes a los que periódicamente les sometía, sino también, por ser uno de los primeros en entregarlos o sea finalizarlos, despertando con ello la envidia de algunos de sus compañeros empantanados quizás en ciertos puntos de desarrollo.
En lo personal Ramón era el inquilino de una timidez que a veces angustiaba a quienes les estimábamos, y en los momentos en que era víctima de este emotivo testimonio de inseguridad cerraba su boca y en su interior un inexistente bolón parecía desplazarse de un carrillo a otro esbozando bajo estas condiciones una patética sonrisa. Cuando esto sucedía me satisfacía haber sido su profesor, colega y amigo pues esa vulnerabilidad inspiraba vivos deseos de protección.
Como toda persona con un significativo IQ se identificaba entre otras cosas por estar en permanencia dialogando con su interior dando no pocas veces la impresión de estar despistado, fuera de este planeta, aunque a decir verdad nunca le sorprendí hablando consigo mismo, rasgo, atributo generalmente advertido en los individuos desbordados por una rica interioridad, una rebosante intimidad.
Al caminar apenas apoyaba el talón de los pies que alzaba de inmediato para continuar su ingrávida, ligera y presurosa marcha. No le concedía la más mínima importancia o valor al mundo de las apariencias pero sí a los iconos de la contracultura. Sin desdeñar o desestimar a sus compañeros de promoción, solía no posar en las fotografías de grupo tomadas al final de los encuentros que realizaban. También se sabía manejar con éxito entre sus camaradas de Agronomía y colegas del Periodismo.
Pienso que no fue una manifestación de patriotismo y mucho menos un ajuste de cuentas con los conquistadores españoles, su desenfadada postura de bautizar sus 8 hijos con nombres aborígenes – Adamanai, Amaranta, Tarama, Marién, Mayobanex, Maniocatex, Mairení y Anaiboní. Creo más bien que fue la insólita sonoridad y lo extravagante de estas onomásticas las motivaciones, que cautivaron una inteligencia que, como la suya, era susceptible de ser atraída por originalidades de este tipo, de este signo.
No obstante apellidarse Guerrero y revelar particular interés por el municipio de San Antonio de Guerra, Ramón Arturo era un hombre de paz, depositario de firmes y arraigadas creencias religiosas – católicas – y aquellos que han resultado muy afectados por su física desaparición deberían resignarse con la siguiente cita extraída del Libro de Job; dice; Dios da y Dios quita; el que hace la paz en las alturas nos dará la paz a nosotros.
Con frecuencia me sugería que mis trabajos periodísticos eran juiciosos, bien escritos pero muy largos replicándole entonces que no redactaba artículos sino Ensayos, siendo aquella sonrisa con los labios apretados el final de su comentario. Su especialidad en Economía Agrícola le permitía en la prensa la concepción de enjundiosos análisis sobre conflictos y temas internacionales que mucho extrañaremos quienes habíamos adquirido el provechoso hábito de leerlos.
La Asociación de Egresados de la Facultad de Ciencias Agronómicas y Veterinarias de la UASD – ASEFACAVU – , el Colegio Dominicano de Periodistas, la Asociación Nacional de Profesionales Agropecuarios – ANPA – y las Congregaciones eclesiales a las cuales pertenecía, deploran la inesperada muerte de tan excepcional miembro cuya personalidad y comportamiento fueron fuentes de inspiración para quienes compartimos su espacio y su tiempo.
Finalmente expresaré, que en estos momentos lamento mucho no tener la fé, la credulidad que poseía Guerrero Valera ya que agradecería infinitamente que mediante el medio o la vía que él considerase pertinente este serio, honesto, diferente y único personaje como le calificó su condiscípulo Paino Abreu C., me comunicara el nivel de certeza contenida en la sentencia una vez pronunciada por el poeta británico Percy B. Shelley. Dijo: morir es despertar del sueño de la vida. Si así lo hiciera mucho regocijo y esperanzas nos aportaría a quienes aun estamos o permanecemos vivos sobre la tierra.