El cargo de abogado del diablo es sin duda un trabajo difícil. Hay que estar preparado para recibir insultos, para defender lo que es a todas luces indefendible. Luchar, con tozudez, contra lo más sólido que tiene el ser humano, a saber, su cabeza y sus prejuicios. Hay que ensuciarse las manos, o peor, el honor. Lamentablemente, alguien tiene que hacerlo, por más que nuestros cristianos principios condenen tanto a la práctica como al practicante. Existen herejías nacidas de buenas intenciones. Diré más: se necesitan herejías para salvar el mundo.

No hago referencia aquí, aunque algunos lo quisieran ver así, al defensor de Dominique Strauss-Kahn, que además nada tiene que ver con el tema que nos ocupa, que es por otra parte de interés nacional. Uno de los temas que ha generado mayor controversia en la historia de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, desde que Autónoma es, ha sido el tema de la selectividad y las políticas de admisión.

La política de apertura jugó un rol importante en la historia dominicana en la lucha contra la represión, la exclusión y el elitismo social. Ello notablemente durante los gobiernos de Balaguer. No se pueden contar, satisfacción que no se puede comprar con dinero, los  ciudadanos que pudieron construir un futuro, para ellos y para la nación, beneficiándose de la apertura y de la política popular de la Universidad.

Aquello sobre lo que radicó una vez su fuerza constituye hoy su condena. Entre 1992 y 1997 la Universidad cuadriplicó sus efectivos. Hoy en día, cuenta con cientos de miles de estudiantes entre el campus central y sus centros regionales. Ello significa cientos de miles de estudiantes que estudian en condiciones que dan lástima, a veces más de cien alumnos para un solo profesor, otras veces sin aula. Un gran porcentaje de esos estudiantes desertará sin acabar carrera alguna. Las secciones numerosas se convierten en un mercado de notas y centros organizados de extorsión del estudiante. Dejemos de lado los números, que por sí solos no significan gran cosa.

El principal argumento para mantener una política de admisión completamente abierta es que, si se planteara un examen de admisión, serían los estudiantes provenientes de las escuelas privadas los favorecidos convirtiendo la Universidad en un centro de la élite social y económica. Pero la fiebre nunca ha estado en las sábanas. No es haciendo bajar el nivel de la Universidad que se resuelve el problema, sino mejorando la educación pública, tanto primaria como secundaria.

La exclusividad y el elitismo económico subsisten en la realidad dominicana, salvo que hoy en día se pagan matrículas excesivas en centros privados para tener títulos que valgan alguna cosa. Y eso porque la UASD ha perdido gran parte del prestigio que pudo tener en otros tiempos. Ya no se ven con los mismos ojos al Doctor en medicina de la UASD que al egresado de la UP (Universidad de Pudientes). No sin justificación la Magistrada Katia Jiménez Martínez publicó un artículo el pasado 9 de Mayo por este diario titulado "La Educación en la República Dominicana. ¿Un privilegio?".  Es de conocimiento generalizado que en la UP el único examen que el estudiante debe pasar es el de la cartera, pero las condiciones de clases por sí solas hacen una gran diferencia.

La única élite que se justifica en el medio universitario es la élite académica. Por ello, en todos los países desarrollados, las universidades tienen diversos medios de selección: notas,  exámenes, concursos, etc. En Francia, para acceder a los mejores centros, el estudiante de pasar los concursos clave y se tienen plazas limitadas. En Estados Unidos, todo estudiante que aspire a estudiar a nivel universitario debe pasar los exámenes SAT’s, y eso es lo mínimo. En Brasil, estudiar en la Universidad Federal es un privilegio que se gana al superar un concurso.

Estudiar en la Universidad del Estado debería ser un orgullo además de una oportunidad para todo dominicano.  La Universidad debe ser igualdad de oportunidades, pero ser también desarrollo de nuestros recursos humanos. Nuestros talentos, sí, los tenemos, deberían tener acceso a una buena educación por su mérito. La Universidad es también una inversión que se justifica en la medida en que produce nuevo conocimiento. Con un buen proceso de selección, y con menos corrupción, la UASD podría dedicar grandes recursos a la investigación, a la formación continua de sus profesores, a mejorar las condiciones de clases, etc.

Debemos tomar medidas para producir profesionales del nuevo siglo. Necesitamos educación y producción científica. Necesitamos selectividad académica en la UASD y los caraduras y herejes dispuestos a pagar el precio político que fuere necesario.