El incesto sucede en nuestro país con bastante frecuencia tanto a niveles de ciudad como en el ámbito rural y ello es debido a múltiples factores, pobreza, hacinamiento familiar, desviaciones sexuales, falta de valores y otros. A cada rato se nos revelan este tipo de sucesos, y son muchos, muchos más los que quedan sin conocerse o denunciarse, y es por ello que esta anormalidad la vemos hasta con cierto viso de normalidad cuando aparecen en las reseñas de los periódicos y otros medios de comunicación.

Pero hay noticias que le ponen a uno los pelos de punta, le desorbitan los ojos, y la indignación se enerva, se subleva y se pone en pie de guerra alterando el razonamiento y las valoraciones que sobre las mismas se puedan tener.

Este es el caso del funcionario que está en juicio de fondo acusado de violar durante una década a sus cuatro hijas y al parecer y de ñapa de ese horroroso incesto, tuvo un hijo con una de ellas, agravando aún más los hechos que se le imputan.

De resultar cierto, como al parecer lo es, uno se pregunta si todavía y a estas alturas de la civilización pueden haber en nuestro país degenerados humanos de esta naturaleza y calibre, más peligrosos que los Gotzila y los dinosaurios esos que aparecen en las películas destruyendo todo lo que se le pone por delante.

Ustedes me excusarán, si alejándome de las normas del derecho penal vigentes, de las consideraciones humanitarias que todos debemos tener, las morales y hasta religiosas, digo que a este señor deberían no encarcelarlo sino fusilarlo cuatro veces, una por cada hija violada, triturarlo en una máquina de picar carne por cometer esas atrocidades durante tanto tiempo, o pasarle una enorme aplanadora por encima y además hacerlo despacito por todo el daño ocasionado.

Ahí queda como penosísima herencia paterna cinco vidas marcadas de por vida, o mejor dicho seis, porque hay que incluir a la madre, la cual y de manera un tanto extraña o no se dio cuenta de  ese anómalo comportamiento en tan largo periodo, o no tuvo el valor suficiente para denunciarlo por las represalias que pudieran llegar.

Si yo fuera el juez con  ¨estoga y ribete¨ que decía aquel letrado bastante falto de letras del dicho popular, impondría no penas de prisión, sino los terribles castigos antes señalados, pero primero que todo, le mandaría cortar las bolas reproductoras, le cortaría después el colgante que ha usado con tanta maldad y frecuencia, y se los echaría de carnada a los tiburones. Aunque quien sabe si estos escualos la rechazarían con asco, porque son depredadores, pero no monstruos. Ya les he dicho que hoy tengo la indignación ¨encendía¨…