El de la seguridad ciudadana es uno de los problemas que mayores preocupaciones genera en la población. Tanto que los diferentes gobiernos han anunciado e implementado limitadas reformas, programas y modelos de gestión en la Policía Nacional (P. N.); pero con pobres resultados.

Desde la campaña electoral, el actual presidente de la República le ha dado tanta importancia al tema que buscó asesores de la talla de Rudy Giuliani, a quien le encargó un plan de seguridad. Ya en el gobierno, en diferentes oportunidades ha mostrado su empeño y ha dado a conocer programas modelos y dotado de más recursos a la P. N.

Apenas el pasado domingo, el presidente Abinader cambió al director y al subdirector de la P. N.; ordenó la conformación de una comisión especializada para formular recomendaciones para la reestructuración financiera y administrativa del presupuesto destinado a la P. N.; expresó que promulgará el reglamento de aplicación de la Ley Orgánica de la Policía; dijo que se reestructurará el Instituto Nacional de Formación de la P. N., indicando que la capacitación de los agentes del orden será impartida a través de los centros regionales de la UASD e hizo énfasis en el uso de la tecnología para tener un mayor control y monitoreo de la actividad policial.

Son elementos necesarios; pero no suficientes para el cambio. La P. N. es un monstruo de mil cabezas. La hidra de las innumerables caras que representa la corrupción, la incapacidad, el atraso y la indiferencia en su seno quieren ser enfrentados. Pero, sin un cambio cultural, estructural y del personal los esfuerzos serán en vano.

Creo en el buen deseo del presidente. Sin embargo, por su naturaleza y la razón primigenia de su existencia y por el claro contubernio y participación delictivos de muchos agentes y cúpula del orden, debe pensarse en una especie de tabula rasa. Sí, partir desde cero y conformar un nuevo sistema de seguridad ciudadana que implique incluso la posible modificación de la estructura nacional por una estructura local.

Los cambios deberán ser profundos y radicales, en el personal, lo normativo, lo cultural, lo político y lo operativo. De lo contrario, la hilada del uso desproporcionado de la fuerza, de corrupción y mañas seguirá campante.