A los 94 años falleció recientemente en Puerto Príncipe el periodista, escritor y fotógrafo Bernard Diederich. Primero supe sobre él durante mis días de estudiante en Filadelfia cuando salió en la revista Time un artículo suyo con una foto donde aparecía Trujillo, vestido de civil, alzando los brazos para abrazar en la frontera al presidente Estimé de Haití, gesto que revelaba que portaba un revólver al cinto.

Fue el primer periodista en llegar al país cuando el 30 de mayo. No se sabía si el chofer que acompañó a Trujillo esa noche, Zacarías de la Cruz, había sobrevivido la balacera. Bernard se apareció en el portón de la Fortaleza Ozama diciendo que quería entrevistar al “héroe”. Se apersonó un coronel quien le preguntó cómo sabía que Zacarías estaba vivo. Hasta ese momento no lo sabía. Fue el único periodista en lograr la entrevista, saliendo de inmediato hacia Puerto Rico, para, desde allí, evitando la censura dominicana, enviar su reportaje. En el avión los otros periodistas extranjeros se lamentaban que Zacarías hubiese muerto.

Lo conocí personalmente poco después del 30 de mayo pues pasó casi todo el tiempo en lo que los dominicanos exigíamos “Navidad con libertad”. Su experiencia haría que eventualmente publicara una obra con ese título. Me explicó que el dueño de Time, Henry Luce, era muy conservador y que le modificaban el contenido de los textos que escribía. Por cierto, fue el único que reportó el acuerdo a que llegó Ramfis Trujillo con George McGhee, enviado por Kennedy, por medio del cual se quedaría un tiempo en el país, pero que luego no cumplió.

Para su libro La muerte del chivo (1978) pudo entrevistar a sobrevivientes de la gesta, cosa que en esa época no hicimos historiadores o periodistas dominicanos, deviniendo la obra en un clásico. Cuando en el 2000 Mario Vargas Llosa escribió su novela La fiesta del chivo Diederich amenazó con demandarlo por plagio.

Bosch en Crisis de la democracia de América en la República Dominicana (1965) explicó las verdaderas razones tras su derrocamiento en 1963 pero cuando en 1969 Diederich y Al Burt publicaron Papa Doc, donde dieron detalles sobre el apoyo norteamericano al plan de León Cantave de derrocar a Duvalier desde territorio dominicano, Bosch entonces cambió su explicación, alegando que debido a su oposición a ese plan fue que lo derrocaron. Documentos norteamericanos luego evidenciarían que Bosch se enteró sobre ese plan solo la misma noche de su derrocamiento.

Un buen día mi tocayo me presentó a un amigo suyo, sin identificarlo. Luego me explicó que había sido Graham Greene, a quien ayudó a escribir su novela sobre Duvalier Los comediantes (1966). También escribió un libro sobre sus relaciones con Greene.

Durante el Triunvirato muchos exilados anti duvalieristas llegaron al país y Diederich, casado con una haitiana, los ayudó mucho. En esos días, Diederich, neozelandés, fue apresado y el embajador inglés, preocupado, llamó a su casa al triunviro Donald Reid Cabral, quien en respuesta, le pasó el teléfono a Diederich, quien se “quejó” de que estaba siendo “torturado” con una dosis excesiva de excelente escocés.

Además de periodista, fue un gran fotógrafo, llegando a explicarme que le protegía andar con una cámara en zonas de conflictos, como lo fue Santo Domingo en 1961 y 1965. Una selección de sus fotos dominicanas tomadas entre 1951 y 1966, logré que se publicasen en Una cámara testigo de la historia, el recorrido dominicano de un cronista extranjero. Su colección completa conseguí que la entregara al Centro León.

Diederich escribió varios libros sobre Duvalier (El precio de la sangre; 1959 año de conflictos en el Caribe; Papa Doc y los tonton macoutes y Repensar bajo Duvalier). Sobre el período previo a los Duvalier escribió Bon papá: años de oro de Haití. También otro sobre Somoza.

Cuando los norteamericanos invadieron Grenada en 1983 Diederich fue el único periodista que logró llegar allí pues estando cerrado el aeropuerto alquiló la yola de un pescador y se trasladó desde una isla cercana.

La última vez que lo vi fue en su casa en la capital haitiana. Ya estaba en silla de ruedas, pero su conversación sobre el derrocamiento de Bosch fue larga y lúcida.