Alcanzar una justicia independiente sigue siendo una de las más grandes aspiraciones de nuestra sociedad.

Todavía en la República Dominicana, salvo honrosas excepciones, el grueso de  los funcionarios judiciales actúa con miedo y se cuida de decidir en contra del poder político.

Es cierto que hay jueces que han sido capaces de independizarse de la presión de intereses económicos y de grupos, pero escasamente son independientes del poder político.

En nuestro país existe mucho miedo. Una mayoría de los funcionarios judiciales tiene temor a que “le dañen su carrera judicial” y ese temor los condiciona. Su inseguridad a no ser recomendados a futuro para un ascenso o para algunos logros que mejoren su condición de vida, o a no ser apreciados por los que detentan el poder, los hace olvidarse de la obligada venda de la justicia.

En tiempos no muy lejanos, jueces inescrupulosos se doblegaban ante el dinero. Ahora sobre todo se les somete con la amenaza de que no serán recomendados a futuro, ni tomados en cuenta. Ellos se presionan con las exigencias de lealtad en pago por su designación o recomendación y por cualquier ayuda que les hayan proporcionado.

En fin, muchos de nuestros funcionarios judiciales hipotecan su conciencia por un “plato de lentejas”, porque así ese es el valor que deben tener los favores políticos cuando de justicia se trata.

Un funcionario judicial como cualquier ciudadano dominicano tiene derecho a ser recomendado, a recomendar un familiar con las condiciones para acceder a una posición pública, a acceder a una vivienda dentro de los planes habitacionales del gobierno, a recibir una ayuda económica o beca, como todo dominicano, para fortalecer sus conocimientos, sus competencias y destrezas para así ser más eficiente en el desempeño de sus funciones. Pero nada de eso debe colocarlo en una situación que lo amordace y lo condicione para no ser independiente.

Para hacer justicia, nada de lo dicho debe pesar. Eso nunca debe ser la razón que inspire la decisión de un juez. Un funcionario judicial para decidir debe olvidarse de los agradecimientos.

Para la toma de una decisión judicial lo que debe primar en la aplicación de la ley y los medios de prueba y nunca el agradecimiento o el temor. Su campo de decisión no puede ni debe estar contaminado y si el funcionario judicial carece de la consistencia para sobreponerse a las presiones y a los agradecimientos, entonces debe tener la dignidad de renunciar.

Un juez debe ser lo más cercano a Dios. Debe ser justo. Debe ser probo. Debe ser independiente siempre. No debe tener miedo para decidir lo que en derecho corresponda. No importa que le digan terco, resentido y malagradecido (adjetivos con los que aquí se acostumbra a descalificar a los que son independientes). Lo que importa es que no se diga que su sentencia o decisión obedeció a la presión política o a la búsqueda de favores y promociones.

He pensado tanto en el conocido “Juez de Berlín” que nos ha inspirado siempre a los que hemos aspirado a un país con institucionalidad democrática. Ese juez fue capaz de dar una orden judicial a favor de un molinero y en contra del capricho e intento de atropello del rey Federico II de Prusia, prohibiéndole a la Corona expropiar y demoler el molino propiedad de un hombre sencillo. Y cuánto soñamos con encontrar gobernantes que al recibir una orden judicial justa en su contra, sean capaces de hacer lo que hizo aquel monarca pruso quien al leer la orden del juez dijo: “Me alegra comprobar que todavía hay jueces en Berlín”, dándole un saludo al molinero y yéndose contento porque su país funcionaba con institucionalidad.