Savoir-faire: competencia profesional; talento en el desempeño de un oficio.  Dentro de la aridez y mediocridad que caracterizan la vida cultural de nuestro país , resulta tan extraño como la presencia de una nutria en las cálidas aguas del río Bajabonico la existencia de un espacio de artística socialización como lo es “Casa de Teatro”, cuya sobrevivencia, al igual que las llamadas “reinas del Caribe” del volibol, se debe al tesón y perseverancia de un individuo excepcional.

Durante la reciente celebración de su cuadragésimo aniversario se realizó una variada y diversa serie de actividades en su atípico asiento de la calle arzobispo Meriño de esta capital, siendo una de ellas la exposición en sus dos primeros salones de aproximadamente una docena de trabajos del veterano artista del pincel y la espátula Rafy Vásquez Moya a quien conozco hacen ya centenares de lunas.

Luego de haber sido burlado y estafado asistiendo a eventos de este tipo donde la extravagancia y la agresión pigmentaria de los cuadros exhibidos remitían a los visitantes al mundo de la decoración y no al de la pintura, constituyó para mí un alivio y una reconciliación con los valores fundamentales del arte pictórico recrear mi visión en las magistrales acuarelas y acrílicos de este depurado maestro.

Se trataba de obras recientes sobre temas que desde hace décadas han inspirado la exquisita paleta de este artista,  y habida cuenta de que los mismos son de mi más rotunda preferencia, el tiempo que permanecí degustándoles fue similar al de estar comiendo un rico volován de langostinos con verduras caramelizadas.  Estos temas son: el desnudo, las palmeras – la palmera real es mi árbol fetiche – y el mar.

Al ingresar al salón lo primero que avistamos son unos desnudos masculinos que bajo el genérico título de “Duchas I”, “Duchas II” hasta el VI creo acusan un dominio de la perspectiva, del dibujo y el encuadre pocas veces visto en la historia de la pintura dominicana, y la cristalina transparencia del agua, tan difícil de lograr como la fiel reproducción de una mano o la insinuación de una brisa ligera, es obtenida gracias a unas delicadas alusiones.

La sugerente figura de los adolecentes, la gesticulación propia del que corporalmente se asea, las diestras pinceladas derivadas de un largo y experimentado ejercicio y la sutiles tonalidades escogidas en todos los desnudos, constituyen en definitiva las credenciales de presentación, la colorida declaración de un verdadero entendido de la pintura,  en uno de sus aspectos más exigentes y de difícil manejo como lo es la acuarela.

Por su perfección y candoroso pudor estos Ganímedes de Rafy no solo explican que la denominada posición socrática o efebofilia haya cautivado a sobresalientes mentalidades de la Grecia clásica, sino también una patente demostración de que el autor es un consumado experto en el dibujo que a mi juicio es el requisito previo al saber pintar bien, y que en la actualidad es una condición subestimada, ninguneada por los cultores y aficionados de la pintura moderna.

Después del éxtasis inducido por la contemplación de las “Duchas”, las palmeras que salpican como erectos vigilantes las laderas de los cerros montañosos en las proximidades de Puerto Plata cuando entramos por Imbert o Maimón, así como la reproducción en acrílico de un iracundo y agitado océano Atlántico sorprenderán gratamente al visitante de la exposición deseoso de experimentar sensaciones inesperadas.  Se podrá comprobar que esta breve presentación es todo un festín visual.

De niño y desde el tren que comunicaba Santiago a San Felipe de Puerto Plata dos espectáculos se disputaban mí atención: a la izquierda el de las blancas olas y el intenso azul marino de la mar océano y a la derecha el de las palmeras que altivas y arrogantes se desparramaban por grupos o en solitario sobre los declives de los montes.  Dentro del tren en marcha iba como un péndulo de un lado al opuesto para de esta forma no perderme la contemplación de ambas maravillas.

Uno de los palmerales de Rafy está en acuarela y la sutil indecisión de los colores empleados alternados con el blanco del papel que en este caso se comporta como un tono verdadero, hace que mismo me guste más que los restantes en acrílico, aunque en homenaje a la sinceridad debo expresar, que en todos ellos tanto los primeros términos como los fondos lejanos son tratados con excelentes maestría,  creyéndose los asistentes al evento encontrarse en cualquier lugar de las Antillas Mayores.

Ignoro los motivos mediante los cuales la cigua palmera – Dulus dominicus – que es considerada el ave nacional de la República Dominicana anida y tiene su hábitat en el cogollo o palmas de las palmeras reales, pero sospecho que en su elección deben intervenir  su graciosa soberbia y su erguido y orgulloso porte.  Al verse asentada en su extremo apical, esta ave mirará con altanería y desdén todo lo situado debajo de ella y se dirá, como aquel poeta dominicano, que desde un Packard se ve mejor la luna.

El avistamiento de estas palmeras hace que los visitantes a la exposición se abstraigan de la realidad circundante y de manera virtual se transporten a esos pintorescos palmerales del litoral atlántico de la isla, extrañando en gran medida el ondulante movimiento de sus palmas agitadas por el viento imitando en cierta medida la cabellera de una mujer zarandeada por el viento, así como también el típico olor a campo generado por el palmiste o sea por sus  aceitosos frutos  y el ácido orgánico presente en las manchas blancas del tallo.

Las dos o tres marinas acrílicas que están colgadas en la muestra no solo reproducen con fidelidad tonal el mar sino que identifica el que en exclusiva toca el litoral puertoplateño,  recordando en este añil aspecto al pintado por los artistas nacidos en esta ciudad y sobre todo cuando es copiado desde los jardines de la  Logia Restauración ubicada en el malecón.  Desde esta perspectiva el mar acusa un azul muy profundo y su superficie siempre manifiesta una permanente inquietud.

En sus marinas, además de la crispación de la líquida inmensidad, notamos que la misma está cubierta por un cielo encapotado, borrascoso y esta turbadora correspondencia entre el mar y la bóveda celeste provoca en quienes les observan una especie de sobrecogimiento, de pánico,  propios en las victimas de un naufragio causado por una tempestad.  Solo Rafy  podía capturar con éxito el escenario de espanto originado por  la furia de los elementos.

Por su factura, delicadeza y savoir-faire las pinturas de Rafy son para prestigiar el despacho de una firma de arquitectos, de un diseñador de alta costura o de un coleccionista de pintores auténticos pero no para presidir el vestíbulo de un centro médico, el lobby de un hotel de lujo o el living de la casa de un nuevo rico, ya que en estos últimos casos lo que se exige es decoración, ornamentación no arte.   Una visita a esta restringida y aleccionadora exposición es de rigor para los desgustadores del arte genuino.

Sacando prácticamente del horno este artículo pude telefónicamente ponerme en contacto con el artista señalándome entre otras cosas que Camilo Carrau, compueblano suyo ya fallecido, fue un acuarelista Premium; que su pintora dominicana preferida es Ada Balcácer – su azul es de apoplejía – ; que su profesor fue Rafael Arzeno Tavárez; que hace un buen tiempo hizo una exposición en el extranjero y que su mejor terapia es entregarse al arte del bastidor, el caballete y la paleta.

Sus amigos le deseamos que pronto supere los percances de salud que en los últimos años les han aquejado,  los cuales aparentemente no ha sido obstáculo alguno para seguir brindando al público dominicano las delicias de sus magnificas acuarelas y sus imponderables acrílicos.  De esta manera la legión que preferimos el arte figurativo tendrá un respiro dentro de la avalancha de trabajos conceptuales, abstractos, modernos en fin ornamentales, que en la actualidad inundan las galerías, las revistas y los museos del país y del mundo.