UNO

La palabra saudade moja y empapa. Es de origen portugués y recupera un deseo perdido, una ilusión, una vaga sensación de algo que fue pero que sigue siendo. No se trata de la nostalgia, que es un perro flaco tendido a las puertas borrosas del olvido; sino del zigzagueo del tiempo que, encabritado como un potro, puede regresar y partir, hasta encallarse en el rústico desdén de la mentira. Por eso, las saudades mojan y empapan, y son encantadoramente tristes.

Estos párrafos que escribo, por ejemplo, son irremediablemente saudades de un buen pendejo. Porque los escribe un hombre  proveniente de los años sesenta, cargando a cuestas todavía lo que nuestras almas anhelaban, que se resumía en el descubrimiento de la palabra libertad, y el rebelde gesto de pedir la justicia. Pero nos jodieron. Ya no hay ninguna manera de pensar, ninguna teoría, ningún trapo sagrado que defender. Sencillamente, nos jodieron.

DOS

Estamos mordidos por los perros del desconsuelo, y ante nuestros ojos se ha desplomado todo. De tal forma nos han jodido, que somos una sociedad cuyo código ético funciona al revés. No hay principios, sino estrategias. El que va preso es el que denuncia al ladrón.  Desconfiamos del juez y tratamos de piropear al verdugo. El político marrullero se roba los fondos públicos y jura por su madre que es un hombre honesto. El honesto se avergüenza de sí mismo, y se interroga si es que tiene que renunciar a sus viejos combates. Nos acribillan con la cantilena sentida contra los corruptos, y los corruptos banqueteándose en la opulencia, acorazados en la conveniencia política del momento (“No tirar piedras hacia atrás”) que ha convertido su infamia en hazañas. Nos han cobijado bajo la inexorable perpetuidad de la mentira. Nosotros, que descubrimos la palabra libertad en los años sesenta del siglo pasado, y nos enronquecimos en el rebelde gesto de pedir la justicia.

TRES

Lo duro no ha sido la derrota en esta media isla. Lo verdaderamente duro ha sido sobrevivir. Aferrarse como un náufrago a los fueguitos del alma, guiñarle un ojo a la desesperanza del camino, y seguir. ¿Bajo el clima de inmoralidad de éste país puede morar el sueño? Además del escarnio del presente, quienes nos gobiernan nos exigen un peaje, un precio de la gracia que no se conforma con la derrota, y nos exigen la resignación. ¡Eso es lo duro, la resignación!  La desmemoria, como si nada tuviera que ver con el despojo. Todos hemos aprendido el catecismo: la injusticia es como el ala de la fatalidad, vuela y vuela y se transforma, cambia siendo la misma. No hay nada que hacer. Los héroes y las heroínas están bordados en trapos partidarios, y se abrazan con los verdugos materiales para reducir a cenizas cuatro décadas de historia carnicera. Juan Bosch es un fetiche, un gran pendejo que se creyó el cuento de que la cosa podía ser de otra manera.  Hoy no hay canallas, sino diferencias cuantitativas entre los actos humanos. Todo se compra y se vende. Es por eso que lo duro no ha sido la derrota de tantos sueños, sino sobrevivir, sobreponerse día a día al derrumbe y al naufragio de la esperanza.

CUATRO

Y no soy pesimista. Siempre he tomado posiciones ante la ironía básica que me ha permitido entender los terribles caminos que se abrían por delante. Nunca le he asignado a la muerte esa clarividencia que la vida no tiene.  Todo nuestro vivir, queramos o no, se ha entretejido con ese pasado autoritario sobre el que se empinan históricamente casi todos los que nos han dirigido. Pero derrota tras derrota, hay una pena fría que rasga el alma como la fina hoja de un puñal. Una pena que enaniza el rencor y puede hacer llorar. Nos jodieron.

No soy nadie, nunca he sido líder de nada. Únicamente mando en mis saudades. Aquí las dejo como el breve reposo de un guerrero, no como la jeremiada del pesimista. Me confieso un pendejo entusiasta, al que las malditas tramas de la historia le parecen incomprensibles, porque en el escapulario de la lucha solo importan las cuentas de los fracasos. Nos jodieron.