Hace años que casi todos los días suelo caminar unos cuantos kilómetros por el parque de Las Praderas, por aquello de mantener en lo posible la salud que se va escapando por los años, y de paso, matar unos cuantos centenares de triglicéridos, y algo de colesterol, como recomiendan los doctores de ahora.

Podría decirse que mi figura es bastante familiar en el entorno, porque voy acompañado con un perro negro de buena raza, tan grande y fiel como inofensivo y buena gente (ya quisieran muchos ser tan buenos como él) una correa o una soga en la mano, según las pierda de manera alternativa, y un palo de escoba para hacer menos inseguros mis pasos por los caminos, con frecuencia muy irregulares y por ello causantes de tropiezos, lo cual me da un cierto aspecto de peregrino en busca del perdón de sus posibles pecados.

Últimamente, han aparecido, de no se sabe dónde, en dicho parque, dos simpáticas perras, viralatas puras, adultas, a las que bajo el riesgo que me demanden por ponerles nombres a los anónimos, como ahora está de moda en la Junta Electoral, las he bautizado como Sarna y Miseria.

Sarna es un perra joven, de talla mediana, figura bien estilizada, orejas puntiagudas, cola bien parada, y un bonito pelo corto color marrón-rojizo, muy “alebrecada”. Le puse Sarna porque hace unas cuantas semanas estaba tan infectada y flaca por culpa de esos aradores de la piel que así se llaman los parásitos de esa enfermedad que acaban con tantos perros en nuestro país, que casi no podía andar y estaba a punto de firmar, valga muy bien aquí la expresión, por los cachorros, pero no los de los Chicago Cups, sino de los del otro mundo donde no se pagan jugosos contratos ni se dan más batazos.

Pero, miren por dónde, aparecieron un par de buenos samaritanos, un muchacho quinceañero, que comenzó a darle baños anti parasitarios, y un señor amante de los animales, famoso en la zona por alimentar todos los santos días, llueva, truene o ventee, una veintena larga de gatos sin dueño, que le compra y suministra a Sarna unas pastillas, bastante caras por cierto, recetadas para estos casos.

El asunto es que Sarna ya tiene la piel curada casi al cien por cien, y se ha quedado viendo y retozando muy contenta en el parque, por ahora, y no faltan otras buenas personas que le dan de comer todos los días. Ha engordado y da gusto verla tan repuesta.

Miseria, es completamente diferente, algo vieja, un poco más pequeña que Sarna, con una abundante y dura pelambre de tonos indefinidos negro-marrón-blancuzco, que le cubre el cuerpo, y una cara fina, muy simpática y vivaracha. Por su aspecto general parece que ha pasado mucho trabajo en su dura vida, y proviene de algún barrio muy pobre. No obstante, tiene un carácter muy dulce y jovial

Sarna y Miseria, hacen una pareja de contrastes, juegan y retozan entre sí, pero nunca le han ladrado, ni gruñido, ni agredido a ningún paseante, ni a niños o mascotas, sino todo lo contrario, se acercan amistosamente y, si las dejan, les siguen un buen trecho en su recorrido, y por ello se han ganado el afecto de todos los visitantes y vecinos del lugar.

El caso es que Sarna y Miseria también me tan tomado bastante cariño, y cuando me ven pasear se agregan de inmediato a nosotros, al perro, a la correa, al bastón, y a mí, formando una curiosa caravana de caminantes en camino, que no deja de causar una cierta curiosidad a quienes nos contemplan.

Muchas veces, Sarna y Miseria me acompañan hasta la misma puerta de mi casa, y me despiden con una mirada cargada de amor perruno y de añoranza como diciendo ¿por qué tu perro puede entrar y nosotras no? A mí, me encantaría poderlas albergar, pero no tengo espacio suficiente, ni el tiempo de atención necesario para ellas, y si se quedaran, dice mi mujer, sería yo quien tuviera que vivir en el parque, y este no es el caso.

Lo que me inquieta, es el futuro de Sarna y Miseria, tal como un día llegaron tan espontáneamente, otro día posiblemente no muy lejano, desparezcan, tal vez siguiendo la ley de la vida las preñen y deambulen buscando dónde parir, o algunos desaprensivos las espanten o las envenenen, pues no sería la primera vez estas barbaridades han sucedido.

Lástima que a nivel oficial haya tan poca protección para los animales desamparados. Claro que, si apenas existen atenciones para las personas desvalidas, menos podemos esperar para los canes callejeros. ¿Hay alguien que quiera ampararlas? Solo los viralatas pueden ser tan fieles y agradecidos. ¿Saben? En esta vida ¡hasta para ser perro hay que tener suerte!