Durante los primeros días de la revuelta de abril de 1965 las fuerzas populares, integradas por combatientes civiles y militares unificados bajo el incipiente Alto Mando Militar Constitucionalista, rechazaron sucesivos ataques combinados de la aviación, la artillería naval y columnas de infantería respaldadas por blindados. El punto culminante y casi decisivo de este encuentro fue la “Batalla del Puente Duarte”.

Mientras esto sucedía, bandas de delincuentes armados se dedicaban a saquear casas y establecimientos comerciales y a ocupar solares. Desafortunadamente, estos malhechores se armaron en los primeros días gracias a la controversial decisión de los oficiales constitucionalistas, principalmente de la Marina y el Ejército, de distribuir armas a los civiles sin restricción alguna. Yo pude ver cómo un camión del ejército se detuvo en una esquina a entregar fusiles Máuser 7.65 mm a quienes se acercaban, tras hacerle la simple pregunta ¿Usted es veterano?, ¿sabe tirar?  Y ya, ¡coge ese máuser! Claro que muchos empuñaron  esas armas para combatir por la Constitución, pero también hubo quienes lo hicieron para tener un instrumento que les permitiera  robar.

Desde la esquina del Quitipón, Barney Morgan con calle 10 del Ensanche Espaillat, a cuatro cuadras de mi casa, partieron pequeños contingentes a combatir en la que se conocería como “Batalla del Puente Duarte”, el enfrentamiento con las fuerzas de elite procedentes del Complejo de San Isidro y los constitucionalistas. Las fuerzas reaccionarias estaban respaldadas por blindados y cazabombarderos de la fuerza aérea. Recuerdo que en el Quitipón, el martes 27,  me subí en una motoneta “Lambretta” ocupada por voluntarios que se dirigían a combatir al puente, pero el pequeño vehículo de tres ruedas se paró con la goma delantera hacia arriba por el exceso de peso; yo estuve entre quienes fueron apeados para aligerar la carga, lo que me impidió ir al puente. ¡Suerte que mi mamá ni se enteró!

El viernes 30 de abril salimos subrepticiamente  mi hermano José Alberto Elías y yo a ver lo que ocurría en las calles. Primero nosdetuvimos en el Instituto Dermatológico, entonces en construcción, al lado del Morgan. En uno de los salones habían improvisado una morgue donde estaban apilados los cadáveres como si fueran sacos de arroz o de azúcar. No los conté pero vi bastantes.

Seguimos en nuestra bicicleta Rudgecolor vino por la Federico Velázquez y en la esquina con la José Martí, entre la Velázquez y la calle Máximo Grullón,  vimos  tres cadáveres tirados debajo de la enorme javilla que había allí (Donde años después Vivo Carmona fundaría la “Liga de la Javilla”). Aquellos muertos, con numerosos impactos de bala,  vestían monos como los que usan los pilotos, de donde surgió la leyenda de que eran pilotos, pero más bien debieron ser mecánicos o miembros del personal de mantenimiento, porque nunca se reportó que murieran pilotos de la Fuerza Aérea.

Doblamos a la izquierda en la Duarte,  con rumbo sur. En la esquina de la iglesia “Asamblea de Dios”, calle Eusebio Manzueta, pudimos ver alineados varios automóviles Austin nuevos. De seguro que habían sido saqueados de la distribuidora Reid&Pellerano, propiedad de la familia del odiado triunviro Donald Reid Cabral, quienacababa de ser derrocado el 26 de abril anterior.

Al pasar la esquina Ana Valverde, frente al legendario restaurant chino  El Moderno,  las tropas invasoras estadounidenses tenían el primer retén.  Predominaba la curiosidad en el público que se acercaba para cruzar ante las tropas. Frente a La Novia de Villa había un tanque AMX estrellado contra el derribado poste de luzy quemado; un detalle que me llamó la atención fue el de jirones de ropa verde olivo chamuscada con fragmentos de carne quemada, de seguro pertenecientes a quienes fueron los tripulantes de aquel vehículo blindado, abatido por los defensores del puente, apenas tres días antes. Seguimos bajando,  y en la esquina de la Ferretería Villa, calle Caracas, estaba el retén que delimitaba la Zona Constitucionalista, todavía no bien definida. Lo que sí estaba bien definido era el llamado Corredor Internacional, que enlazaba el aeropuerto con la embajada estadounidense y el Palacio de la Policía.

Avenida Duarte,  30 de abril 1965
Avenida Duarte, 30 de abril 1965

José y yo no lo sabíamos, pero acabábamos de entrar en la zona controlada por el coronel Caamaño. Imperaba el silencio, escombros por doquier y casi nadie en las calles. Bajamos por la Mella, continuamos la calle  Arzobispo Meriño derecho, en el parque Colón a la izquierda en el Conde hasta el local del diario El Caribe. Cruzamos la calle Las Damas a la derecha y entramos a la fortaleza Ozama por su puerta principal.  En el recinto se veían cientos de piezas de ropa nueva, recuerdo especialmente bien las camisillas blancas de mangas, algo novedoso para mí. Cajas de balas, aparentemente de máuser 7.62 mm, esparcidas por todas partes, miles de balas. No nos atrevimos a tocarlas. Regresamos, ilesos,  por el mismo camino.

Tiempo después nos enteramos de que habíamos cruzado milagrosamente dos veces por el mortal recorrido visual  de los francotiradores que se hallaban apostados en lo alto del edificio de “Molinos Dominicanos”. Un vecino nuestro, que vivía en la 29 Este #2  fue herido en un hombre cuando caminaba hacia su trabajo en El Caribe. No recuerdo su nombre, solo que su esposa era conocida en el barrio como Tullita y un hijo suyo, como de mi edad, se llamaba Danilo.

Volviendo con los saqueos y los solares. En el ensanche Luperón residían muchos oficiales de las fuerzas armadas y la policía.  Los había de ambos bandos. Bandas que no se sabía si eran combatientes o saqueadores se dedicaban a ubicar las casas de oficiales que estuvieran “del otro lado” con el fin de aterrorizar a sus residentes y saquear las pertenencias. Se decía que Caamaño había ordenado apresar a los saqueadores o dispararles. Pero, él ejercía poco control efectivo en la Zona Norte, que se había sumido en caos total entre el 26 de abril y mediados de mayo cuando finalmente fue tomada por las fuerzas de Imbert Barrera. De ahí en adelante cesó el caos, pero pasó a imperar el terror.

En mi misma calle, ya lo he relatado, mataron un saqueador  e hirieron a otro.

La mayor ocupación de solares ocurrió en el triángulo  formado por las calles Pedro Livio Cedeño, Duarte y Padre Castellanos (17). En ese espacio solo existan tres edificaciones. En la 17 estaba el correo, que databa creo que de 1964; en la Duarte estaba el Centro Antirrábico, en el que fuera antiguo local del Partido Dominicano y en la Pedro Livio el Juzgado de Paz de la tercera circunscripción. Lo demás eran conucos, recuerdo que uno, del lado de la 17 tenía frondosos plátanos, yuca y guandules. Pues bien, todo ese terreno fue ocupado a tiro limpio.

Alguien a quien conocía, armado de un máuser de los que repartieron al comenzó de la guerra, se apoderó de un cuadro de terreno; lamentablemente no lo disfrutó porque fue asesinado en medio de la contienda. Otros solares que creo ocuparon en esos días fueron los que estaban en la Duarte entre Máximo Grullón y 13. Yo conocía bien ese terreno porque acostumbraba a tomar un atajo por ahí cuando mi mamá me mandaba al mercado de Villa Consuelo y también los muchachos del liceo Juan Pablo Duarte íbamos ahí a jugar.

Puente Duarte, abril 1965
Puente Duarte, abril 1965

El destacamento de la Josefa Brea fue saqueado totalmente luego de que sus ocupantes huyeran, en los primeros días de la revuelta. Gente de los barrios periféricos cargaron con el mobiliario y los utensilios. Vi cargando camas y colchones de unos que estaban forrados con tela a rayas de color azul grisáceo.

Se ha proclamado siempre como un gran logro de carácter ético que los bancos y grandes negocios de la Zona Constitucionalista no sufrieron daños mientras Caamaño tuvo control del área; aunque pequeños negocios de la Mella y alrededores del Mercado Modelo fueron robados; incluso, el combatiente del 14 de Junio  Oscar Santana fue asesinado al enfrentar a unos escaladores.  En la Zona Norte ni se diga, hubo saqueos y ocupaciones de terrenos. Este es un aspecto oscuro dentro de la gesta constitucionalista, que  la historia oficial evita tocar, por lo que se ignoran su dimensión y detalles.