En octubre 31 del 2000, hace 20 años, el pontífice Juan Pablo II proclamó a Santo Tomás Moro “Patrono de los gobernantes y de los políticos”. En 1850 el papa León XIII lo  había beatificado y en 1935, a los 400 años de su muerte el papa Pío XI lo canonizó .Para superar la crisis de valores  mundial, procede rememorar el ejemplo de vida de Tomás Moro y la inquebrantable adhesión a sus principios, aún a costa de su propia vida, pues fue decapitado en 1535 en Londres, donde nació en 1478. Políglota y culto estudió Leyes en Oxford y Londres. Fue uno de los fundadores de la ciencia jurídica del “Common Law” inglés. Su obra “Utopía” le otorgó prestigio  intelectual. Erasmo de Rotterdam dijo que era “el genio más grande de Inglaterra” y escribió “Elogio de la locura” alojado en casa de Moro. Desde joven actuó en política. Con 27 años fue miembro del Parlamento y trabajó por décadas directamente con el rey Enrique VIII, llegando a canciller del reino,  primer seglar que ocupó ese puesto.

Su desgracia se inició cuando Enrique VIII decidió divorciarse de su esposa Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos españoles, con quien había estado casado 20 años y procreado una hija, para casarse con Ana Bolena. Catalina contrajo nupcias con Arturo, hermano de Enrique, pero el matrimonio no se consumó y permaneció doncella. Cuando enviudó,  Catalina  se casó   con Enrique pero luego él quiso repudiarla ,aduciendo que no podía haberse casado con la esposa de su hermano, a pesar de que existió  la dispensa del Papa Julio II. Tomás Moro rechazó el divorcio. Los jueces ingleses nombrados por el papa Pablo IV para juzgar el divorcio fueron recusados por Catalina. El papa aprobó la recusación y Tomás Moro, por petición de la reina, informó personalmente al rey esa amarga decisión contraria a sus designios. Como el cardenal Wesley perdió el caso del divorcio, el rey lo destituyo y nombró a Tomás Moro canciller, pensando que con ese puesto cambiaria de opinión. No lo hizo, y tres años después renunció cuando Enrique VIII se declaró “Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra”, considerando que era despotismo concentrar en una persona el poder político y religioso. A pesar de que el papa  lo amenazó  con la excomunión, el rey  se casó con Ana Bolena pues el arzobispo de Canterbury  dictó una complaciente sentencia de divorcio.    

Además, el rey mandó que todos jurasen que aceptaban su segundo matrimonio como legítimo y que los hijos de su unión con Ana Bolena, a quien luego degolló, serían herederos del trono. Tomás Moro se negó a prestar ese indigno juramento y junto a otros amigos, como el arzobispo Fisher, fue apresado y despojado de sus rangos y bienes. Como Fisher fue nombrado cardenal por el Papa aún estando preso, el rey decidió intimidar a Moro y condenó a Fisher a ser arrastrado, ahorcado y desentrañado. Al no doblegarse, el rey envió a la esposa  de Moro a plantearle que si cambiaba de actitud salvaría su vida. Le contestó que no podía trocar 20 años más de vida en la tierra por la vida eterna. Durante 14 meses de prisión siempre mantuvo la calma y escribió dos libros, “Consuelo en la tribulación”, en inglés, y otro en latín sobre “La Pasión de Cristo”. Fue condenado a muerte y el primero de Julio de 1535, mientras iba al cadalso mantuvo su humor diciéndole al verdugo: “Ayúdeme a subir que de bajar me encargo yo”. El papa Juan Pablo II, al proclamarlo Patrono de Gobernantes y Políticos señaló: “En este contexto es útil volver al ejemplo de Santo Tomás Moro que se distinguió por la constante fidelidad a las autoridades y a las instituciones legítimas porque en las mismas quería servir no al poder sino al supremo ideal de la justicia. Su vida nos enseña que el gobierno es, antes que nada, ejercicio de virtudes” … “El hombre no se puede separar de Dios ni la política de la moral”.

Tomás Moro predicó que la política debe estar guiada por la moral. Irónicamente su contemporáneo, Maquiavelo, predicó lo contrario en “El Príncipe”, escrito en el 1515 y divulgado en 1531, que durante más de 500 años ha sido el libro más leído y obedecido por políticos que han abusado del poder. Maquiavelo refirió que los hombres “… son ingratos, volubles, simuladores y disimulados… huyen de los peligros y están ansiosos de ganancias; mientras les haces bien… son enteramente adictos, te ofrecen su sangre, su caudal, sus vidas, sus hijos, cuando la necesidad está cerca; pero cuando la necesidad desaparece, se rebelan”. Esa valoración despreciativa de los humanos serviría de coartada para que políticos dominen a sus gobernados haciendo abstracción de la moral. Agregó:“Está bien mostrarse piadoso, fiel, humano, recto y religioso, y asimismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto a irse al otro extremo si ello fuera necesario” y “que… no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no titubear en entrar en el mal”. Además “… un príncipe prudente no debe observar la fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses…”.Aquí hemos sido formados y bautizados desde infantes como cristianos católicos y el político que jurare ante Dios, la patria y su familia y violare su juramento, habrá evidenciado, con desparpajo, que no reconoce ni venera como patrón a Santo Tomás Moro, mártir católico y anglicano, sino a Maquiavelo.