Seguro que usted lo sabe, pero debo contarle que en el cono sur de América -y posiblemente en otras latitudes donde el terror y la muerte dejaron una marca de fuego que nos persigue y nos alcanza cada vez que recordamos- siempre nos falta alguien. Por eso las hojas de vida de los jueces, los sacerdotes, los políticos y los funcionarios las leemos de muchas formas.
Nos importa naturalmente el nombre y la edad. Así sabemos si tenía discernimiento cuando todo ocurrió. Luego nos saltamos las maestrías, doctorados, noviciados y ordenaciones para saber lo que cada uno fue en el momento supremo de la prueba. Ahí es que nos enteramos cómo respondió cada uno a la pregunta que traspasa milenios: “¿dónde está tu hermano?”. En la Argentina del “proceso” ese hermano tuvo nombres -fueron muchos-: también se llamaron Francisco Jalics y Orlando Yorio. Y si contestó “No lo sé. ¿Soy acaso el guardián de mi hermano?”, el que la dio sólo puede esperar que: “Cuando cultives la tierra, no te dará frutos; andarás errante y fugitivo…»
Abandonados Jalics y Yorio, bien pudieron ser quienes inspiraron al poeta:
“…todas estas llagas, hinchazones y heridas
que tus ojos redondos
miran hipnotizados
son durísimos golpes
son botas en la cara
demasiado dolor para que te lo oculte
demasiado suplicio para que se me borre.”
Lo que no se hizo por omisión, por miedo, por ignorancia o por complicidad, inhabilita. Pedir perdón sirve, y la infinita misericordia de Dios –y de Jalics- perdona. Siempre perdona, pero no siempre habilita.
En realidad, en el Cónclave, no podemos dejar de lamentar ausencias muy americanas. Tantos y tantas que han bebido de su propio pozo: Juan Ramón Moreno, Ita Ford, Raúl Silva Henríquez, Amando López, Ronaldo Muñoz, Raúl Manríquez, Joaquín López y López, José Aldunate, Simone Campbell, Juan Ramón Moreno, André Jarlan, Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Maura Clarke, Jon Sobrino, Germán Cortés, Leonardo Boff, Dorothy Kazel, Joan Alsina, Camilo Torres, Jean Donovan, Segundo Montes, Elba y Celina Ramos… En fin, tantos que con su vida demuestran que el Evangelio es de verdad, la buena noticia.
Cómo no lamentar que no estuviera entre los electores el Padre Obispo de La Rioja Enrique Angelelli, apedreado por los Menem en Anillaco y asesinado el 4 de agosto de 1976. Debieron pasar treinta años para que los obispos argentinos reconocieran y condenaran… ¡¡las pedradas!!: "recibía pedradas por predicar el Evangelio” (Francisco el Papa cuando no era Francisco ni era Papa). L’ Osservatore Romano reportó el crimen como “extraño accidente”.
¿Se imagina al “Taita Obispo” Leonidas Proaño entre los electores?
También faltaron Vicente Faustino Zazpe, Carlos Horacio Ponce de León, Jorge Novak, Jaime de Nevares y Miguel Hesayne, obispos argentinos, pastores en verdad proféticos que enfrentaron al poder defendiendo la vida y que comprueban que había otra actitud no solo posible, sino imperativa para no parecer ONG.
Pedro Casaldáliga, es cierto, no habría ido al Cónclave ni en clase turista y les pudo haber enviado sus versos como respuesta a una invitación imposible:
“Cardenales de Roma,
hermanos todavía:¿Qué somos si no somos Pascua viva?
¿Qué celebramos si no celebramos toda la sangre en cada Misa?
¡Ay de las Curias sin romerías!
No me quitéis la sangre de los mártires
del cáliz que alimenta mi osadía.
Si les priváis del Testimonio,
¿qué les queda a los Pobres de América Latina?”
No estuvo tampoco en este Cónclave -tan americano según CNN- San Romero de América: “¡Pobre pastor glorioso, abandonado por tus propios hermanos de báculo y de Mesa…!”
Y a nosotros, ahora, ¿qué nos queda? Esperar la americana pastoral que se adivina: el condón es la versión del demonio en látex, el matrimonio homosexual es un invento de los Kirchner, el aborto terapéutico y la educación sexual otra versión del infierno diseñada por misóginos.
Pero católicos, muy apostólicos y cada día menos romanos, aferrados a una historia a la que no es posible renunciar y mucho menos olvidar, seguimos en la plegaria:
"no nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado
o arrendar una sola hectárea de su olvido
ahora que es la hora de saber quiénes somos
y han de cruzar el río
el dólar y su amor contrarrembolso
arráncanos del alma el último mendigo
y líbranos de todo mal de conciencia
amén.”