A don Rafael Perelló, quien es un estudioso de la historia de los Estados Unidos.
Para muchos, la razón por la que Francia le vendió a los Estados Unidos el inmenso territorio de Luisiana, fue la necesidad de obtener fondos para poder afrontar los costos de su campaña militar en busca de la recuperación de sus antiguas colonias del Caribe.
Sin embargo, para el historiador Kenneth C. Davis la histórica venta estuvo motivada, fundamentalmente, en dos razones: 1) la necesidad de recursos que tenían los franceses para poder iniciar una nueva campaña en Europa, y 2) por haber perdido el control de la isla de Santo Domingo y, a causa de esto, la posibilidad de intervenir Luisiana.
En el capítulo ¿Cómo adquirió Norteamérica a Luisiana? de su best-seller “Qué se yo de historia”, el popular historiador estadounidense destaca que aunque la mayoría de los ambiciosos planes del emperador francés, Napoleón Bonaparte, se centraban en Europa, Norteamérica también tenía un lugar en su corazón, por lo que su primer paso fue obligar a la debilitada España a devolverle el territorio de Luisiana, cosa que ocurrió en 1800, así como reconquistar la isla de Santo Domingo, que estaba bajo el control de Toussaint L’Overture, con el objeto de lanzar, desde la misma, una ofensiva hacía Norteamérica.
Los planes del gran corso, tropezaron con un infausto acontecimiento que cambió el curso de la historia de los Estados Unidos: la exterminación de sus tropas a causa de la fiebre amarilla, después de haber recuperado a Santo Domingo.
A partir de ese momento, los norteamericanos, que estaban sumidos en una profunda preocupación ante la amenaza que significaba para ellos el previsible control por parte de los franceses del estratégico puerto de Nueva Orleans, recibieron la mejor oferta de venta de su historia: la totalidad del territorio de Luisiana.
De inmediato el presidente estadounidense, Thomas Jefferson, que se conformaba con que los franceses le vendieran Nueva Orleans y Florida, inició los trámites para concretizar la compra de un territorio que duplicó el tamaño de la joven nación y la situó en el camino de convertirse en la potencia que es en la actualidad.
Fue en mayo de 1803 cuando se firmó el tratado que le cedió a los Estados Unidos la cantidad de 2.144.476 km² (529.911.68 acres) de posesiones francesas por un precio 15 millones de dólares, que con los intereses ascendió a la suma total de 23.213.568 dólares. El referido convenio contempló una gracia, durante un periodo de 12 años, para que los barcos franceses y españoles pagaran en Nueva Orleáns los mismos aranceles que los aplicables a los norteamericanos.
Esta vasta extensión territorial representa el 23 por ciento de la superficie actual de los Estados Unidos, distribuido como sigue: Arkansas, Misuri, Iowa, Oklahoma, Kansas, Nebraska, Minnesota al sur del río Misisipi, gran parte de Dakota del Norte, la casi totalidad de Dakota del Sur, el noroeste de Nuevo México, el norte de Texas, una sección de Montana, Wyoming, Colorado al este de la divisoria continental y Luisiana a ambos lados del río Misisipi, incluida la ciudad de Nueva Orleans.
Como se ha podido apreciar, los Estados Unidos le deben una gran parte de su territorio a acontecimientos que se produjeron, a finales del siglo XVIII y principios del XIX, en la isla de Santo Domingo.