(Apuntes para un manual de sociología barata)

Por qué tantos conos en las avenidas en pleno (siglo XXI) para regular y normalizar el tránsito vehicular. La “epidemia” cono rojo es un indicador que amerita una mirada penetrante respecto a la coerción simbólica Vs. la coerción tangible. ¡El muro o la pared sustituyendo la tecnología cámaras y señales abstractas! ¿No sería suficiente que el conductor interprete y respete rayas y  letreros?: no entre, prohibido el estacionamiento, líneas que indican doble vía,  no doble en “U”. En fin, un etcétera de señales viales. Es   “brutal” que en esta época de tecnología al servicio de la vigilancia, un signo de control social tenga que ser tan groseramente artesanal. ¿Y de qué han servido tantos años de educación académica? Esos conos no existieran si las instituciones que fiscalizan el tránsito fuesen eficaces y sistemáticas.

Mientras más grosero y pedestre es el recurso que utiliza un “Estado” o “Gobierno” para que su población respete las leyes o las normas del día a día, más se denota el comportamiento de una ciudadanía que hay que tratarla como si fuesen presidiarios de “extremo peligro”, que hasta en el patio de la cárcel hay que vigilarlos para que no colisionen entre sí. Más aún, ese indicador tan duro como recurso coercitivo sugiere una “mirada” respecto a unos mecanismos “societales” autoritarios, que de momento sustituyen la eficiencia institucional: educar, vigilar y sancionar.  También podría envolver el tema de una educación ciudadana trunca, con serias taras para comprender o asimilar que manejar es un acto social. Ante una atmósfera vial tan rarosa, por no decir llena de “latencia” violenta, “el sálvese quien pueda es que nos ampara”.   Y dónde está la mirada de “vigilar y castigar” que Michael Foucault asigna a la institución moderna, ¿en la parafernalia https://es.thefreedictionary.com/parafernalia de una burocracia de tránsito, donde el “tiguere” de la calle ha sustituido al ayuntamiento y a los AMET?  Él  decide el ordenamiento público de los parqueos.

Mientras más  “duros” o menos simbólicos son los mecanismos de control social, se propicia un panorama de más confrontación innecesaria entre la población. Ese indicador poco sutil incrementa la impotencia, la confusión, la ausencia institucional y un sentimiento de desamparo que exige, siente y demanda el ciudadano que respeta las leyes. Garantizar el orden público es un símil muy cercano a la zapata de un edificio.

Me pregunto, por qué tantas grandes reformas en el papel y no aunar esfuerzos para eficientizar la cotidianidad dominicana donde delinquir no siga siendo un acto al cual ya estamos acostumbrados. Ninguna regla ni ley tiene valor de  no lograr transformar los vicios cotidianos que involucra un individualismo cavernícola y violento.