El paradójico consejo que recomienda la necesidad de alejarse de las cosas para verlas más de cerca, no sólo es válido para apreciar la belleza de un cuadro, la hermosura de una cordillera o el atractivo de un cuerpo humano, sino que es aplicable también para evaluar con la debida perspectiva las transfiguraciones de una ciudad a través de los años.
Me ausenté de Santiago a principios de 1962 no volviendo jamás a residir en ella, y aunque esporádicamente la visitaba por unos días el alejamiento definitivo me ha procurado el distanciamiento apropiado para observarla mejor, lo cual no me hubiera sucedido en caso de quedarme dentro de sus límites por aquello de que los árboles no dejan ver bien el bosque.
Haber visto lo que vi a finales de los años cuarenta y toda la década del cincuenta del siglo pasado y ver ahora lo que veo, me invita a señalar que la ciudad que antes nos enorgullecía por diversas razones está paulatinamente desapareciendo y en vista de la imparable eliminación de sus valores identitarios pronto le ofreceremos al país y el mundo el triste espectáculo de una ciudad sin recuerdos de sí misma.
El llamado casco histórico ha sido víctima de una desaprensiva especulación inmobiliaria destruyéndose viviendas de gran valor arquitectónico ocupando su lugar desangelados parqueos de automóviles –vergonzoso haber derribado la sede inicial de la PUCAMAIMA para convertirla en un estacionamiento- y construyéndose torres de horroroso estilo en áreas que antes embellecían la zona urbana.
Contemplar la conversión en una espantosa cuartería de la añeja y coqueta casona donde residía Tatiana Victoria en la calle Benito Monción próxima a la otrora panadería Sarnelli, la cual sigue aun techada con planchas de calamina importadas, así como otra construida en madera y al borde del colapso en la Eladio Victoria casi Colón, me conmovieron hasta las lágrimas. +
Porque nací en la vivienda hoy inexistente situada en su parte trasera, la que me produjo mayor abatimiento por su presente estado de abandono y descuido fue la que pertenecía a Narciso Román en la Máximo Gómez con Sully Bonnelly, que antes me deslumbraba por su modernidad y amplias terrazas interiores, cuando de niño me introducía por el portón para embelesarme mirando los caimanes existentes en una pileta.
Las casas victorianas y las edificaciones republicanas encierran un conocimiento indispensable para el colectivo de intelectuales de la presente y futuras generaciones, y su conservación permite un estudio comparativo con otras culturas, otras épocas, constituyendo un ineludible deber para todas las autoridades del municipio transmitir este formidable legado.
Para suerte de quienes estamos interesados en la preservación, el amigo Julio González editó el libro "Santiago de los setenta" donde en primorosas fotografías en blanco y negro recoge las casas y edificaciones que aun sobrevivían en la parte antigua de la ciudad, con el valor agregado de ilustrar al lector sobre los inquilinos que la habitaban, tanto en sus inicios como en la época en que fueron tomadas.
Si penoso es lo que está ocurriendo a nivel patrimonial, peor es lo que acontece en otros aspectos citadinos, donde el cambio de sentido en la circulación de sus calles céntricas, la banalización de las zonas peatonales, la desaparición de viejos pregones y el anémico caudal del Yaque transmutado en una alcantarilla a cielo abierto, representan al decir de un italiano peccatas minutas.
En el caso de que un visitante desembarque en las horas del día en el parque Duarte y tomase la General Cabrera para llegar a la calle San Luís, no mentiría si luego asegurase haberse encontrado en medio de un mercadillo de Conakry, Addis Abeba, Nairobi o Kinshasa, es decir, en cualquier ciudad del África subsahariana, pues en más de un 90% todas las personas que ocupan la zona son de procedencia haitiana.
Los limpiabotas del parque, los vendedores de tarjetas telefónicas y los buhoneros en general son en su mayoría del vecino país, y a causa de que los bancos no solo son utilizados para la venta de los mas heteróclitos artículos –viagra, fósforos, biberones, pilas y calzoncillos- sino que sirven además de mesa para comer frituras, quienes intentan sentarse deben ir provistos de pedazos de cartón para no mancharse el trasero.
Antes veía caminar por esta área a Leomares Jáquez, Henriette Kellner, Clarisa Almánzar, Raquel Collado, Matildita Thomén y Frida Pichardo que uniformadas iban a tomar frente a la Gobernación el autobús que las llevaría al Colegio, pero hoy está metamorfoseada en un territorio comanche erizado de peligros, que ni siquiera a bordo de sus vehículos y con seguros puestos cruzarían por temor a posibles inconveniencias.
Santiago, que antes presumía de acoger una láctea inmigración proveniente de la Sierra –San José de las Matas, Jánico, Sabana Iglesia o Monción- en la actualidad está vestido de medio luto con tendencia a oscurecerse por completo, ya que no existe una política migratoria que controle con eficiencia el tránsito hacia nuestro país de una población haitiana abandonada de la mano de Dios.
En otros tiempos mis amistades, familiares y compañeros de estudios respondían a los clásicos antropónimos de César, Luisa, Gustavo, Olga, Octavio o María, pero al parecer el exotismo y la transculturación han revuelto las aguas de la pila bautismal, y por las calles solo escucho peregrinos denominativos como Bryant, Kathleen, Tracy, Lady, Marvin, Yamerly, Matroy o Jahaira.
En mi adolescencia la rutina de los santiagueros estaba pautada por los fenómenos naturales –lluvia, frío, calor, sequía- y las fiestas religiosas o patrias, pero en los actuales momentos lo que importa es el buen o mal tiempo en USA o la UE, el horario de las Bancas deportivas, los especiales de la Sirena, el miedo a la delincuencia y al envío de remesas por parte de los fugitivos económicos.
En la década del cincuenta de la pasada centuria y en los primeros de los sesenta, la prostitución en la ciudad corazón exhibía cierto pudor al estar confinada a establecimientos y lugares específicos, pero hoy, además de desembozada, es pública, incluyendo propuestas –travestidos, transexuales- inexistentes dentro del vademécum de ofertas prevalecientes en los años terminales de la dictadura.
Una constante urbana de mi niñez hasta el presente es el bullicio reinante en calles y avenidas –guagüitas anunciadoras, venta de música en las aceras, empleados de negocios vociferando baratillos y conductores con radios a todo volumen-, y como una evocación sonora de aquellos tiempos la sirena de la Tabacalera indicando las horas de entrada, almuerzo y salida del trabajo.
No comparto la opinión de Javier Reverte, uno de los escritores españoles de viajes más populares actualmente, cuando afirma en uno de sus libros que Santiago es bello por ser alegre, pues la alegría apercibida por él en el tejido urbano es precisamente esta ruidosa algazara que nada tiene que ver con el contentamiento derivado del placer de sentirse bien con uno mismo y su entorno.
Para desesperación de los puristas y regocijo de los tradicionalistas, en amplias capas de la población santiaguera aun persisten en su hablar el vocalismo (pueita por puerta) la diptongación (cardiaco por cardíaco) la aspiración faríngea (jablador por hablador) y la disimilación (medecina por medicina), así como otros aspectos fonéticos muy bien explicados por Orlando Alba en su ensayo sociolingüístico titulado "Como hablamos los dominicanos".
De proseguir el derribo, las afrentosas remodelaciones (parque Colón) y las negligencias (hotel Mercedes) en el casco histórico, llegará el momento en que no quedará en pie ningún testimonio de lo que fuimos o somos, indicio alguno de nuestro pasado, hecho que no nos perdonará la posteridad al quedar absolutamente huérfana del patrimonio que estamos en la obligación de transmitirles.
Los partidarios de la piqueta y la mandarria argumentarán que de nada sirve mirar atrás, que es imposible avanzar, progresar mirando siempre hacia el ayer, pero resulta oportuno aconsejarles que todo tiene sus límites, que la memoria histórica de Santiago es innegociable y a mis compueblanos advertirles, que para el triunfo del mal solo basta con que los hombres buenos no hagan nada.