No resultaría nada descabellado suponer, que siendo ingeniero agrónomo de formación y distinguirse mis colegas, en su gran mayoría, por vivir a espaldas al arte y la cultura, los posibles lectores de este trabajo considerasen como un atrevimiento aventurarme en un tema que reclama para su adecuado desarrollo la posesión de una sensibilidad artística largamente experimentada.

Ha sido mi residencia en París por cuatro años, una impetuosa pasión por la lectura y la realización de frecuentes viajes a Europa, África, Asia y Las Américas, las causas que podría invocar para justificar mi injerencia en estos arriesgados dominios que por lo general representan el campo de acción de sociólogos, arqueólogos, arquitectos e historiadores pero casi nunca de agrónomos de oficio.

Para evitar en la medida de lo posible malas interpretaciones deseo precisar, que en este trabajo el término Cultura no se aplica a las manifestaciones del folclore –carnaval incluido- música vernácula, artesanía típica o al imaginario popular sino en exclusividad al conjunto de conocimientos adquiridos por una comunidad que permiten ampliar su sentido crítico, sus gustos en fin, su capacidad de juzgar.

En las pasadas Navidades y por razones nostálgicas estuve por unos días en San José de las Matas (Las Matas de la Sierra para Boyer y San José de la Sierra para Lilís) sorprendiéndome el activismo cultural de la Casa de Arte, un proyecto perteneciente a la Fundación San José para el Desarrollo Inc, donde se efectúan y promocionan numerosas actividades artísticas.

Asistí una noche a una conferencia de Claudio Caamaño sobre Manolo Tavárez al cumplirse cuarenta y siete años de su inmolación en Las Manaclas, y además de recibir por parte de su Encargado libros a título de préstamo y en donación sobre la historia de la comunidad, había en sus salas una exposición colectiva de pintura titulada "Sueños lejanos" con la participación de artistas plásticos nacionales.

Esta vitalidad y dinamismo contrastaban con la desidia observada tanto en el asiento para la Región Norte del viceministerio de cultura como en el Centro de Cultura de Santiago perteneciente a este ministerio gubernamental, no pudiendo de momento opinar nada sobre el Centro Cultural León Jiménes y el Archivo Histórico pues desafortunadamente estaban cerrados por el asueto pascual.

Así como apruebo la decisión de haber designado con el nombre de Federico Izquierdo la sala de la primera planta del antiguo Palacio Consistorial –sede del viceministerio- y la segunda en memoria de Natalio Puras –Apeco- rechazo el alarde de egolatría y exhibicionismo que constituye la galería de ex directores de la institución ubicada en la escalera que une ambos niveles.

Un lugar tan preferencial debiera estar ocupado por fotografías de Juan A. Alix, Ñico Lora, Julieta Otero, Anita Pastor, Milton Cruz, José Ovidio García, Carlos Tolentino o Príamo Morel entre otros, valores del arte nacidos en el Cibao que gozaron o tienen nombradía a nivel internacional y no por las de pasados funcionarios, quienes tal vez fueron buenos gestores de la cultura pero jamás podrán ser sus embajadores.

Los dos recintos antes mencionados lucían desiertos, huérfanos de esa movilidad prevaleciente en organismos dedicados a la difusión artística y cultural, pudiendo decir lo mismo del vecino Centro de Cultura Ercilla Pepín en el cual había una exposición denominada "Paisajes de muy adentro" del pintor cubano Luis Ángel Alcolea Oliva la cual debió ser abierta para mi ya que estaba completamente cerrada.

Siempre estuve por averiguar si en las antañonas residencias pertenecientes a la llamada oligarquía de Santiago habían colgados en sus paredes cuadros originales de pintores de cotización mundial como Madrazo, Portocarrero, Reverón, Romero, Plá o talvez un Chasseriaux, Sorolla o Botero, o tuviesen en propiedad ediciones príncipe de obras literarias famosas, o partituras manuscritas de celebres piezas musicales.

Según los expertos consultados y los conocedores de las interioridades santiagueras, no existe absolutamente nada en este sentido –ojalá fueran desmentidos- contrariamente a lo que acontecía en La Habana precastrista, en San Juan de Puerto Rico, en Caracas y en otras capitales caribeñas, donde las familias adineradas gustaban del buen arte o al menos lo consideraban como una inversión de futuro.

Como una dolorosa falta de originalidad es el formato del Gran Teatro del Cibao al representar un clon, una réplica al milímetro del construido en Santo Domingo, y aunque su actual Director General y Artístico sea un joven competente y emprendedor, de poco les servirán sus esfuerzos ante una población secuestrada por la música de los bachateros, sin tradición teatral y con escasa vocación por la danza y el bel canto.

Resulta lamentable que una ciudad con dos aeropuertos internacionales tan próximos –Licey y Puerto Plata- y con un millón de habitantes carezca de pinacotecas, galerías y salas de exposiciones de interés para visitantes extranjeros, y que sus afanes culturales privilegien en especial la apología de lo local, el costumbrismo, lo cual es loable si en paralelo se fomentan e impulsan los valores universales.

La lectura –no de periódicos- en espacios públicos y transportes colectivos de obras literarias es uno de los indicadores que con mas fidelidad refleja el nivel intelectual de los miembros constitutivos de una ciudad, al evidenciar la preocupación de sus ciudadanos, no solo por enriquecer sus conocimientos sino también para afinar su sensibilidad en lo referente al juzgamiento estético de los valores existentes en su entorno.

Por desgracia, en la conocida como ciudad corazón no vi a nadie concentrado en esta actividad, salvo mi ex compañero de la Secundaria el inefable Armando Menicucci Morel quien sentado en el parque Colón y sin que reparara en mi presencia, lo observé durante quince minutos entregado hasta el arrobamiento en la lectura de un libro, siendo lo mas curioso la actitud de un vendedor de tarjetas que pasaba a prudente distancia de él.

Sin detenerse en ningún momento el buhonero contemplaba a mi antiguo condiscípulo sin quitarle la vista de encima, convencido seguramente de lo antinatural que resulta el leer ya que la disposición natural como especie es la de estar lo mas pendiente posible de lo que nos rodea, vivir casi en alerta máxima debido a que nuestra supervivencia en el pasado obedeció en gran medida a no fijar los ojos en una sola cosa.

En las plazas públicas de las ciudades civilizadas, las palomas, gorriones y estorninos son alimentados y cuidados por niños, adultos y envejecientes que les ofrecen en sus manos o arrojan en el suelo los granos de su preferencia, pero en mi ciudad natal los menores las espantan al tratar de atraparlas o cazarlas y como es de esperar, las mismas están desprovistas de todo tipo de asistencia sanitaria por el municipio.

A muchos santiagueros les gusta presumir de la posesión de un vehículo de lujo, adquirir un apartamento costoso, haber realizado un crucero, viajar a Europa o pasar un fin de semana en un exclusivo resort, pero muy pocos parecen interesarse en comprender lo que no entienden, o por el goce estético que produce la contemplación de las llamadas Bellas Artes.

El escritor norteamericano Sinclair Lewis –premio Nóbel de Literatura en 1930- escribió una extraordinaria novela titulada "Babbitt" cuyo homónimo protagonista recuerda, excluyendo honrosas excepciones, a muchos santiagueros por su indiferencia hacia los valores artísticos, y en el diccionario "Webster’s" el término babbittismo define esta apatía por la cultura y devoción por el dinero y el ascenso social.

Qué gran muestra de sensibilidad cultural hubiese sido aprovechar la estancia navideña en el país del nobelizado prosista Vargas Llosa para invitarle y entregarle las llaves de la ciudad o declararle hijo adoptivo como prueba, no solo de nuestra tan cacareada hidalguía sino de nuestra disposición a reconocer a uno de los grandes cultores modernos del arte literario.

Para concluir de algún modo debo expresar, que por lo observado en la Casa de Arte en SAJOMA y en las instituciones públicas de Santiago, la cultura está mejor gestionada por el sector privado, representando el Centro Cultural León Jiménes por sus programas de conferencias, exposiciones permanentes e itinerantes, concursos, tertulias y Talleres creativos, una demostración irrefutable de lo antes indicado.