En la década del 60 del siglo XX, recién descabezada la tiranía, en Santiago de los Caballeros surgió un colectivo socio-económico que dinamizó la economía local y, por extensión, la economía nacional. El denominado Grupo de Santiago no se conformó  con la simple identificación y definición de las necesidades prioritarias de la región. Esos estrategas del desarrollo encaminaron acciones contundentes para vencer  las amenazas que pendían sobre la ciudad y el país.

Fundaron universidades, edificaron escuelas de formación agrícola, establecieron asociaciones de ahorros y préstamos, formaron bancos comerciales, y crearon institutos de educación técnica. Todas esas instituciones estaban cobijadas bajo la sombrilla de la Asociación para el Desarrollo Incorporada (APEDI). Esas iniciativas propiciaron el crecimiento sostenido de Santiago y la región del Cibao, algunas de ellas expandiéndose a todo el territorio nacional.

Pero la dinámica de la vida es el cambio. APEDI cumplió con éxito su rol y hoy se necesita un esfuerzo similar para reinventar la ciudad y sacarla del marasmo en que se sumergió por agotarse hace décadas el referido modelo.

En años recientes se gastaron cientos de millones de pesos en definir las prioridades y las estrategias de desarrollo de Santiago de los Caballeros. Ahí están esas prioridades editadas en libros y agendas culturales. Libros que sólo son útiles para decorar los estantes de los libreros de un grupito de “expertos”. Y Santiago sigue esperando menos gastos en “planes” por amor a planear y más inversión en iniciativas concretas de desarrollo local, provincial y regional.

Por ello me remonto a la década del ‘60. Porque desatar el desarrollo del Santiago de hoy requiere reflexionar a profundidad sobre el pasado. Porque el pasado es el espejo del presente. O al revés.

En esa luz, el principal reto de Santiago es, a mi ver, estructurar una vanguardia socio-económica  que ponga en blanco y negro las prioridades del desarrollo de hoy, teniendo como base la Estrategia Nacional de Desarrollo. Esta vanguardia deberá conducir un proceso que involucre a todos los sectores sociales de la zona. Requiere, al mismo tiempo, definir y separar los roles de cada actor. Y poner esos actores en movimiento; en un movimiento que genere sinergia en todas las direcciones. Con esa tarea por delante, se impone comenzar temprano.

Pienso que, en ese contexto, entra Abel Martínez Durán, próximo alcalde de Santiago de los Caballeros.

En primer lugar, debo anotar que es de sabios dejar de lado los epítetos y estigmas. Que Martínez Durán fue vendedor de zapatos. Que era empleado de quinta en la Sirena. Que no es nativo de Santiago.

Todo ello en vez de opacarlo, debería enaltecerlo. Pues implica una robusta voluntad de superación. Todavía más en tanto cuanto acaba de ser electo alcalde al lograr más del 53% de los sufragios.

Corresponde entonces jugar limpio, colocando las cartas sobre la mesa. Pues el desarrollo del municipio descansa en parte en su futuro gobierno. Y de la capacidad de su gestión de articularse con todos los sectores mencionados arriba.

El flamante alcalde estará obligado, a su vez, a suspender la vanidad y los resentimientos. Olvidarse de la muchachada de que si él es un Rubi (diminutivo por Rubirosa), de que si es un Dandy, o de que es el Niño Lindo. Debe emplearse a fondo, concentrar toda su energía, habilidad e inteligencia para gobernar para todos y con todos los actores de la ciudad. Hacer del municipio de Santiago el tema y el lema de la película. Y no el protagonismo de él.

Asimismo, lo que queda de la oligarquía santiaguera y sus candongos, tendrán que dejar de lado sus inquinas. Sobre todo, abandonar el reclamo al gobierno central de mayor inversión del PIB en Santiago, cuando esa misma camarilla no tiene la mínima intención de realizar su tarea.

Llegó la hora, pues, de rascarnos con nuestras propias uñas. Porque en el Cibao hasta las espinas de las jabillas ya ni rascan.