Los Lechones, sean joyeros o pepineros –se distinguen por el estilo de sus caretas–, son sin dudas el distintivo por excelencia del carnaval santiaguero. Otro personaje no menos relevante fue el Róbala la Gallina del siempre recordado Raudy Torres. Y al legendario Cucharimba también se le saca su comida aparte.

No son sólo los vibrantes colores cálidos de los trajes lechoneros con sus caretas, cintas, cascabeles, fuetes y espejos lo que hace a un lechón ser un lechón. También hay una dinámica rítmica en su performance. Un troteo diagonal, medio de lado, con una gracia que lo va llevando de un lado a otro de la calle por donde pasa repartiendo vejigazos inofensivos.

A Raudy Torres el carnaval santiagués le adeuda la proeza de llevar el Roba la Gallina al escenario nacional e internacional. Y con ello poniendo en alto el espíritu festivo de la ciudad. Destacaban en él el colorido de sus trajes, su energía inagotable, su alegría desbordante y su estilo esperpéntico*.  Su actuación era algo que rayaba lo mágico.

Ramón Arturo Reyes (Cucharimba), mago y bailarín, posee un talante raro. Uno nunca sabe dónde termina el personaje y dónde empieza la persona. Y viceversa**.

Representa él – sin proponérselo– la catarsis cotidiana del hombre simple y trabajador. Es el único dominicano que vive transformado en un personaje perpetuo, haya o no carnaval. El viejo Cucha, con una edad aproximada de 75 años, anda y desanda la noche y el día haciendo magia. Año tras año aparece y desaparece en la celebración del carnaval santiaguero, el cual es su merecido agosto.

Cucharimba no transita como Raudy, a punto de cruzar la raya de la magia. El Cucha es la magia misma.

Estos personajes –de una lista imposible de incluir en este artículo por la limitación del espacio– dan vida al carnaval más popular del país. Una festividad folklórica anidada en el corazón de los santiagueros. El carnaval de Santiago late de corazón a corazón desde el mismo origen del alma nacional.

Es por ello que en cada celebración los pobladores de la Hidalga gozan de un nuevo carnaval. Un carnaval que se empina y crece sobre sí mismo.

Luego del auge repentino del carnaval vegano, en Santiago se intentó copiar el modelo organizativo de los veganos. Entre las supuestas innovaciones se intentó la creación de las afamadas cuevas con su respectiva comercialización de la festividad. Las cuevas fracasaron. Por un detalle: en la ciudad Corazón el carnaval es hijo de las calles, los parques y las plazas. Y eso no se puede encuevar.

El derrumbe de las cuevas trajo consigo las llamadas “tarimas”, una suerte de fusión entre graderías y escenarios, patrocinadas por empresas comerciales. Desde éstas puede verse el desfile carnavalesco plácidamente, con un bono apreciable: se puede degustar un trago, aparte de las presentaciones artísticas en vivo.

La llegada de las tarimas predice la inminente extinción de las tradicionales carrozas. En este año desfiló sólo una carroza. En otros tiempos las carrozas se contaban por docenas.

El surgimiento de las tarimas, consecuentemente, son un elemento clave para los esfuerzos de comercialización del evento. La venta del derecho a instalar la tarima es un arbitrio que genera recursos a la ciudad. Los patrocinadores de las tarimas se nutren del expendio de bebidas en el bar instalado en el interior de ellas. Se accede a ellas mediante la compra de un boleto o por invitación expresa.

Otro elemento que consolida la parte comercial se debe a la venta de los derechos de trasmisión por televisión del desfile en toda su extensión.

Este año, Uriel Amaury Pérez me distinguió invitándome al VIP de la tarima de Pan Clase A, un producto de Panicentro. Desde esas gradas exclusivas tuve el privilegio de disfrutar de la versión más reciente del carnaval de Santiago. Allí también estuvo presente Cucharimba, compartiendo con nosotros.

* https://acento.com.do/2018/opinion/8553204-raudy-torres-carnaval-cocina-criolla-gourmet/

**https://acento.com.do/2015/opinion/8222114-cucharimba-cultura-magia-y-pobreza/