Me hubiera gustado escribir un artículo largo o un ensayo breve sobre ese personaje de novela que se llamó Santiago Carrillo. Se da la circunstancia que su muerte se produce estando muy lejos de mi biblioteca donde tengo algunos de sus libros y por tanto, tengo que abandonar esa idea para limitarme a escribir unas escuetas notas sobre él.
Santiago Carrillo fue un político que se inicio en esas lides desde muy joven, hijo del político socialista Wenceslao Carrillo fue desde muy joven dirigente de las Juventudes Socialistas. Durante la guerra civil contribuyó a unificar a éstas con las juventudes comunistas para formar las Juventudes Socialistas Unificadas.
Desempeñó un papel importante en el gobierno republicano en Madrid contribuyendo a la puesta a punto de la defensa de Madrid de los ataques por aire y tierra de las tropas insurrectas del general Franco. Posteriormente, como miles de republicanos, se refugió en Francia ya como miembro y dirigente del Partido Comunista de España. Viajó a diferentes países del Este de Europa y de América Latina. En el Congreso del PCE celebrado en 1960 fue elegido secretario general y Dolores Ibarurri presidenta del partido.
Desde esa fecha hasta su renuncia a la secretaría general en el año 1982 jugó un papel protagónico en la marcha y desarrollo del PCE. Fue expulsado del mismo en 1986. Su vida se desarrolló en tiempos convulsos, y como dice un refrán chino, “que Dios te libre de vivir en tiempos interesantes”. Guerra Civil española, exilio, Segunda Guerra Mundial, caída de Francia, invasión de la URSS, Victoria de los aliados, caída de los fascismos y del nazismo, frustrada esperanza de que ello conllevaría la derrota del fascismo español encarnado en la figura del general Franco y su régimen, Guerra Fría y asunción por Occidente- EE.UU. y sus aliados-, de que el enemigo principal era el comunismo.
Ello implicó que los comunistas y otros grupos llevaran a cabo una larguísima lucha clandestina tanto en el interior de España como en el exilio, incluyendo la formación de guerrillas, apelaciones a la caída del régimen a través de la Huelga General, organización de sindicatos de clase dentro del espacio ganado a los franquistas, apelación a la política de Reconciliación Nacional, muerte de Franco, política de pactos con los remanentes del franquismo y los partidos democráticos, ejecución de la transición española hacia la democracia, previa legalización del Partido Comunista, elecciones democráticas, y posterior declive de la fuerza política y electoral del PCE.
En todos esos acontecimientos Santiago Carrillo estuvo siempre desempeñando un papel importante sea promoviendo unas políticas, frenando otras, para luego asumirlas, en fin, todas las estratagemas, rectificaciones, durezas, flexibilidades, intolerancias e injusticias propias de un proceso tan largo como trágico y despiadado, de la lucha de un David (el PCE) contra el Goliat de la dictadura franquista con su aceitado aparato policiaco y represor.
El lector de la prensa española se quedará con la idea de un amplio consenso sobre el papel de Santiago Carrillo en la transición española, es decir, el reconocimiento más o menos generalizado –aunque nunca total-, de que sin su lucidez, su pactismo, su capacidad a lo Mazarino, para los acuerdos y las combinaciones, la transición española hubiera sido diferente. Quizás sangrienta, con enfrentamientos en las calles, con represiones y venganzas, y cuyos resultados hubieran sido inciertos. Todos sabemos cómo han transcurrido las cosas. Nadie sabe lo que hubiera ocurrido sin un Santiago Carrillo al frente del PCE, en ese momento, el principal partido organizado y con capacidad de llevar la lucha entre la clase obrera, el estudiantado, parte de los intelectuales y algunos sectores de la clase media. Es obvio también, que el PCE cedió mucho para la transición pacífica y civilizada en España.
Carrillo lo resumía de la manera siguiente: Sí, hemos tenido que ceder, pero logramos algo esencial, el reconocimiento constitucional de que la fuente del poder y lo que lo legitima es la soberanía popular, que quien tiene la soberanía es el pueblo, que la misma no viene de Dios, ni del espadón de un general, ni de un grupo de notables o aristócratas. Sea, así es sin duda.
Pasados 35 años desde las primeras elecciones democráticas de 1977 en España, hoy se levantan cada vez voces más críticas sobre la extendida idea de la ejemplaridad de la transición española. Sobre esa especie de amnistía y sordera que se dio sobre los crímenes del franquismo, sobre la lentitud del reconocimiento del papel jugado por tantos demócratas que sufrieron no sólo la cárcel, la marginación, la exclusión y su secuela de hambre y humillación, sin que ni ellos ni sus familiares tuvieran una reparación material justa a sus penalidades por razones políticas. Como casi siempre la generosidad mayor provino de los que más sufrieron y a los vencedores de la guerra civil, en aras de la paz y la transición pacífica, se les dio una especie de “yo te absuelvo” laico.
Es costumbre que de los muertos solo se deben decir cosas buenas, alabar sus virtudes y poner sordinas a sus defectos y errores. Es cierto que esto es un protocolo absurdo. Un personaje lo es porque la intensidad de su vida –en el orden que fuera- conlleva una carga superior de actos extraordinarios a la mayoría de quienes viven vidas ordinarias, por muy burguesas o de confort que sean, o por muy mediocres y austeras que sean.
Un Napoléon, un Marx, un Trotsky, un Tolstoy, un Einstein, no son personajes comunes, son seres extraordinarios y cada cual en sus campos de distinción han sido excelsos y supongo que habrán sido en otros aspectos seres con fallos, defectos y errores, quizás, también, fuera de lo común. Salvo tal vez un Kant, al que en un apotegma genial calificara Giovanni Papini de un gran filósofo genial, pero a la vez, de “un burgués honrado y ordenado”, cuya previsibilidad de sus actos cotidianos era tal, que los habitantes de Konisberg lo utilizaban como sustituto del reloj.
Carrillo es acusado con saña por la derecha y por los franquistas descubiertos y encubiertos de ser el estratega que llevó al fusilamiento de decenas de personas en la matanza ocurrida en la localidad madrileña de Paracuellos del Jarama. Tuve la suerte de que dos entrañables amigos de antes y que siguen siéndolo hoy día, Matilde Vázquez y Javier Valero, politólogos, en los inicios de la transición estaban investigando para la publicación de un libro sobre la guerra civil en Madrid. Con las fuentes consultadas disponibles en ese momento ellos aseguran que no se puede demostrar la participación directa o indirecta de Santiago Carrillo en la ejecución de esas personas. Ni dando la orden de la misma, ni insinuándola, ni promoviéndola. Nada se puede demostrar documentalmente al respecto. Opinar e imaginar lo puede hacer cualquiera, pero la frontera que separa la historia del chisme, o de la tertulia de café, es que la historia se basa en fuentes documentales, no en yo creo, o, yo opino, o, a lo mejor ocurrió que…
El motivo principal de las muertes de Paracuellos es que en tiempos de guerra civil, con una población acosada por los constantes bombardeos de los aviones proporcionados a Franco por Hitler, con un cerco de las tropas de infantería de los fascistas sobre Madrid, con el temor a la llamada Quinta Columna de espías y saboteadores, los soldados y milicianos que defendían Madrid no tuvieron piedad de fusilar a gente que consideraban no sólo enemigos sino causantes de las muertes que contemplaban y sufrían cada día. Nunca se podrá justificar los fusilamientos colectivos sin juicio previo, pero más que buscar un culpable en quien permitió el traslado de esos detenidos (Carrillo), lo que hay es que buscar la causa eficiente de los mismos en cómo los hombres se vuelven lobos para otros hombres en una guerra fratricida, por motivos políticos-ideológicos, y por tipos diferentes de construcción de sociedades.
Otras críticas vienen de la izquierda, de los disidentes en algún momento con la línea política que trazaba o encarnaba o defendía Santiago Carrillo como secretario general del PCE. Cuando se envían hombres a luchar con las armas en el interior y se fracasa, siempre se producirá la búsqueda de traidores, soplones, errores tácticos, de información recopilada, etc. etc. Siempre habrá suspicacias de por qué se envió a tal o cual, de si había discrepancias en los que murieron en combate con alguien de la Dirección y que por eso se le envió a la muerte. Cuando el argumento se puede torcer y preguntarse: ¿Y si hubiera triunfado? Esa víctima sería un Héroe y en su enfrentamiento con la Dirección hubiera tenido una ventaja para imponer su invocada –por otros- discrepancias.
Hay también el choque de personalidades, de grandes personalidades o de temperamentos, como el de Líster y Carrillo. El de interpretaciones diferentes sobre las vías a seguir en función de un uso más refinado y más burdo de la información y de los hechos sociales, como el enfrentamiento entre Semprún y Claudín con Carrillo y con la mayoría de la dirección del PCE. Y hay la fabricación por enemistad política, por mezquindad, por la simple sospecha, o vaya usted a saber por qué otros motivos, de interpretaciones conspirativas y hasta criminales, de ciertos fracasos del PCE en la lucha en el interior, como el caso del apresamiento, tortura y muerte del dirigente comunista Julián Grimau cuya muerte algunos acusan que se debió a que la dirección del PCE lo entregó a la policía franquista, por haber enviado una persona tan conocida al interior desde Francia.
Una de las cuestiones más decepcionantes de la lucha política es la de las interminables disputas en el seno de los partidos que desvían fuerzas, inteligencia, energía hacia lo que tendría que ser siempre la tarea principal: fortalecer la unidad interna y volcarse con políticas sabias a combatir inteligentemente a los adversarios. Pero la izquierda, por su gusto exquisito por la discusión, los matices, y hasta por verdaderas tonterías indignas de ocupar la mente lúcida de un niño o niña de 10 años, se solazan en destrozarse entre sí para beneplácito de sus enemigos. Ya se verá si la decadencia del PCE se debió a líderes como Santiago Carrillo, o a que el periodo histórico de la transición española hasta nuestros días estaba llamando a cambios sustanciales en la manera de organizarse y de plantearse la lucha y los objetivos políticos, que ponían a los Partidos Comunistas fuera de la Agenda Política.
Por mi parte, fui un leal admirador y seguí con interés el desarrollo de las ideas eurocomunistas que en España trasladó Carrillo. Creo que había en ellas el germen de una evolución política positiva hacia la formación de un Gran Partido Socialista o de Izquierda Democrática en España y en Europa. Ideas tales como las libertades públicas, el pluralismo político, el multilateralismo, la defensa de un sector público eficiente y competitivo, la democracia participativa, la distribución más igualitaria de la riqueza, la generalización de la educación de calidad al alcance de todos los que tuvieran talento y voluntad para formarse hasta los niveles más elevados, la solidaridad internacional y la cooperación para el desarrollo del mundo en vías de desarrollo, la defensa de los trabajadores frente a un capitalismo salvaje y a los mercados especulativos desenfrenados y desregulados, todo eso se encontraba ya en esas ideas difundidas por Carrillo en los finales de los años 70.
Hasta casi ayer uno podía escuchar con interés la lucidez y certeza –al menos para mí y muchas otras personas de diferentes partidos y visones políticas-, de los análisis de la realidad española y mundial que nos brindaba Carrillo desde las ondas de radio de la Cadena SER. A sus casi 100 años don Santiago, con su voz de fumador impenitente, daba casi siempre en el clavo, y era una de las pocas voces que nunca decepcionaban, ya que tenía una gran coherencia en todo lo que decía, y una modernidad que ya para sí quisieran tanto joven y no tan jóvenes, saltimbanquis políticos que pueblan el desolado y estéril campo de la izquierda actual.
Santo Domingo, 24 de septiembre de 2012