Una vez leí que podemos medir o inferir qué tan bien nos sentimos con nosotros mismos a través de la calidad de las relaciones que tenemos con las personas que nos vinculamos en los diferentes ambientes: familiar, laboral, comunitario, eclesiástico, etc.
Desde ese entonces, comencé a pasarme un scanner de cómo había sido la manera de relacionarme con mi familia de origen, mi familia nuclear, mis amigos, mis compañeros de labores, mis vecinos, en fin mis cercanos y no tan cercanos. Sólo así pude conocerme para luego así conocer y entender a los demás.
El arte de poder desarrollar y establecer buenas relaciones no se produce de la noche a la mañana. Las investigaciones en torno a este tema han demostrado que en la infancia temprana ha de producirse un apego y desarrollarse un vínculo seguro entre la madre y el niño.
En este interesante ejercicio de observar a los demás y observarme he podido darme cuenta que las personas más heridas son las que con más facilidad dañan a los demás y que no tienen reparo ni pueden medir las consecuencias de sus actos
Es de esta manera que el niño y posterior adulto recibe las herramientas para poder relacionarse y vincularse de manera más satisfactoria, dentro del seno familiar y en la sociedad. La infancia no es la única fuente de aprendizaje, pues vamos haciendo algunos ajustes a lo largo de la vida, pero sin lugar a dudas, la etapa de la niñez impacta en la forma como nos relacionamos.
Partiendo del párrafo anterior, muchas veces me ha producido preocupación ver la generación de niños que está creciendo y cómo se comportan con sus pares. Me he cuestionado ¿por qué nuestros niños con cada vez más frecuencia parecen tornarse cada vez más egoístas, menos empáticos, crueles y desconsiderados? ¿Qué estamos haciendo mal?
Entiendo quedebemos volver a cultivar adecuadas relaciones y modelar en nuestros hijos el tipo de relación que nos gustaría que ellos mostraran en sus diferentes contextos.Paradójicamente, muchas veces dañamos a quienes más decimos amar, pues aún no hemos sanado nuestras propias heridas,las cuales arrastramos desde la niñez, debido a que nuestros padres no supieron reparar el daño causado, haya sido éste causado de manera intencional o no.
En este interesante ejercicio de observar a los demás y observarme he podido darme cuenta que las personas más heridas son las que con más facilidad dañan a los demás y que no tienen reparo ni pueden medir las consecuencias de sus actos. En la mayoría de los casos los justifican!
He aprendido que cada vez que nos resentimos con alguien le entregamos un pedazo de nuestro corazón, de nuestra atención y de nuestra mente. He aprendido a ver más allá de sus defectos y así he podido ver sus necesidades, porque sólo cuando puedo ver las necesidadeses que logro tratarlos de la forma en que quisiera algún día lleguen a ser, no tomándoles en cuenta sus injusticias y reacciones desbordadas.
Aprendamos a ver las necesidades de las personas y así podremos sanar nuestras relaciones, ya que de esta manera estaremos invirtiendo en la sanidad de nuestra propia persona.