La humanidad, amable lector, consiste en diferentes tribus de animales disfrazados de hombres, escribió el inmenso Chesterton. Mi familia forma parte de una tribu que emigró desde una hermosa isla en el caribe, en el mismo trayecto del sol. Como todos los inmigrantes, acarreamos con nosotros nuestras tradiciones, nuestra lengua, nuestros recuerdos barnizados por la nostalgia, nuestra tristeza, nuestro deseo de regresar algún día aunque sea en un ataúd, nuestra forma de cocinar los alimentos.

El Sancocho es una comida que ha estado conmigo desde que nací. Recuerdo que siendo apenas un desdentado niño de meses, una tía muy querida y muy fea que se quedó jamona me llenaba el biberón con este espeso caldo, provocando en mi desarrollo futuro un ligero enanismo. Yo duraba horas muertas chupa que te chupa que requetechupa, amemao, digo, soñoliento, tratando de pasar un pedacito de plátano por el hoyito en la tetera diseñado para líquidos menos condimentados.

Yo mismo no tenía idea del origen del sancocho, hablo del primero hecho en mi isla, pero gracias al dios Google el saber es instantáneo para aquellos que viven en un país donde no se va la luz, así que descubrí el maravilloso libro del Dr. Bean Is good, "Comidas Feas Pero Sabrosas", publicado por Harvard Press en febrero del 1969, el cual tiene el ensayo, "Sancocho, Caldo Verdaderamente Cimarrón", donde nos habla de lo que pudo ser la primera vez que se cocinó. Cito:

"Todo aquel investigador culinario que ha viajado por el mundo y ha vivido entre diferentes culturas puede, analizando un chin chin chin, adivinar las condiciones que permitieron la creación de un plato específico. Por la forma de preparación, y la liberalidad de sus ingredientes, asumí que el primer Sancocho se cocinó en la profundidad del monte, entre gente harapienta y bajo un aguacero, y no me equivoqué. Siempre que existe esclavitud aparece un hombre, o una mujer, que lucha, que se subleva, es uno de los atributos más nobles del ser humano, así como lo es el bañarse, señores cerdos. En Quisqueya, en la Hispaniola, en Haití, ese hombre se llamó Abbusaro, y Abbusaro, en 1522 (casi una década antes que el famoso Sebastián Lemba) después de gritar varias consignas incendiarias y arrojarle varias piedras a los españoles del ingenio San Abelardito, y seguido por sus compañeros muertos de hambre como él, se internó en la montaña conocida ahora como La Pelona, en la Cordillera Central…"

"Libertad reciente, noche primigenia, olla grande, muchísima lluvia, fogata que consuela. Cuando el agua estaba hirviendo empezaron a arrojar en la olla todo lo que apareciera: Pedazos de yuca, dos Amazonas ventralis o cotorras, granos de sal, frutas de la estación, tres ciguas palmeras o Dominicus dulidae, varios tubérculos todavía sin nombre, la suela de una chancleta, el rabo de un burro que protestó en vano, dos ratones raros (selenodontes), cuatro lagartos de los salta cocotes, cuatro jaivas, un huevo de culebra, etc etc etc. El resultado de este mejunje fue un apogeo; Abbusaro y todos los comensales respiraron profundamente ante la lentitud de esta nueva digestión, ante la solemnidad de un descubrimiento trascendental, ante una creación que afectaría, enriqueciéndolo, el horizonte culinario del mundo libre…"

Esto que nos cuenta el Dr. Isgood pasó hace siglos. Ahora un sancocho que se respete es una comida para ricos, o para gente que vive en Nueva York. Porque, amable lector que no es comesolo y que piensa que Faraonel debería estar preso, ¿quién le mete el pico a los víveres y a las carnes en RD?, esas son vainas de lujo, como las joyas; de hecho, Tío Mingo llegó de Bonao la semana pasada y me dijo que vio a varios conocidos con plátanos, guineítos verdes, yucas y patas de pollo guindando como dijes en cadenas de oro y plata; y me dicen que en la joyería Brador tienen un especial para los estudiantes de UTESA de anillos de graduación con un pedacito de ñame en lugar de una piedra preciosa.

Desde finales del siglo XIX el sancocho se sirve con arroz blanco y aguacate, siendo el premium de la serie el sancocho de 7 carnes, donde pedazos de vaca, de pollo, de cerdo, de conejo, de chivo, de oveja y de unicornio bailan juntos en la olla para darle un sabor único al caldo. Y cuando digo único no lo digo de forma ligera: Nunca se podrán hacer dos sancochos iguales. Y es que siempre hay muchos borrachos opinando alrededor del plop plop plop. Y es que siempre aparece un artista con la creatividad exaltada por el romo que añade algún ingrediente nuevo que ojalá y no sea nuez moscada Dios mío.