No podemos discutir el tema de las tres causales sin referirnos a una parte importante del contexto religioso detrás de la oposición a las mismas.

Es posible que muchos, o la mayoría, de los que defienden las tres causales no somos “abortistas” ni criminales, tampoco somos personas sin fé empeñadas en asesinar a innacidos.  La mayoría de esas expresiones adjetivas utilizados contra nosotros son falacias empeñadas en crear miedo o rechazo a la simple idea filosófica detrás de la defensa de las tres causales.

La idea filosófica central detrás de la defensa de las tres causales es que la mujer es quien debe decidir.  Además, la mujer es quien sufre los mayores riesgos cuando se mantiene un embarazo que pone en peligro su vida o su integridad humana.  Pero darle ese nivel de valor a la mujer es imposible para aquellos que miran a la mujer de manera diferente y, quizás, sin darse cuenta, en base a importantes concepciones religiosas.

La oposición a esa defensa de las tres causales unifica a católicos y a evangélicos en su visión de la naturaleza de la mujer, de su humanidad y de su integridad.

La visión de la naturaleza de la mujer desde la óptica religiosa tiene que ser vista tomando como fundamento las ideas de dos grandes padres de la Iglesia Católica Apostólica Romana:  San Agustín y Santo Tomás de Aquino.  Para tener una idea de lo que eso significa basta recordar algunas de sus ideas acerca de la mujer.

En sus Confesiones, san Agustín de Hipona (354-430 D.C.), santo, padre y doctor de la Iglesia Católica Romana, explica algunas ideas sobre la mujer y su relación con el hombre:

La mujer es inferior al hombre

El varón es el sexo más digno (honorabilior)

La mujer es la más débil, usando términos como infirmior (= débil físicamente), imbecillior (= necesitado de apoyó), fragilitas (fragilidad), delicatior (= de una constitución más frágil)

La mujer es intelectualmente inferior a los hombres y determinó la razón por la sumisión de la mujer al decir que “hay también un orden natural en los seres humanos, de modo que las mujeres sirvan a sus maridos y los hijos a sus padres. Porque también en esto hay una justificación, que consiste en que la razón más débil sirva a la más fuerte.”

“Dios somete lo femenino a lo masculino, la más débil a la más fuerte, lo más necesitado a lo menos indigente”.

La procreación era la primera razón del matrimonio y las mujeres tenían que ser obedientes a sus maridos.

Por otro lado, en su Suma Teológica, el Doctor Angélico, santo y padre de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino (1225-1275 D.C.), explica:

“En lo que se refiere a la naturaleza del individuo, la mujer es defectuosa y mal nacida, porque el poder activo de la semilla masculina tiende a la producción de un perfecto parecido en el sexo masculino, mientras que la producción de una mujer proviene de una falta del poder activo.”

En su análisis de los escritos de Aristóteles quien influyó grandemente al Doctor Angélico, dice que la mujer era también “imperfecta y ocasional”.

Igualmente rechaza que la mujer fue parte de la primera creación porque algo tan imperfecto no podía ser parte de la creación de Adán.

También explicaba que un embrión nace como mujer por ser un error en el proceso ya que el mismo debió haber nacido varón. O sea, se nace mujer como un error del proceso de concepción/procreación.

Cabe decir que ambos padres de la iglesia, al igual que otros como Tertuliano, escribían estas cosas como reflejo del pensamiento teológico, social y científico de las épocas en que les tocó vivir.  Pero eso no impidió que tales ideas permearan el pensamiento religioso y eclesiástico, dando curso a valoraciones negativas de la mujer que han perdurado hasta el día de hoy en las prácticas eclesiásticas tanto católico romanas como evangélicas.

Apologistas católicos explican que ni Agustín ni Aquino se referían a dogmas sino que eran un reflejo del conocimiento científico del momento.  Pero todos sabemos que en la práctica la mujer no es ordenada para el ministerio religioso en la iglesia católica y continúa vista como sujeta al hombre en el entorno evangélico, por razones teológicas desvalorizantes.  En el contexto evangélico, la “sujeción de la mujer a su marido” forma la base por la sujeción de la mujer al Estado (un sistema predominantemente masculino y patriarcal).  El evangélico promedio probablemente no podría formular fundamentos teológicos exegéticamente estables para sujetar la mujer al hombre o al estado, o para verla como incapaz de gobernar su propio cuerpo.

Para las personas que basan sus opiniones sobre las tres causales en su interpretación de textos religiosos o en doctrina de la iglesia, les vendría muy bien primero entender mejor el proceder de las ideas teológicas asociadas a la visión de la mujer como segunda clase, sujeta al hombre y sujeta a la decisión del hombre de la iglesia en cuanto a su cuerpo.  Vale recordar que el feto no es un ente aparte, es parte del cuerpo de la mujer y, por ello, es la mujer y no el poder eclesiástico defectuoso, quien debe tener control sobre su cuerpo.

Es igualmente la depreciación de la mujer la que crea la idea de que la mujer debe estar sujeta al feto y si muere por razones clínicas, o si tiene que verse en la situación de dar a luz a su propio hermano por causa de un incesto, pues es el resultado de esa condición imperfecta y por ser la causante del pecado de Adán.  Es, en otras palabras, parte de su maldición.

Aunque no hay ni tiempo ni espacio para explorar más adecuadamente las ideas teológicas brevemente expuestas, basta simplemente recordarnos que desde los inicios de la religión cristiana la mujer ha sido vista e interpretada como inferior y como ciudadana de segunda o tercera clase.  El patriarcado no cree en la igualdad entre los sexos ni en el valor intrínseco de la mujer.

Al rechazar las tres causales que protegen la integridad de la mujer y el control propio de su cuerpo, se busca mantener el pensamiento patriarcal y patrístico que enseña que la mujer no tiene las mismas capacidades ni el mismo valor que el hombre.

La defensa de las tres causales es una defensa de la igualdad entre los sexos y es una valoración adecuada de la integridad humana de la mujer.