“El dominicano valorado individualmente está lleno de méritos y como conjunto, como sociedad su comportamiento deja mucho que desear.” Pedro Francisco Bonó
“La República Dominicana de los días que discurren es un país que califica para figurar en el “Aunque usted no lo Crea”, de Robert Ripley.” R. A. Font Bernard
A juzgar por sus acciones, en la sociedad dominicana de nuestros días podemos identificar no pocos individuos a quienes les viene correcto la denominación de “cavernícolas” o “salvajes”; ciudadanos que exhiben comportamientos, e incluso hábitos y costumbres de fácil asociación con estadios primitivos de la humanidad, sobre todo cuando nada racional parece justificar su negación a los avances científicos, a modelos de vida más eficientes, preferibles, satisfactorios o confortables, de cara a la dignidad, la justicia, la seguridad, la salud y la paz, individual y social.
Hasta aquí nada censurable que en ejercicio de sus derechos a la libertad, a la búsqueda de la felicidad propia y a la libre autodeterminación, estas personas se comporten como prefieran entender. No así cuando sus conductas públicas atentan contra la estabilidad y la concreción de lo que consideramos el régimen de valores positivos; cuando ese accionar resulta contrario al standard de “buenas costumbres” en perjuicio de otros, a la considerada “moral social” -tan desactualizada y fragmentada inadvertidamente-, o bien, al curso progresivo del “nosotros”, al multiplicarse como modelos cívicos que hasta hace poco no encajaban o resultaban extraños en esta sociedad.
He categorizado esos hechos como actos de salvajismo posmoderno, y que dada su cada vez mayor ocurrencia se proyectan a ser apadrinados por la indiferencia social, no obstante su sentido aberrante. De ahí mi llamado de alerta.
Dentro de esas tantas manifestaciones sociales, a continuación listo algunos casos, que aunque de distintas naturalezas, todos de notoriedad: i) campesinos -y no tan campesinos- teniendo relaciones sexuales con burros y otras bestias, grabándose unos con otros -o permitiendo ser grabados- con teléfonos inteligentes, y estos videos viralizarse en las redes a título de chiste; ii) procuradores y jueces que mienten abiertamente en sus actuaciones judiciales públicas y obvian cumplir con el Derecho aplicable sin ninguna consecuencia, ni siquiera el reproche social (lo que puede valer como tipo de complicidad); iii) un presentador de televisión, considerado por no pocos un maestro de la telecomunicación, un líder y modelo social, insulta -en pleno prime time– a un empleado encargado del telepronter por un error cometido en su manejo, calificándolo de “animal” y amenazándolo con que perdería su trabajo; iv) instituciones legales formalmente vigentes tan avanzadas como las que se encuentran en el primer mundo aún pendientes de promulgación, pero que no cumplimos, y más que eso son violadas abiertamente de forma sistémica; v) políticos que se saben por todos corruptos, sin ideales ni capacidades, y recurrentemente resultan agraciados con victorias electorales y reelegidos como delegatarios merecedores del poder público; vi) abogados (los supuestos colaboradores o auxiliares de la justicia por antonomasia) que en audiencias públicas y documentadas en formato audiovisual insultan no solo a sus contrapartes, sino a los jueces, y no específicamente con improperios moderados o sutiles; vii) ladrón (suponiendo que no se han equivocado de persona) que es linchado por una turba de vecinos del barrio donde es atrapado, a plena luz del día, hecho transmitido por múltiples medios de comunicación, y en la noticia solo se resalta la captura del personaje, no así lo que significa en la psicología social los otros detalles de la escena; viii) adolescente que le práctica sexo oral a varios compañeritos del curso en horario de clases en el aula de un centro de educación privada, en la escena todos lucen conscientes de que uno del clan documenta el acto con la cámara de un celular y eso solo causa más risas; ix) individuo (como cientos diariamente) que manejando su vehículo cruza la luz del semáforo en rojo frente al policía de tránsito, a quien incluso hace un saludo y este le corresponde, le sigue un Sonata -por cierto, con sistema de gas natural subsidiado por el Gobierno- que procede en forma idéntica, y así vienen otros, hasta que se produce otro accidente; x) ciudadano ajusticiado por otro a quien -y en razón de que- le tomó sin autorización y por unos minutos su parqueo personal (igual sucede en ocasiones ante el roce accidental de uno y otro vehículo), todo a plena luz del día mientras unos niños jugaban alrededor, en el área de estacionamiento de un residencial capitalino del denominado polígono central.
Si alguien intenta corregirme alegando que son hechos aislados, les diré que aislado podría ser -y no en todos los casos- la documentación o la viralización de estos por medios de comunicación masiva, pero que de investigarse serán múltiples los casos similares identificables -algunos incluso patrones conductuales comunes a ciertos grupos-, que no siempre llegan a nuestro conocimiento vía las redes sociales u otros medios de difusión. Y añadiré que de todas formas, poco importa que individualmente sean casos aislados, pues, así aislados, sumados resultan en una muestra suficiente para justificar el membrete de salvajismo posmoderno, no solo para cada una de esas manifestaciones, sino incluso para ubicar el estadio en el que se encuentra la sociedad donde han tenido lugar, que a decir de Bonó, deja mucho que desear.
Dicho eso, me pregunto si podrá hoy objetarse racionalmente la calificación de Estado fallido que una vez recibimos, aún cuando no habíamos fallado tanto como sociedad, y por igual censurarse con éxito, al dominicano -y especialmente al joven- que hastiado de tanto, se desahoga optando por el exilio, expresando preferir una anexión, un protectorado o alguna modalidad de intervención extranjera de donde pueda resultar o potenciarse -aún en hipótesis remota de romanticismo político- un cambio de sistema, de sociedad. Aún con el auxilio de San Google, el optimismo al máximo y otras maravillas de la posmodernidad, me parece muy difícil asumir semejante carga argumentativa.