Claudio Antonio Caamaño Grullón, “Sergio” en la guerrilla de Playa Caracoles que comandó el coronel Francisco Caamaño, acaba de morir de la manera más pendeja en un país donde la gente no tiene derecho a la salud ni seguridad en las calles.
Eterno hermano que se fundió conmigo y mi familia como yo con él y la suya, ahora tengo que llorar –como medio país- su muerte y recordar su gloria por la entrega sin medida al servicio del pueblo y de la Patria.
Sobreviviente de decenas de batallas patrióticas en las que las filas revolucionarias tuvieron que lamentar la muerte en combate de verdaderos titanes como Rafael Fernández Domínguez, Juan Lora Fernández, Illio Capocci, André Riviere, Juan Miguel Román, Amaury Germán Aristy, Francisco Caamaño, Manfredo Casado Villar… Claudio acaba de morir para cerrar la vida de la última batalla de la resistencia armada contra el despotismo simbiótico de la Guerra Fría y la utopía armada revolucionaria.
Me duele su muerte pendeja y más aun me resisto a aceptar con impotencia el drama del país: la gente conduce vehículos de forma irresponsable y las clínicas son una especie de compra venta donde para asistir a un paciente que llega en emergencia hay que pagar el gabiao con antelación.
¡Caramba…y tanto que luchó Claudio Caamaño por este país, pero cuando lo necesitó para sobrevivir, le falló estruendosamente!
¿Qué puedo hacer yo? Llorar impotente la muerte de un hermano querido que sirvió con sin igual desinterés a la Patria y no le pasó factura.
Como si fuera sintomático, las dos últimas veces que vi en persona a Claudio –ahora lo veo abrazado a mí- fue en el velatorio de los restos de Hamlet el 20 de enero de 2016 en la funeraria en que ahora me encuentro junto a él y en la misa de Melita en febrero pasado en el templo católico de El Carretón.
Mi última conversación con Claudio, lamentablemente, fue el 21 de febrero pasado, cuando lo llamé para felicitarlo por su cumpleaños y luego le pasé a su querida hermana Juana Mercedes, mi esposa, quienes se tenían un especial cariño.
A Fabiola, Manfredo, Antonio, Claudia, su hermano César, su nieto César, sus demás hijas y todos sus nietos, les pido que recuerden como yo al Claudio alegre, emotivo, patriota, paternal, consejero, amoroso, alegre, justiciero y revolucionario como si viviera cada día.
Los hombres como Claudio no se entierran, sino que se siembran para germinar con brotes legendarios de pasión por la patria y la familia.
Siempre que Claudio y yo hablábamos nos lamentábamos de no encontrarnos en nuestras luchas a tiempo para fundir el empeño de sus ideales y su preparación militar con los adelantos concretos que habíamos acumulado en la cordillera Central para hacerla estallar con el fuego sacrosanto del heroísmo y la dignidad.
Pero es difícil hacer retroceder la historia, por más empeño que pongamos en esa empresa.
Compañero Claudio, te saludo como aquel día cuando te llevé a tu casa las botas de tu compañero Toribio Peña Jáquez, las que identificaste al instante… cuando disfrutamos tantos momentos de alegría en playas, montañas y valles… cuando nos acompañaste y te acompañamos en los cumpleaños de los nuestros y tuyos, cuando tuvimos que pasar por la tragedia de ver morir a Francisco y luego a Hamlet. Oiga hermano, que duro es sobrevivir a una muerte tan absurda como la tuya: sin emboscadas, sin balas, sin asaltos.
Tu muerte, Claudio, fue un nuevo episodio de irracionalidad y locura, por la que se van –como si quisieran emularte- cientos de jóvenes cada año en nuestro país.
Hermano querido, te despido con dolor y sin esperanza de que tu muerte absurda despierte el interés de las autoridades y los ciudadanos para que un día –no importa cuándo- en este país se conduzcan los vehículos con responsabilidad para no arrebatarle la vida a nadie de una manera tan pendeja como te ocurrió a ti.
¡Saludos Claudio! Vives en nosotros como el primer día y seremos fieles a tu ejemplo de combatiente infatigable y amigo entrañable.
Los abrazos y besos tuyos seguirán en los pechos y mejillas de los tuyos, que siempre han sido –como tú- los nuestros.
¡Habrá Patria!