Todos conocemos la definición que la Organización Mundial de la Salud ha convenido en darle al término salud: el estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de enfermedades.

Del poder se ha hablado tanto, que huelga definirlo. Sin embargo, cuando una persona lo ejerce, se supone que debe poseer plena capacidad mental y física para sobrellevar su gran responsabilidad: dirigir los destinos de gran cantidad de sus semejantes.

Revisando la prensa internacional en días pasados, nos encontramos con un interesante artículo de una escritora muy en boga. En el mismo hacía mención de la obra de un ex-ministro de sanidad y asuntos exteriores inglés. Médico neurólogo con una decena de libros publicados, David Owen trata la influencia de los trastornos físicos y psíquicos en las decisiones de los dirigentes mundiales del Siglo XX y de la lucha contra el dolor y la enfermedad.

Nunca hemos olvidado el impacto que nos produjera la muerte, a destiempo y voluntariamente provocada por Tancredo Neves, quien al padecer una diverticulitis, se negó a aceptar el manejo recomendado por sus médicos y obvió la decisión de una colostomía temporal para derivar el tránsito intestinal y enfriar el proceso infeccioso, alegando la premura de su toma de posesión.

Algo parecido le sucedió al líder de la revolución cubana, caso que seguimos con mucho interés y del que existen pruebas fehacientes de que prevaleció el criterio político sobre las recomendaciones médicas del equipo que le asistía. De ahí derivaron una serie de complicaciones que aún lo mantienen alejado del poder.

El texto de Owen, "En el poder y en la enfermedad", da cuenta de que el 29% de todos los presidentes norteamericanos han sufrido dolencias psíquicas ejerciendo el cargo. También relata que el 49% de ellos presentaron evidencias de trastorno mental en algún momento de su vida.

Si pensamos en que los EEUU son la primera potencia mundial y comparamos esos datos con sólo el 22% para la población general, podemos reflexionar acerca del peligro potencial que entrañan esas estadísticas, teniendo en cuenta las decisiones trascendentales de los gobernantes de esa gran nación.

Aunque los trastornos de salud pueden inhabilitar al político en momentos graves, los subterfugios y el manejo intencionado de los mismos han sido la norma. Muchos son los casos que podríamos mencionar a través de la historia pasada o reciente.

Abraham Lincoln y Charles de Gaulle tuvieron ideas suicidas. Theodore Roosevelt, Winston Churchill y Lyndon Johnson padecían psicosis maniaco-depresivas (lo que hoy conocemos como trastorno bipolar). Nikita Kruschov sufrió hipomanía, una variante más leve de dicho trastorno bipolar. Boris Yeltsin y Richard Nixon eran alcohólicos consumados. François Mitterrand padeció por muchos años cáncer de próstata.

La poliomielitis de Franklin Delano Roosevelt fue objeto de estudio en su momento. Y los padecimientos de John F. Kennedy, entre los que destacan la Enfermedad de Addison, los trastornos de columna vertebral y el Síndrome de intestino irritable, le hicieron la vida más difícil. Un caso más reciente es el del ex presidente argentino Néstor Kirchner, quien sufrió problemas cardiovasculares que dieron al traste con su vida.

Hemos sido testigos o actuado directamente en varios casos de padecimientos de personas cercanas al poder político en nuestro país. Atendimos al hijo pequeño de un Vice-Presidente cuando accidentalmente cayó de una segunda planta, sin que sufriera daños mayores. Operamos a un alto dirigente de un partido en el gobierno, lo que nos dio la oportunidad de interactuar con el Presidente de turno y conocer de su fino trato, ya que nos citó para que explicáramos personalmente el caso.

También intervinimos quirúrgicamente a un revolucionario valiente y decidido de la izquierda dominicana, del que pudimos apreciar su fuerte personalidad, don de gente y su extraordinaria simpatía. Nos tocó en otra oportunidad padecer los rigores del stress en grado extremo, cuando nos responsabilizamos de la salud de un destacado dirigente en la oposición, por la entrañable amistad que nos unía al personaje.

En cada uno de esos casos vivimos la experiencia y la presión que genera en el profesional de la salud, el actuar cerca de los estamentos de poder, a pesar de que todos los pacientes deben ser enfocados de igual forma.

Anecdóticas y de alto interés histórico resultan las dolencias de Horacio Vásquez, al que la enfermedad le cobró la Primera Magistratura por la traición; José Francisco Peña Gómez, quien por el desliz indiscreto de cierto colega, perdió la oportunidad de llegar a la Jefatura del Estado; de Juan Bosch, al que consideraron en su momento mucho más joven por dentro que lo que su edad cronológica decretaba. Pero el colmo resultó el caso de Joaquín Balaguer, cuando vimos a un ginecólogo dirigiendo y sirviendo de vocero del equipo médico que le manejaba.

De todos los trastornos que padecen los que detentan el poder político, el más peligroso, a decir del ex-ministro inglés, es el que adquiere su nombre de la mitología griega: Hybris o borrachera del poder. De acuerdo a la tradición "los dioses envidiaban el éxito de los humanos y mandaban la maldición de la hybris a quien estaba en la cumbre, volviéndolo loco". Así desconocen las opiniones ajenas y desprecian todo lo que no  vaya de acuerdo con su criterio, lo que en algún momento pudiera resultar catastrófico para sus gobernados.