Según su hija padecía de dolores articulares y no de gran importancia, pues en esos tiempos, lo vemos en el palenque nacional, actuando con vigor inaudito. Y es que aquel gran espíritu encarnó en figura consonante con la realidad de su ser. Era un hombre sano, lo repetimos, y de complexión fuerte, tal nos lo prueban su talla procera, lo relevado de su pecho, su andar enhiesto, el color moreno, su mirada llena de vida “donde confluían los relámpagos del pensamiento y las llamaradas del ánimo”. Las luchas fratricidas que siguieron a la gigante lucha restauradora tuvieron que influir poderosamente en Luperón, aunque tuviera él consistencia de roble; en todo actuaba y en todo caso con esfuerzo sobrehumano. Al cansancio corporal de le sumó la decepción moral con el entronizamiento de Lilís en el poder, y no es de extrañar que en mayo de 1887, acompañado de su hijo, llegara a New York gravemente enfermo “por las grandes fatigas que había tenido durante la guerra”. Dice su hija que para esa época tenía máculas en el cuerpo, acrómicas unas otras no, y que padecía del hígado (?). Consultó allí dos de los principales médicos, los que le aconsejaron tratar de llegar lo más pronto posible a París, donde había facultativos más competentes que pudieran salvarle y ocho días después salió hacia París donde llegó muy delicado. En pocos días perdió el uso de la palabra.
El doctor Emeterio Betances y varios especialistas que fueron consultados por él, le declararon que la facultad de la voz no le volvería más y le aconsejaron ir a Saboya a tomar los baños de Aix-les-Bains, a cuyo punto se encaminó seguido. Cuando los más afamados médicos –entre ellos Dieulafoy– habían agotado sus más eficaces aplicaciones sin resultado, un hostelero de una aldea inmediata, donde fue a pasarse una tarde, le dio a tomar un aceite frito con varias flores y este simple remedio, en menos de 15 días, le devolvió el uso de la voz. Fue a los Pirineos (San Cristo) y a los tres meses regresó a París “completamente restablecido”. De este párrafo la última frase es la que tiene más valor para nosotros: “que regresó a París completamente restablecido”.
En 1894, expulso en la isla de Saint Thomas, se dedicó a ordenar y completar su Apuntes Autobiográficos. En enero 29 de 1895 publica allí una hoja suelta llena de fervor patriótico y por cuya lectura se trasluce que no se siente enfermo. Más tarde, en ese mismo año, escribe: “me faltan los medios, pero jamás el valor ni la buena voluntad para luchar de nuevo por la salud de la Patria” (Notas Autobiográficas, L III, Pg. 381).