Disfrutar de salud mental implica equilibrar factores biológicos, psicológicos, espirituales, ecológicos y sociales. Así, las alteraciones en el organismo, la herencia genética, el manejo de las emociones, el sentido de la existencia y la relación con el universo, el estilo de vida, la relación con los demás seres vivos y el entorno inmediato que rodea al individuo, pueden provocar cuadros clínicos diversos y de distintos grados de gravedad.
En una población ya afectada por los efectos del confinamiento, las pérdidas humanas, materiales y morales a causa de la COVID-19, los estresores provenientes del entorno social inmediato están incrementando el malestar psicológico generando mayor agresividad y violencia entre los ciudadanos, y por tanto, la demanda de atención en los servicios de salud mental.
El entorno social lo conforman elementos característicos físicos del lugar donde residen las personas y los demás humanos que comparten el espacio de la comunidad: barrio, residencial, poblado, etc. La Comisión Europea de Medio Ambiente y la Comisión Lancet sobre Salud Mental Global y Desarrollo Sostenible, dan cuenta en su informe del 2020 de cómo el entorno social afecta el bienestar psicológico de los ciudadanos.
Muchas comunidades del país son altamente ruidosas. Se mezclan sonidos del transporte, de excavaciones para la construcción, de voces de pregoneros, así como la música que emana de distintos dispositivos preparados para un duelo de decibeles en vehículos, colmadones y viviendas a lo largo del día. La contaminación sonora es un riesgo para la salud mental, produce ansiedad, agitación, dificultades para conciliar el sueño y problemas de tipo cognitivo.
El caos urbano, la obstrucción de las vías públicas por puestos de frituras, la falta de parqueos que estimula el estacionamiento en lugares no aptos y en entradas de viviendas bloqueando el paso a peatones y a propietarios, la circulación en vía contraria, la deficiente disposición de la basura, lo que además atrae plagas al sector, aumentan la sensación de angustia, agresividad, trauma, y los conflictos entre vecinos. Además disminuyen el desarrollo cognitivo.
El hacinamiento en las viviendas y en los espacios públicos, propicia la agresividad, la violencia, los abusos sexuales, emocionales y físicos; aumenta el uso de alcohol y otras sustancias psicoactivas. El miedo a la delincuencia y al crimen son factores perturbadores del bienestar mental de quienes se sienten en riesgo, pues la falta de apoyo social percibida reducen la capacidad de las personas para hacerle frente al estrés de manera asertiva.
La temperatura, la pobre calidad del aire en los interiores y la falta de iluminación, también aumentan los niveles de ansiedad; los espacios oscuros y fríos reducen la motivación. La contaminación química, el uso de pesticidas, metales, microplásticos y fármacos en el ambiente son factores asociados al aumento de la depresión, la ansiedad, el estrés, los trastornos del espectro autista, el déficit de atención con hiperactividad, alteraciones hormonales y otros trastornos del comportamiento. En República Dominicana se ha estudiado desde hace años los efectos de la contaminación por plomo en la Zona Industrial de Haina. De igual manera, la contaminación atmosférica exterior produce tristeza y trastornos de la personalidad. También los efectos del cambio climático, que ocasiona fenómenos atmosféricos extremos, se han asociado al trastorno de estrés postraumático, la solastalgia, la ansiedad y la depresión.
La importancia de compartir la cultura y los valores con las personas del entorno es fundamental para el mejor entendimiento entre ellos; eso puede evitar el aislamiento y la depresión. La relación entre las personas, la comunicación defectuosa y los conflictos generan estresores difíciles de manejar; mientras que compartir el espacio con una pareja, amigo o persona querida, puede crear la sensación de calma y tranquilidad. La compañía de personas confiables, íntimas, y mantener relaciones familiares importantes contrarrestan los sentimientos de soledad; contrario a las relaciones tumultuosas que conducen al estrés crónico y deprimen el estado de ánimo.
Estamos experimentando cambios en nuestra salud mental debido a todos esos estresores ambientales. Para proteger nuestra salud mental, es importante darnos cuenta de cuáles cosas podemos cambiar y cuáles no dependen de nosotros. Organizar el espacio propio, colocar iluminación adecuada, disponer de buena música que pueda opacar el ruido de las calles, especialmente en las noches. Fortalecer los lazos relacionales cercanos, aquellos en quienes podamos confiar, y evitar las relaciones perturbadoras. Realizar caminatas al aire libre por parques, senderos naturales o cerca del mar, permitirá liberar tensiones y estimular endorfinas positivas, asociadas al estado de felicidad. Estar conscientes de los riesgos y prevenirlos, y establecer un plan personal o familiar de seguridad dará tranquilidad. Practicar un arte, ya sea pintura, escritura, música o teatro; ejercitar la lectura recreativa, la escritura creativa o visionar buen cine, permiten la expresión emocional y la consecuente relajación. Especialmente, cultivar el sentido del humor, del buen humor, ese que no hiere a nadie, pero resulta contagioso al compartirlo con otros.
Necesitamos una sobredosis de resiliencia y buena actitud para evitar que el caos de la ciudad y la negligencia de sus autoridades mermen nuestra voluntad para ser felices y disfrutar del entorno tropical de nuestra querida media isla.