Cuando le comuniqué al dueño de Radio-Radio, Rafael Martínez Gallardo, que dejaría la empresa para irme a Radio Mil, se resistió a creerlo. En los ochenta del siglo XX, hacía de locutor de los estelares Sábado Viejo, Recuerdos del Club del Clan, El Mundo de la Infancia y los programas del cierre.

“Yo voy a hablar con Manuel Pimentel (el propietario) para que sigas aquí, y así te quedas en las dos. Incluso, puedes hacer un programa de comentarios y participación de los oyentes mediante llamadas y en vivo”, comentó con un tono paterno.

Ante mi insistencia sobre la exclusividad de locutores en la estación de la Máximo Gómez con San Martín, cabizbajo, cedió.

No se trataba de un caso aislado. Cualquier desvinculación de un empleado de la estación, entristecía. Entre el personal y Radio-Radio había un enamoramiento profundo, inusual en la época. No por dinero, porque los salarios resultaban chicos, sino por la calidad de la programación, el respeto a los oyentes, la limpieza en la cabina, el orden y el trato familiar.

Martínez Gallardo había regresado a la administración del negocio tras un arrendamiento doloroso a causa de la falta de publicidad. El arrendatario José Lluberes había comprado la frecuencia modulada de Radio Continental (99.3 Mhz) y trabajaba sin cesar para ponerla en el aire con el nombre de Sonido Suave, con una programación romántica. Emprendedor nato, ejemplo de sencillez y solidaridad, no tardó en ofertarme trabajo en su nuevo proyecto, pero la proa de mi barco se orientaba hacia otro rumbo: lectura de noticias en la primera emisora informativa del país.

El impacto de la “payola” (pagar para sonar), las monótonas ruedas de “éxitos” que sacaban de circulación las peticiones de los oyentes y ampliaban el boquete para la música- basura, y el “disyoquismo” alborotado, a menudo pornográfico, se imponían en el ambiente. La pasión por la radio como negocio, pero también como instrumento de servicio de calidad, perdía terreno, y yo no asimilaba cambio tan violento.             

Los altos costos de la factura eléctrica y de los equipos, más el pago de personal, frente a los bajos ingresos por concepto de publicidad, minaban a velocidad meteórica la base de la exitosa emisora de los 1,300 kilohertz, situada en el Conde esquina Espaillat.

La administración se esforzaba por salir de la crisis, sin negociar la calidad y la dignidad. Cada día, sin embargo, resultaba mayor la incertidumbre sobre la situación económica. Estaba en la antesala del final. No pasó mucho tiempo sin que fuera vendida y borrada la  programación que, durante décadas, le dio brillo. Los nuevos dueños sacaron al aire contenidos religiosos.

Desde su fundación en la década del sesenta, Radio-Radio sirvió de plataforma para locutores que luego fueron orgullo de la profesión y de otras áreas:

Teo Veras, Jesús Rivera, César Peguero, Pedro María Santana, Samuel Rollins, Jessie Pepén, José Francisco Arias, Gustavo Rojas, Pedro Báez, Alberto Tamarez, Pablo Aybar Tamarez, Altagracia Molina, Tomás Taveras, Ramón Reynoso (The boy from Bonao)…

La Emisora de los Éxitos siempre fue premiada con el favor de la audiencia de todas las edades y clases sociales. Fue nuestro orgullo. Imposible olvidar aquellos contactos tan cercanos y sinceros. Pero, en lo particular, también me enorgullece el haber recibido, a inicios de los años ochenta, los trofeos El Dorado y Micrófono de Oro, y la medalla El Gordo de la Semana; sobre todo, el haber escuchado elogios de parte Freddy Beras, Yaqui Núñez y José Ramón Casado Soler,  el autor de la canción de cumpleaños dominicana “El regalo mejor” (Celebro tu cumpleaños) y oyente fiel de El Mundo de la Infancia, programa que él enriquecía con sus llamadas.   

Esta emisora escribió su historia con base en la calidad. Imposible borrarla. El adiós me resultó lacerante, pero debía partir hacia otro ámbito de la radiodifusión nacional.