La feria Internacional del Libro de Santo Domingo 2016 fue dedicada a Salomé Ureña; en su honor, el 21 de octubre fue designado el Día Nacional del Poeta en República Dominicana; en un arrebato de devoción, en 2010 un entusiasta propuso bautizar una provincia con el nombre de la mayor poetisa de Santo Domingo. Estas tres referencias sirven para dimensionar el influjo que tienen la vida y la obra de la madre de los Henríquez Ureña, quien nació un día como hoy, pero de 1850.

Salome Urena poeta y educadora hostosiana

El encumbramiento de María Salomé Ureña Díaz fue iniciado por la consagración que hizo de su poesía Marcelino Menéndez y Pelayo, quien la incluyó elogiosamente en el tomo II de la Antología de poetas hispanoamericanos de 1893, en un capítulo dedicado a Santo Domingo donde, ante la anemia de poetas, destaca a la “incipiente” Salomé Ureña como una de las más preclaras autoras de la isla quisqueña (1). Valerio-Holguín (2) afirma que la canonización de Ureña fue alentada por sus contemporáneos, entre ellos José Castellanos, Eugenio María de Hostos y Rafael Alfredo Deligne, además de José Joaquín Pérez, este último considerado uno de los tres dioses mayores de la poesía dominicana, junto con Gastón F. Deligne y la misma Salomé Ureña.

Sin embargo, hay también voces discordantes sobre la obra de Ureña, como la de José Alcántara, que afirmó que su poesía era anacrónica, al igual que toda la literatura dominicana de aquellos tiempos en comparación con la literatura hispana decimonónica (3). En 1943, Pedro René Contin aseguró que la poesía de Salomé Ureña tuvo cualidades para merecer la fama en su época, pero que en un juicio posterior no encuentra en ella la virtud poética que se necesita para sobrevivir por el sólo mérito de la propia poesía. Añade que los temas que trató –el hogar, la patria, la escuela—, restringen su trabajo a los límites nacionales. “aunque su tradicionalismo hispánico la sitúa entre los poetas peninsulares del ochocientos, sin ningún intento de dominicanización, como realizaba José Joaquín Pérez, por ejemplo". (4)

Ambas críticas son comprensibles si sólo se circunscriben al análisis de la obra, no sólo de Salomé Ureña, sino de cualquier autor, sin considerar el contexto general y personal, es decir, las condiciones en las cuales fueron escritas las poesías. En este sentido, ahora se cuenta con mayores fuentes para hurgar en la vida de los antepasados, como diarios, memorias, autobiografías, biografías y epistolarios. Así, es recomendable la lectura que propone Ángela Hernández en “Salomé: el ángel de los sueños imposibles”, sobre la intimidad que da la lectura de las cartas de Ureña, ya que en ellas reside “el tono de la comunicación individual, que nos presenta directamente la personalidad del que escribe como si estuviera hablando a solas y sin temor a ser interrumpido…” (5).

Para muchos lectores, Salomé Ureña reviste mayor interés por ser la madre de tres de los más destacados literatos de República Dominicana: Pedro, Max y Camila Henríquez Ureña. Pero para muchos otros, la importancia de Ureña radica por sí misma en su historia de vida, en los logros literarios y profesionales que obtuvo, y en los avatares que sorteó en su condición de mujer de finales del siglo XIX en la sociedad caribeña.

Salomé Ureña Díaz Tomado de Carmen Durán. Historia e ideología. Mujeres dominicanas 1880-1950

Es innegable que formar parte de una familia ilustrada determinó el camino intelectual de Salomé Ureña. Su educación inicial, como la de la mayoría de las señoritas a mediados del siglo XIX, fue proporcionada por su madre Gregoria Díaz y por su tía Ana, con un profundo apego a la religión católica. Su padre, Nicolás Ureña, fue parte de una generación de poetas influidos por el romanticismo que tomó como modelo a los clásicos de España del Siglo de Oro. Salomé era muy pequeña cuando sus padres se separaron, quedando ella bajo el cuidado de su madre, pero con la mirada atenta de don Nicolás, quien completó la formación de su hija con lecciones de letras, aritmética y botánica, y la inició en la declamación de versos. Salomé y su hermana Ramona leyeron a los clásicos españoles y conocieron las literaturas inglesa y francesa. Los influjos dominicanos de Salomé Ureña vinieron de las poetisas Josefa Antonio Perdomo y Josefa Antonia del Monte, que formaron parte de la corriente poética “que se inspiraba en la patria y reflejaba las alternativas y las agitaciones de la vida pública” (6).

Salomé Ureña nació en el periodo de las gestas patrióticas dominicanas. Acorde con esta etapa, sus poemas no cantaban a la religión o al exilio, como los de su padre, sino a la patria. Se dice que desde los 15 años de edad comenzó a escribir poesía y que a los diecisiete publicó por primera vez sus trabajos con el seudónimo Herminia. En 1874 algunos de sus poemas fueron recogidos en una compilación hecha por José Castellanos, en la que se publicaron también poemas de Nicolás Ureña, Josefa A. Perdomo y José Joaquín Pérez.

Los poemas de Salomé Ureña fueron celebrados en el círculo intelectual de la Sociedad Amigos del País como trabajos “viriles”; el escritor Nicolás Heredia fue más allá: en su afán por enaltecer la obra de la joven Ureña al nivel de las poesías hechas por los hombres, la llamó poeta, más que poetisa, ya que el género femenino se reflejaba solo en la gramática, pero sus deseos eran los del varón justo y el arte su campo de pelea (7). 

Max Henríquez Ureña afirma que el espíritu que prevalece en la poesía de su madre se resume en los títulos de dos de sus composiciones: “La gloria del progreso y La fe en el porvenir. Es poesía de aliento, de estímulo, de progresos, de civilización, pero es al mismo tiempo poesía consagrada al porvenir” (8). Después de alcanzar sus triunfos poéticos, Salomé Ureña se casó en 1880 con Francisco Henríquez y Carvajal. Este hecho ha sido considerado como el inicio del alejamiento de la poesía de Ureña, que tuvo que dedicarse a labores educativas bajo la tutela de Eugenio María de Hostos y posteriormente al cuidado de los hijos y de su casa, que se convirtió en una casa de estudio donde su familia se dedicaría para siempre a estudiar. Sus ocupaciones maternales y docentes en el Instituto de Señoritas a veces le permitían que de tarde en tarde tomara nuevamente la lira. Puede afirmarse que Salomé Ureña fue poetisa durante toda su vida. Su última composición, Mi Pedro, la comenzó en 1884 y la concluyó en 1897, año de su muerte.

Las circunstancias que determinaron las características de la obra poética de Salomé Ureña deben considerarse en las revisiones futuras. Las valoraciones anteriores fueron suficientes para que en el día de su nacimiento sean celebrados los poetas en República Dominicana.

Referencias

(1) Luis Alberto Sánchez, Menéndez y Pelayo y las letras americanas (1956: 33).

(2) Fernando Valerio-Holguín, Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897) (2011: 6).

(3) Citado en Fernando Valerio-Holguín, Salomé Ureña de Henríquez (1850-1897) (2011: 6).

(4) Pedro René Contin y Aybar, Antología poética dominicana (1943: 15)

(5) Camila Henríquez Ureña, Estudios y conferencias (1992: 470).

(6) Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana (1965: 186).

(7) Emilio Rodríguez Demorizi, Salomé Ureña y el Instituto de Señoritas (1960: 33).

(8) Max Henríquez Ureña, Panorama histórico de la literatura dominicana (1965: 189).