El poema que como obra y lenguaje asume la poeta Sally Rodríguez es el de la totalidad interior en tiempos de visión, infinito y vocación. No habíamos observado hasta ahora un fenómeno tan especial y singular en la poesía dominicana contemporánea, de una poeta cuyo nivel de poiesis existe como discurso desde 1985 y en cuya condición podemos percibir un horizonte auténtico de lenguaje-mundo. Se trata de una obra que hasta ahora ha sabido, ha querido, ha necesitado extender un lenguaje poético situado en la sinrazón poética, estética y filosófica del mundo.

Los elementos que conforman la poesía de Sally Rodríguez surgen de una fuente abismal, una mística del lenguaje poético en cuyos ojos “la cosa ontológica” se desata como cauce de vida de la palabra y cauce de esfera-tiempo del lenguaje. La voz que puede intimar saberes y hablares de lo poético, absorbe también líneas de un centro poético movilizado desde una poética de la mirada, tal como podemos percibir en Animal Sagrado (2013, pp. 88-110).

La antología que recoge parte de la obra escrita de Sally Rodríguez y que se compone de tres libros significativos para la poesía dominicana de los últimos treinta años (respectivamente Luz de los cuerpos (1985), Diálogo sin cuerpos (2003), La llama insomne (2008), constituye un espacio-documento que habla desde sus vertientes de intimidad-lenguaje y desde su particularidad simbólica instruida, intuida y asumida como eje de mundo y expresión lírica.

La escasa atención que ha recibido hasta ahora su obra por parte de la crítica, la historia literaria y el comentario periodístico, denota el desconocimiento de un quehacer y una visión que se ha ido forjando en silencio, lejos de cenáculos capitalinos, de capillas, foros, academias o tertulias de nuestros días. Leyendo poesía en soledad, su obra espera, se pronuncia y se lee en esta visión de lenguaje y lirismo metafísico en la palabra poética surgente de los abismos del ser, que aguarda y activa la mirada poética nacida como espacio y vórtice de espíritu. Desde una ontología poética regional se movilizan los estados de un ser, de una “cosa” poética intimada y asumida por un lenguaje sin límites de vuelo, sin vacilación y visible en sus núcleos articulados.

En La llama insomne se reconocen los desbordes y ultimidades de incendio y horizonte, indicadores de un sostén ontológico, de una voz orientada al lenguaje de los abismos y lugares de la desnudez, del tiempo y el asombro.

El hablar poético de esta autora nacida en Estancia Nueva (Moca), propicia un pensamiento de mundo sostenido por la relación entre margen, centro de voz y lenguaje. Así, los estados, surcos y cauces dinámicos de su espacio imaginario hablan a partir de La llama insomne.

“Qué hacer con mi cuerpo

y este mar sin orillas

que se levanta en mí

Hay árboles sin amor

que se deshacen

Incendio un horizonte

Con mis manos sostengo un horizonte”

(“Cuando las tardes me destejen”, p. 80)

Pero desde su condición de incendio y horizonte la poeta augura un nacimiento en la mirada y la mano que sostiene el límite, el más acá o más allá de la lejanía:

“Desde aquí puedo ver

la dureza del tiempo

que se cierne sobre mí”

(Ibíd.)

En su Tratado de la lejanía (Eds. Pre-textos Universidad Politécnica de Valencia, 2010), el filósofo, teórico y crítico italiano, Antonio Prete, interpreta y explica el estado de lejanía y su orientación poético-narrativa:

“Contar la lejanía es conferir presencia a lo que la presencia escapa. Pensar la lejanía es proporcionar una configuración y un ritmo a lo invisible, una lengua a lo inalcanzable. Dar cabida a lo extremo. Esta aventura es pulsión propia de todas las artes. La lejanía es lo observado en su movimiento hacia la representación, en su devenir figura. Lo lejano observado en el tiempo y el espacio que se instala”. (Op. cit. p. 13)

Más adelante el estudioso italiano sugiere que:

“La lejanía, igual que el recuerdo, habla del movimiento hacia un tiempo nuevo; lo lejano, de indistinto que era, pasa a ser línea. De sombrío temblor en la oscuridad deviene luz. De la informe ausencia de límites que era, se perfila ahora como forma”. (Ibíd.)

En efecto, si la poesía adquiere su resonancia en la lejanía, el lenguaje en su movimiento se sostiene y reconoce en el tiempo-lenguaje. El horizonte como espacio de lejanía es también lo que evoca el poema. Así:

“Este movimiento tiene lugar en el lenguaje. De él participan todas las artes. Lo que permite a la lejanía no abolirse en cuanto lejanía, seguir abierta en cuanto tal, dispuesta a dejarse atravesar en sus imprecisas regiones, es el ritmo de ese movimiento”. (Ver pp. 13-14)