“El tal Casio tiene una mirada descarnada y hambrienta. Piensa demasiado…No conozco otro hombre a quien trataría de evitar con tanta presteza como a ese enjuto Casio…Hombres como él no descansan mientras vean a alguien más grande que ellos mismos, y por lo tanto son muy peligrosos”-Julio César, William Shakespeare.

Se ha repetido hasta la saciedad que la salida de Leonel Fernández del PLD cambió el escenario político del país en apenas unas semanas. Las muchas repeticiones de esta verdad no disminuyen en un miligramo el valor de ese resultado principal.

En primer lugar, tal salida termina de configurar perfectamente un sistema de dirección partidaria que concentra todo el poder decisorio en una sola figura. Sus planes, acciones y decisiones muestran el mayor desprecio por las tradiciones democráticas del PLD. Las enseñanzas y valores de su insigne fundador, el profesor Juan Bosch, dejaron de ser faros orientadores.

Esa figura central es el Jefe todopoderoso de un círculo selecto de funcionarios y allegados, casi todos con muchas cuentas que rendir a la nación. No es un líder, es un Jefe que se ve gracioso montando un caballo, al mismo tiempo que no le interesa aportar soluciones definitivas a los reales problemas del país, lo cual, en caso de que fuera lo primero (líder), sería su más importante responsabilidad.

Lo que es peor, ciertos comportamientos de los distinguidos miembros de su corte, entre los cuales se vislumbra con destellos cegadores la concusión, demuestran que los consabidos mecanismos legales y de control son para el Jefe simples adornos del sistema democrático que supuestamente disfrutamos.

La realidad es que los movimientos vitales del Jefe, enfocados en la consolidación de una mayoría absoluta e incondicional en el Comité Político, fueron impulsados por un factor de estirpe subjetiva: le resultaba imposible la coexistencia con un hombre más grande y de mejores cualidades políticas que él.

Así fue como logró transformar, haciendo gala de un peculiar y mal disimulado estilo maquiavélico, la otrora colegiada y democrática dirección del PLD en un sutil cuasi sistema autocrático partidario. Su dinámica se caracteriza por el dominio de traidores e ingratos de todas las estirpes, la incondicionalidad irrestricta al Jefe, las plumas compradas, el uso de los fondos públicos para hacer valer las decisiones, los designios autoritarios y la organización recurrente de conciliábulos nocturnos -conjuraciones de Casio con muchos amigos de la clase de Marco Junio Bruto- en busca de los medios para destruir a quien saben que no pueden superar por sus condiciones políticas realmente excepcionales.

Segundo, la salida de Leonel Fernández, quien, como hemos afirmado, tiene muy concretas características de líder político, que no de Jefe, sella un compromiso inadvertido, pero durante mucho tiempo fraguado, con un sector oligárquico insaciable de la sociedad dominicana. No requiere identificación: está representado por un puñado de honorables familias que han visto multiplicar sus inmensas fortunas accionando los resortes clave del Estado.

La elección del Penco es una muestra fehaciente de que entramos a la antesala tormentosa de una “captura” total e indecente del Estado por estas elites insaciables. El Penco no es ninguna casualidad, no es una apuesta temeraria, es un compromiso soterrado con esa oligarquía empresarial que ha financiado dispendiosamente, junto al concurso vital de fondos tenebrosos, las campañas electorales del Jefe.

El Penco, además de encarnar ese compromiso, es una vergüenza para el mismo PLD, entidad reconocida durante decenios como cuna de políticos intelectuales, es decir, de gente de la que uno nunca esperaría vergonzosas incompetencias en el abordaje de la realidad política, social y económica del país.

Por último, la salida de Leonel Fernández sella la derrota electoral del PLD y el fin de 16 años ininterrumpidos de gestión política y administrativa del Estado dominicano. Cabe apuntar que durante estas cuatro administraciones, grandes realizaciones infraestructurales, económicas y sociales podrían advertirse sin necesidad de lupa alguna.

Sin embargo, los significativos logros, que se extienden al remozamiento normativo y funcional de la Administración iniciado en 1996 por Leonel Fernández, se ven con frecuencia empañados por los grandes nubarrones de corrupción agravada, disipados, en casi todas las ocasiones reveladas, por la impunidad punzante y cristalina. Ella es posible gracias a las complicidades secretas de quienes dicen gobernarnos con decencia, transparencia y apego a la ley. Pero, ¿habrá de completar Casio su obra?