En democracias funcionales, las promesas políticas pesan.  Y el presidente Trump debe hacerle frente al reto de sus palabras: América First.  Mientras aparentemente él y sus seguidores republicanos siguen enamorados de Putin, la China de Xi Jim Ping sirve de blanco a sus fulminantes (¿) saetas.

Veamos.  Desde los economistas ingleses y otros europeos del siglo XIX la ventaja comparativa ha sido el   gran pilar del comercio; exporto mi barato e importo mi caro.  Sus beneficios han dinamizado la economía global por décadas.  Y, de hecho, cuando se quiere dominar a otro país, medidas como el bloqueo impuesto en su momento a los nazis, África del Sur o Cuba, llamadas a limitar dicho comercio, se imponen. O sea, obstaculizar el intercambio entre naciones con fines netamente políticos, se usa.   Sin embargo, la política comercial puede quedar corta ante la política económica nacional (caso Cuba—destruida pero no sometida a Washington, donde aparentemente ni mansos ni cimarrones han aprendido nada).   Dentro de un análisis más comprensivo, las políticas comerciales de Trump y sus republicanos pueden perder la guerra contra las exportaciones y ascenso de China.

Apoyados en la pujante economía heredada de la Administración de Obama, Trump y sus consejeros creen tener la sartén por el mango. Pero, irónicamente, ¿debilitara esta aparente fortaleza a los republicanos? Desde el gran economista inglés David Ricardo, economistas han argumentado que restringir importaciones reduce el bienestar del consumidor e impide el crecimiento de la productividad. Baja productividad—y utilidades, bonos y acciones en caída– es el “coco” de la Cámara de Comercio Americana—desde donde emanan decisivas políticas republicanas.

En esta tragicomedia, otro principio económico—no sectorial, sino nacional—resalta: la gestión de la demanda keynesiana. Sin duda alguna, la ventaja comparativa ciertamente influye en el bienestar económico a largo plazo –subsidiar la extracción de carbón cuando la energía se puede obtener a menos costo de otras fuentes obligar a los contribuyentes urbanos a subsidiar con miles de millones de dólares a los intereses agro-comerciales en la soja, perjudicados por estas medidas, ni tiene sentido ni es sostenible. Mas la conga ahí no para.

La ofuscación con principios políticos limitados nos impide ver el amplio panorama encarado. Desde una perspectiva keynesiana, el resultado de una guerra comercial dependerá de las condiciones sui generis de cada “agente.”  Principalmente, ¿están los adversarios experimentando una recesión o un exceso de demanda?  En una recesión, con exceso de capacidad de producción, con exceso de oferta, las tarifas pueden impulsar la actividad económica y el empleo (aunque se pague con alta ineficiencia, o sea productividad y competitividad más allá del corto horizonte de los políticos y sus engendros).  Nota: los llamados incentivos Keynesianos solo estimulan cuando hay capacidad ociosa sistémica.  En los países emergente podría existir abundante mano de obra, mas no hay capital o las instituciones para estimular crecimiento.   En ellos los estímulos keynesianos desembocan en inflación y en los bolsillos de los banqueros.

Pero cuando una economía está operando a toda marcha, las tarifas simplemente aumentarán los precios sin aumentar producción a nivel de sistema, y la presión al alza sobre las tasas de interés. Y la economía americana, con un crecimiento de un 4.2 % en su 2nd trimestre del año en curso y donde el desempleo ha prácticamente desaparecido (aunque cumpliendo con el plan de la Cámara de Comercio, manteniendo bajos los salarios—aunque estos ya han comenzado a escapárseles y van aumentando) ya no da mucho más. Quizás empresas puedan pagar más por los recursos para producir y extraer rentas y utilidades bajo el amparo arancelario, transfiriendo recursos de sectores más productivos (la industria del transporte, por ejemplo) a aquellos menos productivos (extracción del carbón).

Como vivió Latino América en la época Prebish, las empresas protegidas pagaran intereses más altos para atraer capital a los sectores arancelariamente pujantes. Las reglas del juego cambian de productividad en la economía real a márgenes en las financieras, frecuentemente las ganancias se realizan en el financiamiento de los proyectos, no en el fruto de su ejecución.  Costos domésticos en franca tendencia al alza y productividad en baja dispararan niveles de precios, incluyendo las expectativas a futuro.

El Banco Central americano y los emisores de bonos (los bonos emitidos por las grandes corporaciones y sus entelequias financieras han aumentado de $700 mil millones en ´08  a  mas de $1700 mil millones en estos momentos) ante la creciente presión inflacionaria se ven obligados a aumentar las tasas de interés, (la inflación perjudica a grupos manejando el capital financiero, la deuda vale cada vez menos),  el flujo de capital especulativo externo, atraído por intereses más altos, reforzara aún más el dólar.  Y el valor en aumento del dólar beneficiara a los bancos y financieras extranjeras con gran acumulación de bonos del Tesoro Americano.

Irónicamente, los grandes capitales no aumentarán sus inversiones en capital fijo e inventarios a menos que, en la más pérfida versión mercantilista, estén seguros los aranceles no serán transitorios, sino permanentes. Con el dólar alto, y las nuevas inversiones esperadas tímidamente acechando, bajaran las exportaciones americanas, y el ciclo se dirigirá cada vez más hacia sus negruras, recesión o peor.

¿Y China?  Los aranceles, si funcionan, (la economía global frecuentemente sobrepasa los controles de los más poderosos políticos), crearan un exceso de capacidad en las empresas especializadas en el mercado americano, no pocas.  Mas el resto del país, con capacidad en exceso, bien puede resurgir con bien conocidos métodos keynesianos.   Si los mas de 300 millones de consumidores americanos dejan de patrocinar a los poderosos seguidores de Trump en Wall Mart, o a comprarle a sus adversarios en Amazon, productos fabricados por muchas empresas globales, incluidas aquellas con base en los E.E.U.U., en la China, por supuesto que los chinos sufrirán. Y las redes de abastecimiento globales se encontrarán entre sus principales víctimas.   

La China ya ha comenzado a cambiar su modelo de prosperidad, siempre protegiendo su cruel despotismo.  Ya estaba mirando mas hacia adentro antes de ‘América First’.  Y mas de mil millones, 350 millones de chinos, son un enorme mercado latente para cualquier producto.

Además de la ventaja comparativa y los instrumentos keynesianos, existe otro gran tema que aúna los intereses de los lideres en ambos países, y en otros.  La Administración de Trump predica que el cambio climático es un mito liberal.   Música para los oídos chinos (e indios, rusos, saudís, etc.,).  Gracias al gobierno actual en Washington, China puede emitir todos los gases y desechos contaminantes deseados.  Enorme beneficio. Con la producción e institucionalización redirigida a su propio pueblo, y nadie montándole presión por sus enormes crímenes ecológicos, las relaciones China-E.E.U.U.  tienen mucha tela por donde cortar.

En resumen, ¿quién gana, quien pierde? La respuesta obviamente es política. ¿La veremos el próximo noviembre?