Recuerdo desde muy joven el prestigio que representaba la labor de comunicador. El comunicador, a mi entender, era el nexo más versátil entre el Estado y la población; era el investigador, analista, conceptualizador de información que, en la mayoría de los casos, transmitía la información de manera llana a la sociedad sin importar el medio de difusión—radio, televisión, o prensa escrita. En otras palabras, la norma, hace veinte o treinta años, era que el comunicador estaba a cargo de informar la población de una manera concisa, apegada a la factibilidad de los hechos y a la disciplina que primaba en el ámbito de la comunicación—claro, también en ese tiempo había comunicadores vendidos, pero no en la magnitud que vemos hoy en día.

La disciplina que predominaba en aquellos años le otorgaba al comunicador un lugar especial en la población, y en muchos otros casos les adjudicaba el desprecio del Estado, el cual no toleraba señalamientos en su contra—por ejemplo, los casos de Orlando Martínez y Narciso González durante los gobiernos de Joaquín Balaguer.

Hoy en día, infortunadamente, la norma es que el comunicador, similar al funcionario corrupto, entra a los medios de comunicación a chantajear; a lucrarse; a aceptar sobornos a cambio de defender lo indefendible; a tergiversar información y, en muchos casos, a vender su sapiencia y posición de poder al mejor postor.

En este tiempo en que la comunicación en República Dominicana alcanza niveles vergonzosos, ya que es utilizada como herramienta para acumular fortunas por comunicadores y enganchados a comunicadores, es preciso resaltar la labor de aquellos pocos que todavía ejercen esta carrera de manera honorable y con dignidad.

En esta ocasión quiero resaltar la labor comunicacional de Altagracia Salazar, Ricardo Nieves, y Marino Zapete, por representar al disminuido grupo de comunicadores que todavía hace comunicación decente. Salazar, Zapete, y Nieves son constantemente tildados de ‘comunicadores radicales’ por miembros del aparato gubernamental y otros sectores, por el hecho de que estos comunicadores hacen señalamientos y comentarios que no van alineados al corrupto, putrefacto modus operandi del Estado Dominicano y que pinchan los ligamentos más sensibles de aquellos que creen que la República Dominicana les pertenece, que son intocables, y que no están sujetos al escrutinio público. Radical significa lo mismo que insobornable en el lenguaje del Estado.

Sin embargo, al referirme a Salazar, Nieves, y Zapete, no estoy de ninguna manera infiriendo que estos son los únicos comunicadores con méritos en República Dominicana; al contrario, hay muchos comunicadores que tienen tantos méritos como los antes mencionados: Amelia Deschamps, Domingo Páez, Huchi Lora, Andrés L. Mateo, Edith Febles, Diana Lora, e Ivonne Ferreras, para mencionar algunos. No obstante, hago hincapié en Salazar, Nieves, y Zapete, porque ellos forman parte esencial de este grupo de comunicadores Dominicanos que con honestidad, preparación, integridad, coraje, y destreza enaltecen el oficio de la comunicación en República Dominicana. Ellos exhiben cualidades que todo comunicador debe implementar día a día para que la comunicación en República Dominicana recupere su credibilidad, y la infección que representa la comunicación mercenaria se vaya subsanando.

En esta era en que la comunicación se ha convertido en un negocio tan perverso como lucrativo para algunos; Zapete, Salazar, y  Nieves deben ser resaltados como ejemplos a seguir para esos que comienzan una carrera en la comunicación, y para aquellos que ya están ejerciendo tan dignificante oficio con intenciones de llenar sus bolsillos, en vez de transmitir un mensaje veraz a la ciudadanía.

República Dominicana cuenta con una vasta cantidad de comunicadores que ostentan fortunas, inmuebles, vehículos, entre otras posesiones, las cuales no se corresponden al salario que devengan en sus respectivos empleos. Esta tendencia ha ido en aumento ya que no es un secreto que la mano larga y corrupta del Estado ha alcanzado una gran cantidad de profesionales de la comunicación que han fallado a su deber de comunicador; en cambio, estos han elegido unirse al círculo de corrupción que existe en casi cada órgano del aparato gubernamental Dominicano, desde la Suprema Corte de Justicia hasta el Palacio Nacional.

El comunicador corrupto también es culpable de que la Republica Dominicana esté en curso hacia un abismo del cual no podrá salir; porque al no denunciar la corrupción, al defender falacias en vez de la verdad, al distorsionar información, al quedarse callado cuando debe alzar su voz, y al negociar sus criterios comunicacionales con el mejor postor, está contribuyendo a la maquinaria de corrupción y a la mafia por la que es gobernado este descalabrado país.

En fin, aquellos comunicadores que incurran en vender su honor a cambio de beneficios materiales, distanciándose de la integridad y honradez que debe caracterizar a un comunicador, deben tomar en cuenta que en su momento la sociedad los juzgará y que el legado que dejarán a la República Dominicana y a sus descendientes será plasmado basado en las acciones positivas y negativas que tomaron durante su paso por los medios de comunicación.